Máximo Huerta: “La normalidad es ficción, así que la nueva normalidad...”
Tras ser ministro de Cultura durante siete días y terminar el programa de televisión que presentaba, vuelve a la novela: “Con el amor bastaba”
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No mira hacia atrás con ira. Máximo Huerta fue ministro de Cultura durante siete breves días, pero la experiencia no le ha dejado heridas. Eso fue en 2018, y desde entonces ha presentado un magacín matinal en TVE, “A partir de hoy”, pero el programa acaba de ser cancelado. A ese tiempo, el periodista y escritor lo denomina su “período de entreguerras” y, en esos dos años de paz caliente, ha escrito “Con el amor bastaba” (Planeta) que se publica hoy. “La empecé a escribir después de dimitir”.
-¿Cómo está en esta pandemia?
-La verdad es que quejarse de este tiempo tan raro, tan complicado, con tanto paro, con tantos dramas familiares que no se pueden despedir de sus abuelos o padres... la verdad es que me parece que no debo hacerlo. Prefiero pensar que todo bien, menos mal.
-¿Piensa que esto nos traerá algo positivo por pequeño que sea?
-Creo que el ser humano tiene tendencia a olvidar el dolor y que lo pasó mal porque la manera de protegernos es olvidar. Y no sé si sacaremos algo bueno porque no veo la parte épica de la historia. Creo que es un drama gigantesco, horrible, con muchos, demasiados muertos, y no creo en la épica del “saldremos mejores” y “seremos diferentes”. No es por pesimismo, sino porque el ser humano se protege y tiene tendencia a olvidar.
-Y parece que esto no va a pasar rápido.
-Demasiado, mucho tiempo y mucho encierro, sí, por responsabilidad, pero no sé cuántos negocios cierran por esto, no sé cuántos Ertes se convierten en paro, cuántos despidos y cuánta muerte. El panorama no me pone nada optimista y la salida no la veo muy cerca.
-Y de una buena se ha librado. De ser ministro hoy...
-Eso me dice mi madre, pero yo, cuando asumo una responsabilidad, ya sea en un trabajo o en un grupo de amigos o en algo como en el Ministerio, lo asumo con todas las consecuencias, pase lo que pase. Esa mirada ahora no la hago. No tengo ese pensamiento.
-¿Recuerda ese período con amargura?
-No, la verdad, al contrario. El secreto de ir hacia adelante es empezar. Y el día que acabó todo aquello, empezó otra historia. Estoy orgulloso de todas las cosas que he hecho, de mis aciertos y de mis errores, en eso consiste vivir y me da mucha pena la gente que se va y no ha gastado la vida al máximo. Forma parte de mi currículum, de mi pequeña historia, y no hay una mirada ni de pena ni de tristeza o de rencor, en absoluto. Hay un encanto en el olvido que lo hace inexplicablemente deseable.
-¿La novela la escribió tras la experiencia política?
-La idea estaba en mi cabeza hace mucho. Es una idea, la de volar, recurrente, y estaba de forma machacona en mi cabeza. Pero volar relacionado con liberarse, quitarse mochilas, con ser uno mismo. Eso estaba en mi cabeza, pero empecé a escribirlo en mi periodo de entreguerras. En la misma semana que dimití, me fui de viaje a la Provenza y el escenario siempre me pareció muy atractivo. El lugar me parecía perfecto para una novela aunque una novela no radica solo en la geografía, sino en un espacio mental y ese es la libertad. Pero sí que la empecé a escribir después de la dimisión, así que este libro es de mi periodo de entreguerras, la mía personal y este drama de ahora. Es un paréntesis de felicidad, que es lo que quiere transmitir esta novela.
-¿Nada más dimitir se fue de viaje hacia la Provenza?
-Sí. Con el coche. Una amiga y yo, salimos hacia allí. Yo quería verlo, había escenarios que tenía en la cabeza como si fuera un localizador de cine. Fui a oxigenarme, a quitarme plomo de las piernas y a buscar sensaciones y lugares. Al final, construir una novela no es tan diferente a construir un aeropuerto. Lo piensas, lo diseñas, lo construyes y a veces se quedan pájaros dentro. Eso fue lo que hice.
-Y entonces, regresó a casa a construir el aeropuerto.
-Tienes que aprovechar todas las experiencias. Escribes para llenar vacíos, como desquite contra la realidad o las circunstancias, y este libro es una evasión necesaria. Para mi escribir también lo ha sido.
-Pero este es un libro que tiene mensaje, ¿no?
-Es profética hasta la cubierta, en la que sale un adolescente asomado a una ventana con ganas de libertad, mirando otras ventanas. Hasta la frase de Aute estaba elegida antes de que falleciese: “Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo”. Esta novela tiene mucho mensaje. Habla de la necesidad de ser feliz, de la vida, de la importancia de ser nosotros mismos. El protagonista descubre que que es diferente y ahí empiezan las preguntas: cómo actúan los demás con él, cómo actúa su familia... Es una fábula, un canto a la búsqueda de la aceptación de la libertad.
-La normalidad, esa palabra... nadie es normal.
-Es que si la normalidad es ficción, imagina la nueva normalidad. Yo reivindico el valor de la diferencia frente a eso llamado normalidad porque todos somos especiales, únicos, todos somos raros y necesitamos amor. Y el amor se convierte en el mejor antídoto, tanto en la verdad como en la vida.
-Me siento cursi al decirlo, pero hace falta más amor.
-Hace falta diálogo, más amor, hace falta ceder, llamar por teléfono, aprender del diferente y hasta del enemigo. Tener una mirada más amplia. Y no es cursi, es necesario, es vital.
-Las emociones tienen un papel muy importante.
-Habla de la familia, de los padres, que cada uno con sus sentimientos y las mejores intenciones tratan de ayudar, pero a veces puedes destrozar, puedes equivocarte tanto que no entiendas al diferente. Y ninguno de los padres se ajusta a lo que el niño de la ficción necesita. El título no es romántico, es un grito.
-Y es un lamento, porque llega tarde.
-Exacto. Una reivindicación. Siempre llegamos tarde a casi todo, eso sí lo creo. Y la vida no es tan larga, nuestro paso por el mundo es muy limitado. Todos pretendemos pertenecer a la masa y lo que nos hace mejores es la rareza.
-¿Qué ha aprendido sobre usted mismo?
-Ha sido un refugio y sirve para sobrevivir al invierno. Ha sido una evasión, que es necesaria. No sé lo que he aprendido, pero sí lo que he sentido. Me he sentido agusto y feliz. Uno escribe para aprender ese refugio.