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Historia

Covid-19: Peligro de extinción para las tribus aisladas

El coronavirus resucita el fantasma de la conquista y puede diezmar de nuevo a las tribus americanas, desde el amazonas hasta el pueblo navajo

Pedro dos Santos, líder de la comunidad Naciones Indígenas, de Brasil, con una mascarilla.
Pedro dos Santos, líder de la comunidad Naciones Indígenas, de Brasil, con una mascarilla.Felipe DanaAP

Ya sucedió antes, cuando todavía no se sabía qué era una epidemia y las plagas estaban consideradas un castigo de Dios o un azote de las divinidades por caer en vicios o tropezar con idolatrías. Los españoles descubrieron América en 1492 y ya en 1493 un brote de gripe diezmó a los nativos de La Española. Su población se redujo 100.000 a 50.000. En 1518, aparece la viruela, que enseguida salta a Cuba, Nueva España y América Central. Llegaría incluso a Perú. El inca Huaya Cápac moriría contagiado y su sucesión en el trono acarrearía una guerra intestina y desgarradora que debilitaría a su pueblo. Una tragedia que remataría la posterior llegada de Francisco Pizarro. Los virus avanzaban más rápido que los propios conquistadores. Fue la avanzadilla que anunciaba su presencia y que traía malos augurios. «No conocemos exactamente la población que había en el continente americano entonces. Se calcula que alrededor de 30 millones. De esos, murieron el 80 por ciento y a finales del siglo XIX solo quedaban dos millones. Tenochtitlán cae, entre otras cosas, por los estragos de la viruela, que acabó con la vida de miles de indios. Cuando Cortés entró en la ciudad describe que la mitad de la población estaba enferma y por los suelos», explica el historiador Esteban Mira Cabellos.

Un viejo fantasma

La propagación de la Covid-19 por tierras americanas ya está afectando a las comunidades indígenas americanas, con un sistema inmunológico diferente, no más débil o peor, y en ocasiones muy aisladas del exterior, y vuelve a resucitar en sus conciencias el fantasma de aquellas olas epidémicas que extinguió a tantas culturas. «La situación del siglo XVI puede volver a darse en los Andes y el Amazonas», comenta José Úbeda, geógrafo del departamento de la Universidad Complutense que ha trabajado sobre el terreno. «En una de las etnias, los Shipibos, se ha producido ya la muerte de quince de ellos. Están en la Amazonía, en Perú. Allí no hay respiradores y tampoco técnicos para entubar. En una región, conocida como Loreto, los médicos se han ido por temor. El impacto puede ser terrible». Para José Iravedra, del departamento de Prehistoria de la UCM, que ha trabajado con comunidades en América y África, el problema «es que en el caso de que una de ellas fuera muy pequeña, directamente puede desaparecer. Para estas poblaciones, la viruela, la gripe o el coronavirus puede ser letal. Hay que tener en cuenta que estas personas no tienen una salud muy buena, además. Esto agrava el impacto. En África es común la desnutrición. Y eso es un factor de riesgo evidente. También es cierto que son jóvenes y que eso puede amortiguar algo el impacto». Las condiciones físicas es un tema fundamental. Mira Cabellos, de hecho, hace hincapié en ellas para explicar la propagación de enfermedades entre los indios americanos. El hambre, los trabajos exhaustivos en las minas, un entorno pobre, una economía de subsistencia y el hundimiento de su civilización ayudaron a que aumentara la cifra de muertos. «No se puede separar la incidencia de una epidemia del aporte proteínico, la buena sanidad o los maltratos. Y, también, componentes psicológicos. Ni siquiera tenían sus dioses a los que rezar. Para ellos fue una hecatombe. Los virus también tuvieron su papel en la expansión que se produjo en África y Oceanía durante el siglo XIX».

