Javier Corcobado, un monje con monopatín
Publica «Somos demasiados», un disco profundo y reflexivo, pero revela que la música no es lo que mejor sabe hacer: «Fui campeón de España de skate y sigo patinando»
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Aunque para el gran público pueda seguir siendo un desconocido, Javier Corcobado (Frankfurt, 1963) es una referencia como creador. En tiempos de una cultura de masas plana e inofensiva, la obra del rockero, sembrada de ruido, electrónica y poesía (En Mar otra vez, Demonios tus ojos y en solitario), suma un capítulo con “Somos demasiados” (Intromúsica), un disco editado en el precipicio de la pandemia que destila todas las cualidades de su sello. “Soy un superviviente, digamos, y hay muchísima gente joven que no me conoce. Espero que este disco sea una oportunidad para que me escuchen”, explica el poeta y novelista.
El punto de partida del álbum fue el amor. “Ya no me gusta como hice en los 80, que escribía letras por encargo a los Enemigos o Esclarecidos y hasta a Luz Casal, que una vez me pidió una. Ese oficio de Agustín Lara de escribir para Madrid sin haber estado allí... O escribir de desamor cuando estás en un momento pleno de tu vida, no me interesa. He decidido que tienen que ser canciones verdaderas, y no circunscritas a una relación de pareja o amorosa, sino al amor universal, al que podemos dar a los demás”, explica el músico, cuyas letras poseen una fuerza magnética. “Procuro hace canciones con un peso emocional y con descripciones un poco incómodas. Me gusta causar emoción y percibir el eco de esa emoción. Yo sé que hay gente que quiere solo caramelos, pero hay que saber saborear lo amargo, que proporciona un sabor incluso más placentero”, dice este artista de culto al que ya no le molesta la etiqueta: “Ya no me molesta nada. Cuando era más joven, ciertas comparaciones que vienen de los medios con toda la buena intención del mundo... Bueno, yo siempre he tenido muy buenas críticas pero a veces estaba en desacuerdo porque no me sentía identificado”.
En uno de los temas más impresionantes del álbum, “Haz un acto de amor”, llama a perdonar. “Aunque seas engañado o te falten al respeto, lo mejor es responder con un perdón, con un acto de amor. Eso es una limpieza y te convierte cada vez en una persona más sabia y con más conocimiento de la vida. Y puedes vivir mejor y hacer más felices a los demás si no estás perpetuamente anclado en la queja”, dice el músico. “Hay que disfrutar de los momentos presentes, que son los únicos que existen. Y tenemos que estar preparados para aceptar la muerte, todos los días, con la conciencia tranquila y pura. El futuro no existe y hay que estar preparados para morir y para vivir que es lo más difícil”, asegura Corcobado, que parece un monje budista y que lleva su propia bota de vino. El último tema del disco, “Bija Mantra rock” es, de hecho, una especie de oración. “Es una canción basada en los mantras que se usan para alinear los chakras y cada uno tiene su sonido que, al final, dejan a tu cuerpo y mente en paz. Y los adapté a un rock pensando que podía ser un poco irreverente para los que están metidos en el mundo del yoga y del hinduismo. Pero al final funcionó. La idea incluso es abrir los conciertos con esta canción para que la gente entre en calma al espectáculo. Y, a continuación ya la bola de fuego. Ya nos adentramos en el infierno y en el purgatorio”.
Como cualquier escritor, el trabajo de Corcobado comienza con la observación “Pienso que perpetuamente debemos tener el hambre de conocernos aunque no lo lograremos nunca”. En “Somos demasiados” habla de la superpoblación del planeta y sus tensiones. “Es una canción descriptiva de la realidad, yo no denuncio ni soy activista de nada, yo solo expongo las cosas. Creo que lo espiritual está muy olvidado por la sociedad y por el mundo. La gente que despotrica contra todo. Hay que mirar dentro, que hay amor. Y saber que ese amor es fuerte. Yo tengo mi propio dios, mi propia creencia de él. No me adscribo a religiones porque adocenan y agrupan a la gente de forma engañosa. Y eso que hay algunas que tienen doctrinas que puedo compartir. Jesucristo daba un gran discurso de cómo vivir, pero hablaba demasiado del sufrimiento. Buda es otra cosa. El caso es que agarras de aquí y de allá y uno se da cuenta de que puede construirse su maqueta de dios. Algunos piensan que dios es su teléfono móvil y que el oráculo es Google. Y, de hecho, es la religión más en boga”, reflexiona Corcobado.
En su vida ya tuvo todos los excesos. “Cuando tienes 56 años ya hay cosas que te perjudican mucho y como ya las conoces... como ya te has intoxicado todo lo que se puede en la juventud...”. Ya no enseñan nada. “Exacto, únicamente te hacen enfermar. Al principio, vas pensando: ''¿qué pasará? Si me tomo otra pastilla más de esto o me meto otra más de esto... ¿qué pasará?''. Pues que cuando tienes capacidad de reflexión, te das cuenta de que has superado todos tus límites y, en mi caso, los superé todos y me alegro de haberlos vivido. Ahora aprecio mejor otras cosas”. En su carrera también superó la pulsión de abandonar la música. “Muchas veces. He pasado por épocas de todos los tipos. Arduas y estériles o de mucha bonanza y movimiento. Es desgastante. Pero recuperas después la ilusión y la certeza de que es lo mejor que sé hacer. Es lo que mejor que sé hacer, excepto patinar en skate”. ¿Cómo? “Sí, fui el campeón de España en el 79, el primero”. ¿En serio? ¿Y sigue patinando? “Sí, pero ya no me meto en los skate parks, por los huesos. Fui campeón de eslalon. En el 75 empezamos. Todos los que patinábamos en Madrid nos conocíamos, porque éramos 15 o 20 personas. Y el primer campeonato fue en el Retiro”. Todo ocurrió por casualidad. “Mi padre se encontró un Sancheski (la primera marca que los fabricó en España) no sé donde. Yo jamás había visto nada igual. Puede que fuera un prototipo. Era pequeño y andaba fatal, y yo no sabía para qué servía, ni que era para ponerse de pie encima. Hasta que vi un episodio de ''Los Ángeles de Charlie'' y una de ellas, la rubia, aparecía montada encima. Y no paré hasta dominarlo. Éramos dos personas en Madrid patinando. Y un día conocimos a otros tres, uno de ellos, el hijo de Kiko Ledgar. Aprendíamos con las revistas americanas en una época en la que ni si quiera se había inventado el ''ollie''. Después, con el tiempo, la cosa fue creciendo. Y yo mismo diseñé los planos del skate park del parque sindical. Lo construimos 40 skaters con nuestras manos. Era el más antiguo de España y lo quitaron para poner unas pistas de pádel”.