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Clara Bow, la ardiente pelirroja masca chicle

Sus rizos, sus morritos, sus ojos en blanco y su forma de tocar a los "sugar daddies" causó un gran impacto. Era la auténtica "flapper girl"

Las mujeres de la época empezaron a querer ser como Bow: pedían su corte de pelo y fumaban y coqueteaban como ella
Las mujeres de la época empezaron a querer ser como Bow: pedían su corte de pelo y fumaban y coqueteaban como ellaEFEEFE

En 1920, llegó a Hollywood Elinor Glyn contratada para asesorar con su buen gusto «british» las películas de la Paramount. Pronto se dio cuenta de que los actores norteamericanos no sabían galantear y se propuso enseñarles a enamorar con clase. Cuando la MGM compró los derechos de su picante novela titulada «Three Weeks» (1924), Glyn se encargó de elegir para su Lady a una intérprete similar a ella. Era «basura europea» que daba clases de romanticismo a los galanes y examinaba a los palurdos aspirantes al estrellato. Fruto de su conocimiento del mundillo de Hollywood, escribió un artículo en «Cosmopolitan» titulado «It». El pronombre «it» lo había tomado de un relato de Kipling y lo definía como tener «eso»: «Un extraño magnetismo que atrae a ambos sexos».

Poseer pellizco erótico, como la pizpireta pelirroja que se contrató para encarnar a la «it girl» del filme «It» (1927). B. P. Schulberg, un judío letón que emigró con su familia a EE UU huyendo de los pogromos rusos, comenzó escribiendo «photoplays» a 25 dólares cada semana cuando las películas de un rollo se llamaban «flicks» porque parpadeaban. Además de escribir decenas de guiones para E. S. Porter, el inventor del cine narrativo, del primer plano, del fundido, los cortes directos y la yuxtaposición de dos líneas de acción en el primer western, «Asalto al tren expreso» (1903). B. P. se convirtió en el primer publicista del cine. Él creó el apelativo de «la novia de América» para Mary Pickford cuando firmó un contrato para Famous Players, la compañía de Porter, Zukor y Schulberg por veinte mil dólares al año.

Jeques, vampiresas y vírgenes

Cuando B. P. llegó a Hollywood, era un mundo de jeques, vampiresas, vírgenes y cómicos. Todos mezclados en las famosas fiestas salvajes descritas por Scott Fitzgerald en «Flappers y filósofos» (1920), donde no faltaba una fuente en la que zambullirse borrachos en las orgías de cada fin de semana. Clara Bow había ganado un concurso en Brooklyn que le permitió huir de la pobreza, de un padre alcohólico que la violaba y una madre esquizofrénica que la insultaba y pegaba a diario. Con 16 años, llegó a Hollywood y logró un pequeño papel. Schulberg, que tenía necesidad de reponer a su estrella Katherine MacDonald, la contrató para su pequeña compañía Preferred Pictures. En 1925, Clara Bow apareció en catorce películas. Al estrenar «Días de colegiala» (1925), B. P. la promocionó como «The Hottest Jazz Baby in Films».

Cuando leyó «It» le pareció el vehículo ideal para convertir a su ardiente pelirroja masca chicle en una estrella mundial. Se la presentó a Elinor Glyn y ésta dijo que «¡De entre todas las jóvenes encantadoras que he conocido en Hollywood, Clara Bow es la única que tiene “eso”!» B. P. le compró el eslogan perfecto por 50.000 dólares. En el filme, tener «eso» no era más que tener suerte y conquistar al jefe. Y a Clara Bow le sobraba: tenía pocas luces, pero brillaba con luz propia. Una vitalidad nerviosa y una encantadora forma de llamar la atención de los hombres, toqueteándolos y corriendo de un lado a otro. Bailaba charlestón, seducía a los hombres y los miraba por encima del hombro con ojitos picaruelos y su boquita de piñón. Al transformarse en la «It girl», sus rizos, sus morritos, sus ojos en blanco y su excitante forma de besuquear a los «sugar daddies» causó un gran impacto como la auténtica «flapper girl», o chica despreocupada. Libre, materialista y sexualmente emancipada.

Pelo color fuego

Las dependientas adoptaron su corte de pelo color fuego y reían, fumaban y ligaban como «flappers» dispuestas a beberse la vida en una petaca escondida en la liga y pegarle un buen mordisco a la cartera de cualquier magnate que las retirase. Para redondear el fenómeno de la chica con «eso», su padre acudió a la llamada del dinero dispuesto a dilapidar con su nueva mujer los doscientos cincuenta mil que ganaba al año. Mientras, su esposa Daisy DeVoe iba apoderándose de sus joyas, pieles y cheques hasta que el novio de Clara Bow descubrió que además le había birlado un paquete de cartas de amor con famosos con las que trató de chantajearla e impedir el juicio. Tuvo que intervenir de nuevo su «sugar daddy» B. P. y sacarla de este lío y de un chantaje de la mafia del juego del lago Tahoe.

Clara Bow era el nuevo mito erótico, la ingenua dependienta que desplazaba a las anticuadas vamps de ropería. El modelo de la oficinista faldicorta y con menos sesera que prejuicios. Capaz de tirarse a un equipo entero de jugadores en una orgía salvaje de alcohol y drogas, y otras proezas sexuales que Daisy vendió a la Prensa sensacionalista como «La vida amorosa secreta de Clara» (1930). A los 26 años, destrozada, fue incapaz de volver al cine sonoro. Su voz chillona y el acento de Brooklyn se lo impidieron. La pícara «superflapper» pelirroja dejó paso la bomba sexual rubio platino Jean Harlow. La «it girl» acabó como su madre, en un manicomio. Pero «eso» pervivió en el «knack» de los años 60, en los anuncios de «¡Veterano tiene eso!» y en el «mojo» de Austin Power que le robaba el doctor Maligno para despojarlo de su apabullante magnetismo sexual.