Crítica de “Verano del 85″: Bailaré sobre tu tumba ★★★★✩
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Dirección y guión: François Ozon. Intérpretes: Benjamin Voisin, Félix Lefebvre, Philippine Velge, Melvil Poupaud. Francia, 2020. Duración: 100 minutos. Drama.
Toca hacer recuento. Recordar qué se sentía a los diecisiete años, cuando un príncipe azul con aguijón dentro podía salvarte en medio del mar, como en una película de piratas de sesgo LGTBI. François Ozon tenía la edad de su protagonista en 1985, y es probable que también estuviera dispuesto a enamorarse hasta las trancas, bailar con The Cure hasta el amanecer y firmar pactos sacados de una mala novela romántica. Ozon leyó la novela de Aidan Chambers en esa época, y ahora ha sido el momento de recuperarla. No por nostalgia: “Verano del 85” nunca añora ese pasado sin móviles ni cámaras digitales, y con motocicletas al viento.
En todo caso, la suya es una nostalgia con los pies en el presente. Inventamos lo que amamos, dice un personaje. El pasado solo tiene sentido si lo convertimos en ficción. Es lo que hace Alexis, al que podríamos considerar un alter ego de Ozon. Le da una forma de relato, como escritor en ciernes que es, a su historia de ‘amour fou’ con final tanático, de modo que lo que vemos es su versión literaria de los hechos, que podría ser real o ficticia. Con esta argucia metaficcional, tan del gusto del Ozon de “Swimming Pool” o “En la casa”, asistimos también a una reverberación de sus primeras películas, en las que la pasión y la muerte son hermanas incestuosas.
David, el amor de verano que saca del armario a Alexis, es un libertino típicamente ozoniano, hijo del Fassbinder más canalla. Impulsivo, imprevisible, volátil y omnívoro sexual, David lleva el peligro escrito en la frente, y de algún modo carga con la responsabilidad de devolvernos al Ozon que más nos gustaba, el de “Los amantes criminales” y “Gotas de agua sobre piedras calientes”. Cuando su personaje se ausenta, la película se decanta hacia la puesta en abismo de un relato casi criminal, y pierde un poco de pie, sobre todo cuando quiere asumir bruscos cambios de tono -la escena de la morgue, tan deudora de “Una nueva amiga”- que se le atragantan, pero remonta cuando empieza a creer en los rituales, en bailar sobre la tumba de los amantes como revulsivo erótico-vital.