La mujer que enseñó a pensar a Sócrates
Aparece en los diálogos de Platón y según la tradición enseñó a filosofar al pensador griego, aunque su nombre se mueve todavía entre la realidad y la leyenda
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«Comenzando, pues, con las cosas bellas de aquí, y sirviéndose de ellas como si fueran los peldaños de una escalera, se ha de iniciar una continua ascensión con las miras puestas en esa belleza […] absoluta […]. Este es el trance de la vida, querido Sócrates –dijo la extranjera de Mantinea–, que, más que ningún otro, merece ser vivido por el hombre cuando se contempla la belleza en sí». Así resuenan las hermosas palabras de Diotima, su famosa «escalera del amor», en el «Banquete» de Platón. Cito la fiel traducción de Óscar Martínez García aparecida hace un par de años en una sugerente colección titulada precisamente «Los secretos de Diotima». Pero, ¿quién es esta misteriosa filósofa evocada por Platón en boca de Sócrates y cuáles son los secretos que nos revela con esta poderosa metáfora? Su sombra es alargada y se extiende por toda la historia de la filosofía occidental, desde su aparición estelar en el momento culminante del simposio platónico, cuando Sócrates interviene para dar su visión del amor después de la de sus compañeros de mesa y antes del final del diálogo, tras la memorable aparición de su amante Alcibíades notoriamente borracho. Este momento cumbre y la inolvidable intuición filosófica de Sócrates-Platón que nos transmite pasarán al dominio universal bajo la especie divulgativa del «amor platónico», que quedará indeleblemente asociado a esta misteriosa mujer.
Sabia y sacerdotisa
Cuando le llega el turno de hablar, Sócrates introduce el discurso de una mujer de Mantinea –ciudad arcadia en su momento enemiga de Atenas– de nombre Diotima, que retrata escuetamente diciendo que era sabia en diversas cuestiones, no solo en el amor: como sacerdotisa que previno la letal epidemia ateniense 10 años atrás, aplazando el castigo divino mediante sacrificios. Esto la empareja con otra figura mítica de sabio adivino que vino en auxilio de Atenas ante una maldición y una peste, el cretense Epiménides. El juego de máscaras en los diálogos platónicos es siempre fecundo para la interpretación, pero en este diálogo se nos antoja una invención literaria genial, como ha notado muy convincentemente Giovanni Reale en su imprescindible libro «Eros, demonio mediador». Reale se centra en las diversas máscaras platónicas –a mi ver, de clara inspiración dionisíaco-teatral– y, en el caso que nos ocupa, en la doble máscara de Sócrates bajo la de Diotima para mostrar su doctrina más excelsa, la de iniciación en «las cosas del amor», que son también los fundamentos de su filosofía.
Diotima retoma así el discurso de Sócrates de que Eros, el amor, no es hermoso ni bueno, paradójica afirmación. El argumento lleva a considerarlo, entre razones y mitos como el de su nacimiento de la Pobreza y el Recurso, una suerte de «ser intermedio», un mediador con lo divino. El tránsito al discurso directo es suave y así argumenta Diotima, que ciertamente parece un «alter Socrates», en la traducción del inolvidable texto platónico: «–[Es] un gran demonio, Sócrates, porque también todo lo demónico está a mitad de camino entre lo divino y lo mortal. –¿Y cuál es su poder? –repliqué yo. –El de interpretar y transmitir a los dioses los mensajes de los hombres y a los hombres los mensajes de los dioses: los ruegos y sacrificios de los unos y los mandatos y recompensas de los otros. Actuando como intermediario, llena el hueco entre ambos de manera que todo quede unido consigo mismo [...] existen muchos demonios y de muy variada clase y uno de ellos es Eros».
Ahí está el trasfondo mántico de Diotima, recuperando el viejo recurso presocrático de la revelación divina, entreverado con la placentera mitografía de Platón. Es, en efecto, una suerte de discurso revelado, como dice Reale: «Hay que advertir que, con la introducción de la máscara de la sacerdotisa Diótima, bajo la cual se oculta la máscara de Sócrates, Platón intenta infundir en el discurso un clima altamente religioso, escenificando un auténtico ceremonial de “iniciación a los misterios” en los distintos estadios, muy diferentes entre sí, a saber, el preliminar de purificación, el inicial (pequeños misterios) y el supremo y conclusivo (grandes misterios)».