Este dibujo de la «Historia» de Bernardino de Sahagún muestra enfermos de viruela en el asedio de Tenochtitlán
Este dibujo de la «Historia» de Bernardino de Sahagún muestra enfermos de viruela en el asedio de TenochtitlánLa RazónLa Razón

Alejo Rojas, conservador del Museo de Arqueología, Antropología e Historia de Perú, explica que «las enfermedades y brotes infecciosos (malaria, dengue, lepra, chagas, etc.) se han sucediendo asociadas a la modernización en la Amazonía. La pandemia concentrada en áreas urbanas, en ciudades como Iquitos en el Perú, ya se ha extendido a todas las regiones (departamentos) de la selva. Asimismo, el contagio es mayor en áreas con mayor población mestiza, como vectores de transmisión, por un menor desarrollo en el sistema inmunológico de los individuos y un mayor riesgo de contacto de poblaciones aisladas. Esto sucede como un proceso continuo e invisible en gran medida». Él mismo incide en que «el mayor riesgo está en las poblaciones que viven en aislamiento voluntario, denominados “no contactados”, al haber desarrollado menos un sistema inmunológico para enfermedades nuevas o procedentes de las ciudades y, a su vez, más alejados del sistema sanitario. Este escenario se torna más peligroso y requiere de las medidas que sean más oportunas para el caso».

Del sur al norte

Félix Jiménez, ex director del Museo de América en Madrid, comenta que «apenas había 25.000 castellanos a mitad del siglo XVI desde la Florida hasta Tierra de Fuego. Por mucho que hubieran podido matar, no habrían podido causar esa mortandad. El impacto de las enfermedades explica la conquista. La varicela fue especialmente mortífera». La actual propagación de la COVID-19 también amenaza al pueblo Navajo, en Norteamérica, unos nativos que han sufrido mucho a lo largo de la historia. «Los españoles también estuvieron en contacto con los indios de las praderas. Ellos también sufrieron esas epidemias. En el tercer tercio del siglo XVI, la mitad de los grupos tribales que comprendían este territorio estaba diezmado. Ahora, en América, les llega esta nueva oleada epidémica que viene, esta vez, de Asia, y que les puede arrasar. Pero también hay que señalar que los indios también pasaron enfermedades a los europeos. Por ejemplo, la sífilis, que luego hizo estrago entre los europeos», comenta Mira Cabellos.

Los Panará, una tribu indígena de Brasil, todavía recuerdan la gripe de 1970. Su incidencia redujo su pueblo de 479 individuos a 70. Hoy es recordada como «el momento en que todos murieron». Las imágenes todavía no se han olvidado y aparece el coronavirus. Uno de sus jefes ha admitido «que una nueva enfermedad ha vuelto a aparecer. Estoy muy preocupado». Las perspectivas no son buenas. Muchas comunidades han optado por aislarse del exterior. Bloquean las carreteras e impiden el paso de extranjeros. El problema es que la policía que les protege se han marchado y hay muchos mineros que se adentran en su territorio para explotar yacimientos ilegales de petróleo y otras materias primas de gran valor económico. A esto hay que sumar su pobreza, una sanidad inexistente o deficiente y unos barrios deprimidos. Lo que hace a muchos temer por la supervivencia de algunas de estas culturas.

Para Alejo Rojas, si esto sucediera, sería terrible: «La pérdida de una cultura, como en cualquier parte del mundo, es lamentable, pero esta es aún más cuando esta es menos conocida. El conocimiento compartido de una sociedad es la forma como abordan y enfrentan los problemas comunes y esto, además, podría ser planteado para un hábitat tan particular como es el amazónico. Estas culturas representan soluciones adaptativas que pueden ayudar o limitar nuestras posibilidades de desarrollo y supervivencia futura. Entonces, la pérdida de dicho patrimonio intelectual refleja asimismo el desconocimiento y desprecio hacia las posibilidades uno mismo y hace menos propicia nuestra propia percepción de la condición humana. Incluso, hay casos donde el abandono y la negligencia produjo la pérdida completa del patrimonio cultural amazónico, conservado en el área urbana de un país, como en el incendio del Museo Nacional de Brasil durante la actual gestión del presidente Jair Bolsonaro».