Orgullo gay: “Diferente” y otras películas que no han salido del armario
La única extravagancia homosexual del cine español fue esta cinta dirigida por Luis María Delgado en 1962 y basada en los deslumbrantes ballets del argentino Alfredo Alaria. Uno de tantos largometrajes políticamente incorrectos en los que lo importante es su exagerada sentimentalidad
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Cuando se piensa en el cine homosexual, muchos años antes de que se popularizara el término gay, acuden a la mente las típicas películas que pusieron de moda la temática homoerótica: “Muerte en Venecia” (1971), de Luchino Visconti, y “Ábrete de orejas, (1980), de Stephen Frears. Es fácil olvidarse de la segunda película de Visconti “Obsesión” (1943), que mostraba la relación amorosa entre dos hombres de clase humilde en una sórdida pensión.
Hasta “Los chicos de la banda” (1970) no se había rodado un filme comercial en el que todos los personajes eran gays. El cine solía presentarlos aislados, como mariquitas y amanerados chistosos. A partir del código Hays, en los años 30, Hollywood se permitía una mirada liberal sobre la sexualidad. Famosa es la escena de “Marruecos” (1930) en la que Marlene Dietrich vestido con un frac y chistera besaba a una mujer en la boca durante su actuación en el cabaret.
Por aquellos años el cine alemán gozaba de fama y libertad para realizar las primeras películas homosexuales. Famosas fueron “La caja de Pandora” (1929) de Pabst, en la que Louise Brooks interpreta a una mujer fatal libre y salvaje, y “Víctor o Victoria” (1933), que tuvo un famoso remake con Julie Andrews, en la que por primera vez una mujer se disfrazaba de hombre para triunfar, subvirtiendo los roles sexuales al seducir a un heterosexual.
Hasta la aparición de Andy Warhol, lo usual era representar a homosexuales y travestidos como individuos de sexo equívoco o personajes atormentados. En la Factory, sus famosas películas underground las protagonizaba una pléyade de superstars cutres, encabezadas por Joe Dallesandro, siempre desnudo y drogado, y numerosos travestis desacomplejados.
En “Mario Banana” (1964), Mario Montez, con una peluca acrílica y guantes de seda degusta una banana entre la irrisión y la obscenidad. Con él comienza la galería de friquis que culmina con la apabullante interpretación de Holly Woodlawn en “Trash” (1970), para el que George Cukor pidió el Oscar femenino de aquel año.
Andy Warhol realizó un cine gay desculpabilizado, ajeno a los estereotipos del cine comercial, como un western con vaqueros gays: “Lonesome Cowboys” (1968), precedente desenfadado del “comprometido” filme de Ang Lee “Brokeback Mountain” (2005).
John Waters, que lazó al estrellato a Divine, la “Godzilla de las Drag Queen”, fue el siguiente escalón gay. La única estrella underground que logró triunfar en Hollywood con “Hairspray” (1988), puso todas sus carnes en el asador en dos espantosas pero imperecederas películas friquis: “Multiple Maniacs” (1970), una comedia de horror en la que Lady Divine vence a base de orgasmos a una langosta gigante venida del espacio exterior, y “Lust in the Dust” (1985), parodia megadramática de “Duelo al sol” (1945), con el mismo final romántico, pero con Tab Hunter arrastrándose para morir junto a ella.
De entre las películas raras de los años 70, cumbre del cine erótico gay, los entendidos prefieren “Pink Narcissus” (1971). Fantasías de un chapero narcisista, dirigida por el fotógrafo James Bidgood, precedente directo de la estética kitsch de Pierre et Gilles y David LaChapelle. La películas se rodó en su apartamento, en 8 mm durante 8 años y la interpretó el sexy Bobby Kendall muy bien armado. Todo en ella es barroco, excesivo y de una belleza saturada de kitsch casero.
Muchos años antes, Ed Wood, el peor director de la historia del cine, dirigió su alucinante “Glen o Glenda” (1953), una de las primeras pelis sobre travestismo. Un serie B protagonizada por él mismo con su famoso jersey de angora, como el de Lana Turner, sin el cual era incapaz de dirigir y con él tampoco. Parece seguir la historia de Christine Jorgenson, uno de los primeros transexuales americanos que cambió de sexo en Dinamarca.
Si Ed Wood contó con el actor Bela Lugosi, otra rareza del cine gay que huía de los patrones ideológicos del colectivismo LGTBI es “Dioses y monstruos” (1998), la relación del director de cine de terror James Whale, interpretado por un magistral Ian McKeller, y su fascinación por un jardinero, Brendan Fraser. Historia crepuscular del director de “Frankenstein” (1931) que nunca ocultó su condición gay.
La única extravagancia gay del cine español fue “Diferente” (1962), del bailarín argentino Alfredo Alaria, basado en su deslumbrantes ballets. La historia de un rebelde afeminado que no le oculta a su familia su curiosa condición se adentra en el submundo gay sin disimulo. La dirigió Luis María Delgado y tanto la estética colorista kitsch como los bailes y descaro de las mirada de Alaria tienen un fuerte contenido homosexual, que la censura española no apreció en su momento y permitió estrenar sin cortes.
Otra gran peli de culto es “Toda desnudez será castigada” (1973), de Arnaldo Jabor, y “Un lugar sin límites” (1977), de Arturo Ripstein. Ambas se dan la mano por su exuberancia gay, una estética cutre y unas interpretaciones al borde del desatino dramático. En esta pelis políticamente incorrectas lo importante es su exagerada sentimentalidad, la tragedia que se cuece entre gritos, con interpretaciones más grandes que la vida. En la brasileña todo es sangre y desafuero, en particular la violación en la cárcel y su sorprendente final, cuando huye con su violador.
En “Un lugar sin límites”, Roberto Cobo, El Jaibo de “Los olvidados” (1950) de Luis Buñuel, interpreta a la Manuela, un travestido mexicano en un puticlub de mala muerte. Roberto Cobo definió el modelo del retrato intermitente de “Ocaña” (1978), libre, deslenguado y obsceno. Cualidades del realismo chungo de un cine gay fuera de toda norma.
La única película semi porno del escritor Jean Genet es “Un Chant d’Amour” (1950), de 26 minutos. En ella se narran las fantasías eróticas de un carcelero y un encarcelado gays. Rodada en blanco y negro y con una estética estilizada antivanguardista. Alejada de la sofisticada elegancia de Jean Cocteau en “Orfeo” (1950), interpretada por su novio Jean Marais.
El deseo del otro se muestra con descaro pero ajustado al tono poético carcelario que impuso el autor de “Querelle” (1982), de la que Fassbinder realizó una espantosa adaptación que rozaba el ridículo. “Sebastián” (1978), de Derek Jarman, es otra excentricidad inglesa. Rodada enteramente en latín vulgar con acento inglés sobre el famoso santo que resistió los envites sexuales de un centurión y fue asaeteado hasta la muerte; hoy convertido en uno de los iconos de la militancia religiosa gay.