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Axel Kaiser: «"El #MeToo ha sido la manifestación más clara de la cultura totalitaria"

Su autor critica en este ensayo a aquellos que intentan destruir a los que no piensan como ellos

Axel Kaiser denuncia la «neolengua», ese intento de destruir y tergiversar la lengua, que George Orwell ya criticaba
Axel Kaiser denuncia la «neolengua», ese intento de destruir y tergiversar la lengua, que George Orwell ya criticabaLa RazónLa Razón

El escritor Philip Roth ya había anticipado los efectos destructivos de lo políticamente correcto en «La mancha humana», una de sus novelas más populares. El profesor Coleman Silk es acusado falsamente de racismo por uno de sus alumnos en la Universidad. Una denuncia que desencadena un drama de tristes consecuencias: él será despedido de su departamento y perderá su empleo, y su mujer fallecerá como consecuencia de la presión que produce el escándalo. Lo paradójico es que el protagonista es en realidad un negro de piel clara, de esos que a veces se confunden con negros, como cuenta el novelista. El autor apuntaba así a un mal que no ha cesado de crecer. Axel Kaiser denuncia estos efectos nocivos en «La neoinquisición. Persecución, censura y decadencia en el siglo XXI» (Deusto). «La corrección política es una reacción ideológica que tiene un conjunto de dogmas casi religiosos. Aquellas personas que los quiebran son víctimas de una cacería que intenta destruir su nombre, reputación e integridad moral. Funciona como las cacerías de brujas. No se requiere una prueba en la denuncia. Es suficiente con ella. En cuanto se acusa a alguien se genera una persecución que no es individual, es masiva, donde no importa si es cierto lo que se dice, no se da posibilidad de defensa a ese individuo o si aquello que se afirma sobre él es grave. Es totalmente irracional.

–Y coarta la libertad.

–Está produciendo censura a nivela individual y oficial. Ya hay quien no se atreve a expresarse, músicos que no saben si sus letras van a ofender algún colectivo, humoristas que no participan en actividades por temor al público, intelectuales callados en las universidades. Supone una restricción severa de la libertad de expresión y de la convivencia en democracia. Lo políticamente correcto es una amenaza a la democracia, porque cultiva un espíritu totalitario y no es posible entablar diálogo con puntos de vista diferentes bajo el pretexto de que se está cuidando la dignidad de grupos históricamente oprimidos. Con este halo de superioridad moral, promueven una agenda de poder para aplastar a los que no coinciden con su visión del mundo. Es incompatible con la democracia una cultura intolerante como es la corrección política. Esto es muy propio de la «neolengua», que está hecha para pervertir, tergiversar conceptos, corromper el pensamiento correcto en las personas y es muy útil a programas totalitarios, como demostró el comunismo, el nazismo y los regímenes antidemocráticos.

–Las redes sociales ayudan.

–Son el equivalente a las piras donde se quemaban a las brujas. Dictan la pauta de la prensa y tienen un efecto viral en estos eventos. Twitter es el espacio más tóxico, virulento y de mayor agresividad de todas. Juegan un rol decisivo en este clima inquisitorial porque dan voz a extremistas y amplifican su visión intolerante del mundo, más allá de lo que en realidad representa a la ciudadanía, y ayuda a polarizar la discusión.

–¿El #MeToo?

–Ha sido la manifestación más clara de la cultura totalitaria de la «neoinquisición». Su propósito era razonable, porque había conductas impropias y abusivas de hombres. Era una minoría que no comportaba el estándar de decencia que Occidente defiende. Existía entonces una cultura de mirar hacia otro lado y, en ese sentido, la indignación de las mujeres tenía fundamento. Pero el #MeToo no apuntó que estos hombres eran una minoría, sino que derivó en una histeria generalizada alrededor de la mujer víctima, que, en cuanto se declara víctima, eleva su estatus social y la pone en compañía de un grupo más grande de agraviadas que la hace sentir especial. Esto produce un ambiente hiperemocional, totalitario, en que no se distingue a nadie y todos los hombres son abusadores.

–¿La consecuencia?

–Cualquier denuncia hecha por una mujer es real y eso destruye el principio de presunción de inocencia, uno de nuestros grandes logros. Además, cuestiones que nunca han sido consideradas abusivas pasan a integrar el catálogo de herejías que deben ser perseguidas y sancionadas con la destrucción completa de la personas que han caído en ellas. El #MeToo es un ejemplo de cacería de brujas. Derivó en eso.

–Antes mencionaba la «neolengua».

