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Cultura

Lo tétrico de vivir en una sociedad “tremendamente hostil”

Mónica Ojeda publica “Las voladoras”, ocho cuentos donde la autora relaciona la violencia humana con lo natural y refleja que “existen diferentes tipos de horrores cotidianos”

Mónica Ojeda, autora de "Las voladoras" (Páginas de espuma)
Mónica Ojeda, autora de "Las voladoras" (Páginas de espuma)Alberto R. RoldánLa Razón

“Había algo tétrico y sucio en esa preocupación popular que se regozijaba en el daño, en el hambre por los detalles más sórdidos. Las personas querían conocer lo que un padre era capaz de hacerle a su hija, no por indignación, sino por curiosidad. Sentían placer irrumpiendo en el mundo íntimo de una chica muerta”. Estas líneas pertenecen a “Las voladoras”, libro de cuentos escrito por la ecuatoriana Mónica Ojeda. El fragmento pertenece, en particular, a una historieta que desprende algunas de las ideas que ha pretendido abordar la autora. Dolor, morbo, violencia, miedo, vergüenza de la víctima y júbilo del observador.

“El objetivo es que cada cuento fuera un microcosmos dentro del gran universo que es el libro”, explica Ojeda a LA RAZÓN, y añade que “no es un libro territorial, es de geografía emocional, porque todos hemos sentido el dolor de perder a alguien, la violencia sobre nuestros cuerpos o hemos experimentado el amor y el desamor, es ahí donde conectamos”.

De esta manera, la autora, considerada una de las voces literarias más relevantes de Latinoamerica, propone con “Las voladoras” una visión entre lo terrenal y lo celestial, una combinación de lo sobrenatural y lo puramente físico que engloba al lector en todo un cruce de sensaciones. Todo ello, plasmando el horror de una manera tan bella que sobrecoge.

Gótico andino

El título del libro, que también es el del primer cuento, “surge de una leyenda oral de un pueblo de Ecuador, ubicado en la zona de los Andes”, expresa Ojeda. En este mito, se dice “que cualquier mujer de cualquier familia de ese lugar, por la noche, podría entrar en trance, subir a los tejados, untarse las axilas con miel, abrir los brazos y volar”.

De esta manera, la relación entre cielo y tierra se ve en esta leyenda en "la idea de que las mujeres tienen un vínculo con lo telúrico y lo aéreo a la vez”, como las brujas, que “tienen una magia ligada a la tierra pero, sin embargo, vuelan”. Asimismo, asegura la autora que “me pareció una metáfora muy potente de la leyenda el componente andino, pues la cordillera es un pedazo de tierra tratando de alcanzar el cielo”.

Para transmitir esta idea, Ojeda hace uso de lo gótico, lo oscuro, lo tétrico, de las poblaciones andinas, para trasladarlo a “lo cotidiano”, a la “violencia que vivimos hoy en día, como son los feminicidos, la violencia intrafamiliar, los tabús sexuales...”, explica. Es decir, en el marco de la mitología andina y a través de “brujas que separan sus cabezas de sus cuerpos” y otro tipo de locura terrenal, aborda “el miedo que surge precisamente de la violencia, de lo que es capaz de generar en los cuerpos”.

“Actualmente vivimos unos tipos de violencia a los que hemos logrado poner nombre, como el feminicidio o el incesto”, continúa Ojeda. Este último “lo trabajo en el libro desde varias aristas: no es lo mismo el incesto de un padre que viola a su hija que el de dos hermanas que voluntariamente se desean”, explica. Asimismo, apunta que “es diferente la violencia que uno ejerce sobre el cuerpo de su amigo, que la violencia de la muerte”. Con esto, lo que pretende es plasmar, a través de un lenguaje que no solo absorbe, sino que da la sensación de que se materializa, que “hay diferentes tipos de horrores cotidianos”.

Para miedo e incertidumbre, el generado por la pandemia del coronavirus. Ante esto, Mónica Ojeda opina que, “si ya mucha gente estaba antes sumida en la ansiedad, ahora se ha agregado una raya más al tigre”. “Normalmente no lo pensamos, pero todos estamos sumidos en el miedo, lo que pasa es que hay distintos tipos. Algunos sobrellevables, y otros que no paran de crecer. Ahí surgen los problemas y siento que lo que está ocurriendo puede llegar a desbordar el vaso, y ojalá no lo desborde. Pero, por supuesto, sí, es complicado y una cosa más a la que hay que intentar sobrellevar”, explica la escritora.

Perros y personas

Entonces, ¿intenta denunciar la violencia entre las personas? “Cuando hago literatura no me interesa denunciar, sino abordar, investigar una determinada realidad”, asegura Ojeda. Con esto, pretende “conocer el fondo de lo humano, que también es el fondo de lo animal, porque todos tenemos un fondo animal”. De hecho, a lo largo del libro, aplica paralelismos entre las personas y los animales, de tal manera que cualquier comportamiento del uno se podría aplicar al otro. En este sentido, cabe destacar unas líneas de uno de los cuentos: “El perro solo le babeaba los talones y, si se alejaba un poco, si le daba por pasear y orinarse encima de otros pies, siempre regresaba con el hocico limpio a casa”.

Por tanto, la autora ha querido “entender de dónde proviene lo inentendible de la violencia, lo cual es paradójico”. A esto, aunque Ojeda sí ve algo positivo “en la parte comunitaria, que a veces nos salva”, añade que “la única forma de que el miedo vaya a menor es que dejemos de vivir en sociedades tremendamente hostiles. Yo quisiera que esto fuera a mejor, pero, la verdad, es que no soy muy positiva al respecto”.

Criaturas que se suben a los tejados y alzan el vuelo, una adolescente apasionada por la sangre, una profesora que recoge la cabeza de la vecina en el jardín, una chica incapaz de separarse de la dentadura de su padre, terremotos apocalípticos... Estas son algunas de las historias que propone Ojeda, historias tan extrañas como extrapolables a la realidad. Pues, insiste, el miedo y la violencia son universales.

El peligro del observador

Cabe destacar uno de los cuentos, “Soroche”, como gran ejemplo de la facilidad de reflejo de las historietas a lo cotidiano. En este relato, una mujer es víctima de los estereotipos y las Redes Sociales. “Es interesante que mencione este cuento, porque me interesaban averiguar muchas cosas”, continúa la escritora, “pero sobre todo investigar el papel de quien observa”.

“Solemos creer que, como observadores, somos pasivos, y que los activos son quienes colocan fotografías o videos en las redes sociales”. No obstante, Ojeda asegura que esto “es totalmente falso, porque en el observador hay una actitud, una posición”. Por ello, en “Soroche” trabaja el análisis de “quiénes observan, cómo, qué hacen al observar y qué le hacen a la persona que es observada”. Eso mismo, asegura, “hay que plantearse hoy en las redes sociales, cuál es nuestro papel como personas que miramos”.