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Diseño

Salvatore Ferragamo: El zapatero que tuvo Hollywood a sus pies

El diseñador recibe un homenaje en el Festival de Cine de Venecia con el documental «Salvatore, shoemaker of dream», que repasa su vida y su trabajo con testimonios de familias y compañeros de la industria

Salvatore Ferragamo,
Salvatore Ferragamo,ArchivoFoto Locchi

Hay historias que parecen sacadas de la factoría Hollywood. Lo es la de Salvatore Ferragamo (Bonito, Italia, 5 de junio de 1898 – Florencia, 7 de agosto de 1960), aunque ningún guionista en Beverly Hills se viera con ganas de devolverle el favor a un hombre que participó en el germen de aquella maravilla llamada cine. La biografía se presta tanto que alguien debía contarla. Y ahí estaba Luca Guadagnino, uno de los directores italianos más internacionales, que se entrega por completo al culto de Ferragamo. Tanto, que en el documental sobre el personaje, la familia del homenajeado ha estado siempre presente. En pantalla, durante la presentación en el Festival de Venecia y también en la producción. Es decir, entregando el ingente material de sus archivos y supervisando el resultado. Y se nota.

Para quien no esté familiarizado con la figura, Salvatore Ferragamo fue uno de los diseñadores de zapatos más influyentes del siglo XX. Se le termina denominando así, con esta expresión tan snob, pero en sus inicios era simplemente un zapatero. Fue un niño de 12 de años que ideaba zapatos y los fabricaba con sus propias manos. Un artesano podría decirse también. Algo bastante diferente a lo que existe ahora, ya que la inmensa mayoría de los nuevos creativos serían incapaces de hacer nada con sus propias manos. No es un comentario gratuito, lo dice un crítico que aparece en el documental. El caso es que al niño se le quedaba muy pequeño su pueblo del sur dela península italiana, llamado Bonito, y se embarcó en uno de esos transatlánticos repletos que llevaron a media población del país hacia a América, la tierra prometida.

«Salvatore, shoemaker of dreams» (en español, «Salvatore, zapatero de sueños») es un cuento de hadas. Reúne varios mitos en uno: el del hombre hecho a sí mismo, el de la tierra de las oportunidades, el de los pioneros y el del emporio familiar. A Salvatore lo habíamos dejado en Ellis Island, con unos pocos centavos en el bolsillo. Pero, en lugar de quedarse en Nueva York, como tantos otros, decidió cruzar el continente en tren para llegar a California. En una historia de éxito no puede faltar la frontera, siempre presente en su vida. Y una vez cruzado el Rubicón, comienza el «business».

El joven abrió una boutique en Hollywood en 1923. Se le podría considerar un afortunado, aunque en este caso el concepto más trillado es el de visionario. El cine no era entonces más que una concatenación de cortos, un proyecto de incierto futuro. Y, por supuesto, no había nacido el sonido. Pero, finalmente, la industria funcionó. La producción de películas se disparó, los repartos daban trabajo a miles de personas y a todas ellas había que vestirlas. Como buen italiano, Salvatore Ferragamo ya se había ganado el favor de las estrellas, esas nuevas figuras, y de ahí consiguió calzar a protagonistas y a todo el atrezzo de las superproducciones. De cocinar spaghetti con Rodolfo Valentino a vestir los pies de las actrices más reconocidas de la época. Por ejemplo, Greta Garbo, Audrey Hepburn o Marilyn Monroe. La vida del «zapatero de las estrellas» es también el devenir de la industria del cine y, por eso mismo, entre los testimonios se encuentra el del director Martin Scorsese, estudioso de su profesión, admirador del personaje e italianófilo de carné.

El resto de entrevistados son miembros de su familia o algunas personas que pertenecen a la industria zapatera, aunque dicho así pierde bastante glamour. Sobre todo, porque el tropel lo encabezan alguno de los críticos más refinados o Manolo Blahnik, uno de los nuevos Ferragamo (y español, pues nació en Santa Cruz de La Palma). «La historia de mi padre estaba llena de momentos fascinantes y solo un documental podía contarla de forma completa», dijo ayer uno de sus hijos en rueda de Prensa. Escoltaba a Guadagnino, autor del filme, quien leyó una biografía del diseñador y decidió transformarlo en una película con el mismo nombre. «Ferragamo fue siempre un fuera de serie, pero también un ‘outsider’ y me fascina este rol», afirmó el realizador.

Prueben a consultar el precio de un Ferragamo (en la página web de la compañía se pueden encontrar zapatos de mujeres desde 250 euros a casi 2.000) y comprobarán que el negocio tampoco a él le fue mal. Sus diseños anticiparon su tiempo, fueron una revolución, pero hasta en la biografía del hombre más virtuoso hay sombras y en la película no las vemos. Se las ingenió para fabricar zapatos cuando en la Italia fascista no había cuero ni materias primas durante la época de la autarquía y superó la crisis de los años treinta para llevar a los famosos de Hollywood a Florencia, donde montó su nueva sede. El rico Salvatore se casó con una humilde provinciana de su pueblo en 1940 (Wanda Miletti, más de dos décadas menor que él), formó una familia numerosa y sus seis hijos se encargaron de mantener el negocio cuando el patrón murió antes de tiempo, a los 62 años, a causa de un cáncer de hígado. Las dos horas de elogios en los que consiste este documental presentado en la Mostra quizá se hagan un poco largas, pero hay historias tan cinematográficas que lo extraño era que nadie no las hubiera devuelto a la vida antes, como la del «zapatero de las estrellas», Salvatore Ferragamo.

La vida, tan complicada siempre, según Abel Ferrara

Abel Ferrara lleva cerca de una década rodando documentales. Buscando en las vidas de los otros los aspectos más turbios. El sexo, la muerte, el escándalo... Quizá andaba explorándose a sí mismo en personajes ajenos. Pero, ¿qué es un documental para el creador de documentales? ¿Qué es la vida? ¿Qué es el proceso creativo? Todas estas preguntas puede que resulten demasiada elevadas. Lo son. Pero el director del Bronx ha tratado de dar una respuesta aproximada o más bien cuatro brochazos esparcidos contra el lienzo en un proyecto difícilmente clasificable. Se llama «Sportin life» y es un filme sobre el modo en el que él mismo hace documentales, que ha sido presentado fuera de concurso en Venecia. Ferrara ha recibido un premio en el festival por parte de Jaeger-LeCoultre, uno de los sponsors del certamen, por ser uno de los «más controvertidos del cine contemporáneo» y, a cambio, ha proyectado sus reflexiones en la Mostra. Resultaría complicado incluir algo así en una selección estándar. Pero igual por hacer lo que ha hecho siempre, por saltarse las normas, su narración va pasando de lo incomprensible a lo interesante. El filme parte de la Berlinale de este año, donde Ferrara presentó «Siberia», su última película. Y con las preguntas más agudas que le hacían los siempre aburridos reporteros en las ruedas de entrevistas, ha tratado de ir respondiendo en diferido con una concatenación de imágenes de su vida. Cine dentro del cine con ayuda de uno de sus actores fetiche, Willem Dafoe. No sería tan original si no lo hiciera Ferrara y no llevara ese sello «noir» que trata de poner orden en medio del caos. Sus mejores aliados son una banda sonora rock que lleva a la Nueva York más underground, su catolicismo místico y unos cuantos planos de la pandemia. Eso es la vida para Abel Ferrara. Una mente complicada.