–Todo movimiento totalitario busca aceptar una visión del mundo e imponerla por la vía violenta sobre los demás. Lo que debe conseguir para tener éxito, desde el punto de vista sociológico, es una transformación de las categorías instaladas en la sociedad. El orden jurídico, social y económico descansa en buena medida en las tradiciones, hábitos y modos de expresarse que tenemos en la vida en común. Si entendemos la libertad como una forma de perseguir nuestros fines, que nos respeten, que tengamos un mercado libre para poder hacer con nuestro dinero lo que queramos y decidir con quién trabajar, eso es incompatible con un modelo como el comunismo que pretende transformar la libertad con el de la igualdad. La libertad, dicen, es la igualdad que se consigue a través del Estado. Repitiendo esto sistemáticamente terminan por conseguir que muchos grupos apoyen esta idea nueva de libertad.

–Aquí entra la lengua.

–Es lo que George Orwell escribe en «1984». Lo mismo pasa con el concepto violencia. Herbert Marcuse hace una alquimia lingüística donde termina por concluir que la verdadera dictadura es la democracia liberal y que en realidad la democracia liberal sería la dictadura, que la violencia es el sistema económico del libre mercado y el Estado de derecho liberal, y que lo liberador sería este sistema en el cual estás legitimando la violencia física contra aquellos que no coinciden con tus postulados. Es increíble... Es común a todo el pensamiento fascista y marxista. O el feminismo hegemónico, que es un totalitarismo. Existe un feminismo razonable y con el cual todos coincidimos y estamos de acuerdo, pero no con el anterior, que lo que hace es reconstruir el lenguaje, como si fuera ingeniería social para que pensemos de otra manera. Para eso modifican las palabras, no usan artículos que corresponden... llega a ser ridículo. Pero tiene efecto y es pernicioso. Creen que con cambiar el lenguaje van a derrumbar el patriarcado, que para ellos está anclado en el lenguaje que tenemos hoy. Yo lo refuto.

–Asegura que es un asalto a las instituciones.

–Es un ataque a la democracia liberal, que se basa en que todos somos iguales desde el punto de vista de la dignidad. Se persigue tener un privilegio para diferentes colectivos de minorías étnicas o sexuales, aunque muchos de ellos mismos no están de acuerdo con estas posiciones. Pero lo que genera es dividirnos en tribus. A diferencia de la democracia liberal, que se funda en la existencia en un individuo con derechos fundamentales que trascienden la comunidad, estas ideologías lo fundamentan todo en lo colectivo. Para ellos no es relevante el individuo y la libertad, que desaparece. Se establecen asociaciones tribales en colectivos a los que se atribuyen características. Si eres blanco y heterosexual eres un abusador que no tiene ningún derecho a opinar sobre los demás grupos. Se diferencia entre amigo y enemigo. Estas ideologías persiguen destruir la democracia e instalar una dictadura.

–A esto es lo que llama «emocracia»

–Es lo que predomina. Una «emocracia» donde pesa la subjetividad, el mundo de interior de las personas. Esto se ve en las nuevas generaciones, que están repletas de fragilidades y que son incapaces de lidiar con la adversidad. Es lo que determina el curso de la actual discusión real y política. Es una vergüenza desde el punto de vista de una sociedad que pretende afrontar con madurez los problemas. Como todo se hace para no ofender al grupo, los problemas no se pueden plantear ampliamente. Acortamos la libertad para no ofender a otro y se sacrifica la verdad. Renuncias a hacer un diagnóstico real sobre problemas que tienes. No puedes solucionarlos. No se da salida a las inquietudes de sectores importantes de la ciudadanía que son presas de este clima totalitario de opinión y no se atreven a plantear preguntas que pueden resultar ofensivas o incómodas para ciertos grupos.

–¿Y eso lleva a...?

–Esta cultura de no hablar los temas y afrontar la realidades nos conduce a alternativas que no son moderadas. Se suprimen de la discusión salidas que apuntaban a soluciones reales. Como el diálogo no es racional es imposible conversar. Entonces esto deriva a una polarización de la política, desaparece el centro y se desemboca en una derecha más dura o una izquierda también más intransigente, y el centro, el de izquierda y el de la derecha, se vuelven más extremos. Con el tiempo pasa eso. Es un verdadero peligro.

–¿Esto a qué conduce?

–En Occidente va a haber una polarización cada vez más creciente. Hay quienes están buscando reparar el daño que se está haciendo y alcanzar conversaciones más razonables. El tema es si van a tener éxito o no, pero me sumo a esos esfuerzos. La idea de este libro es poner sobre la mesa algo de racionalidad en un debate dominado por el autoritarismo. Tenemos que seguir explicando a la opinión pública las ideas que son sensatas, hacer una cultura resistente, que no tenga que volcarse tanto en los sentimientos para no terminar ignorando la verdad. La clase política no tiene por qué ajustarse a las expectativas de determinados grupos y si se sienten de una manera o de otra. Es el único camino que existe para mantener la democracia liberal.