Platón explotará en muchos otros pasajes (pienso en el «Fedro», el «Gorgias», la «República», etc.) la analogía que hace de la filosofía con «los verdaderos misterios» en un recurso que luego abundará el neoplatonismo, pagano y cristiano. Como ve Reale, Eros es en este pasaje un trasunto de la idea de la «copula mundi», aquello que conecta las cosas y unifica el Todo, la vieja aspiración de retorno a la Unidad primigenia, tan cara a la deriva mística del platonismo. No es Eros un demon cualquiera. Ni Diotima una sacerdotisa cualquiera: es toda una «maestra de verdad».
¿Personaje real o no?
Su propio nombre parece aludir a un juego de palabras –¿honor de Zeus?– y su origen en Mantinea posee una resonancia etimológica de la adivinación («mantiké techne»). En todo caso, hay una vieja disputa en la «scholarship» moderna desde el siglo XIX en torno a la identidad e historicidad (o no) de esta misteriosa sacerdotisa y maestra de Sócrates. Se ha querido ver en ella un trasunto de la histórica Aspasia, concubina de Pericles y famosa por el círculo intelectual que regentaba en la Atenas de Sócrates. Muchos la consideran una filósofa más que una hetera: y probablemente lo fuera, como parecen indicar los diálogos de corte socrático, por desgracia perdidos, que se dedicaron a ella. Además, Aspasia también aparece en otro diálogo de Platón con su propia identidad, en el «Menéxeno», donde esboza un curioso remedo del discurso fúnebre pronunciado por su marido. Así que, en principio, con tal personalidad y cameo, no parecería necesario disfrazarla con los ropajes de una sacerdotisa y adivina de nombre parlante como Diotima.
En todo caso, hay quienes creen que fue un producto de la mascarada platónica, como Reale, y quienes como Mary Ellen Whaite –estudiosa de la historia de las filósofas– piensan que Diotima existió realmente y no hay necesidad de identificarla con Aspasia.
Por su parte, un reciente libro del helenista y violonchelista Armand D’Angour, «Sócrates enamorado», se inclina por recuperar la identificación entre ambas. Pero la carga de la prueba –ya que no hay casi ninguna– está en los que quieren demostrar estos extremos, más allá de la máscara y la escenografía platónica. Lo importante, desde luego, es que son las dos únicas mujeres caracterizadas como filósofas en los diálogos de Platón, aunque probablemente hubo otras mujeres, como Axiotea de Filesia y Lastenia de Mantinea, que frecuentaron la Academia. Como apunta sagazmente Emilio Lledó, puede que no importe demasiado si Diotima existió: lo que cuenta es la apabullante preeminencia de un personaje femenino en un diálogo platónico ¡frente al propio Sócrates! Pasarán siglos hasta que otro nombre resuene con tal fuerza en la filosofía griega, con la llegada de Hipatia, para la que remito a los excelentes ensayos de Clelia Martínez o Edward Watts.
Los secretos de Diotima, no solo su identidad e historicidad, sino la verdadera naturaleza de su enseñanza, me temo que seguirán discutiéndose por largo tiempo aún. Es una de las cuestiones más apasionantes de la historia de la filosofía, hasta el punto de que ha inspirado diversas ficciones literarias y artística. Desde la famosa Diotima del «Hiperión» de Friedrich Hölderlin, maravillosa obra epistolar sobre la cual se ha construido gran parte de la leyenda del poeta alemán, hasta el «nom de plume» de la escritora polaca Jadwiga Łuszczewska, el personaje que interpreta una danzarina Leni Riefenstahl en el filme «La montaña sagrada» (1926) o la vital Diotima, entre cuerpo y espíritu, de «El hombre sin atributos» (1930) de Robert Musil, larga es la sombra de este misterio. En España, sobre todo, hay que mencionar la máscara de Diotima, que, entre autofilosofía y exilio interior, adoptó la pensadora María Zambrano: la antigua filósofa se aparece a la moderna para revelarle, como a Sócrates, unos fragmentos oníricos e inefables de su saber primordial. Hay diversas ficciones sobre ella, como últimamente, una recién publicada novela de Laura Mas titulada «La maestra de Sócrates» (Espasa), que sale esta semana. Pero entonces, ¿quién pudo ser esta Diotima? ¿Por qué abrió las puertas del amor filosófico a los no iniciados? ¿Filósofa o sacerdotisa? ¿Hemos aprendido algo de su pedagogía filosófica y femenina a través del platonismo o de la mística? Inasible, como un sueño o un pensamiento, Diotima se nos escapa. Sin duda, sus secretos siguen a salvo tras muchas máscaras, como la propia la contemplación de la Belleza en sí.