Sito Miñanco, presidente: años de prostitutas, droga y excesos
El periodista Felipe de Luis publica “Sito Presidente”, sobre los años en los que el famoso narco gallego se hizo con el equipo de fútbol de Cambados para llevarlo a la élite
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El mito de Sito Miñanco es uno de esos que por icónicos y pegajosos en la psique colectiva, es imposible levantar de la noche a la mañana. Mucho antes de que el ruido de las lanchas dejara a todo el mundo sordo y que el dinero de los narcos dejara a todo el mundo mudo, la sombra de José Ramón Pedro Bugallo se empezó a alargar de la mano del pequeño club de fútbol de su pueblo, Cambados, en la provincia de Pontevedra.
Esta es, al menos, la tesis de «Sito Presidente», la investigación que se hace verbo en un libro del periodista Felipe de Luis Manero y que ahora publica la editorial Pepitas de calabaza. Desolado por el fallecimiento repentino de su padre y en pleno velatorio, Bugallo decidió hablar con su tío, histórico dirigente del club, y hacerse con el Juventud Cambados para resarcirse y para, según el autor, «saciar su ansia de ser querido».
De hecho, De Luis cree que el infame narcotraficante «era un adicto al cariño de los demás, al respeto y al amor de la gente». Esa personalidad, marcada a fuego por el carisma de los líderes populistas y la sangre fría de los capos del crimen organizado, salpica la narración del libro: «Todo arranca porque leí en un periódico la conversación entre dos narcos jóvenes. Cazados por un micrófono indiscreto durante una operación antidroga, hablan de Sito como una leyenda, obviando totalmente la realidad. Hablan de él como un ídolo, un modelo a seguir», detalla sobre el génesis.
En efecto, la investigación le llevó a perseguir un fantasma en vida que todavía pesa en la localidad en la que se hizo con el estatus que hasta entonces solo se reservaba para las «meigas» y los «trasgos»: «El ambiente es de un hermetismo total y absoluto. Yo siempre enfoqué el libro en lo humano, en la anécdota, con el fútbol y las drogas pasando por allí de largo. Eso ya está contado. Aun así, a la gente le cuesta mucho hablar. Es como una especie de lealtad que ellos creen que le deben, porque piensan que hizo mucho por el pueblo», explica De Luis Manero. Y sigue: «Es difícil que haya gente que te hable de la situación, pero una vez entran en confianza, casi nadie lo hace mal de él. Siempre hay una justificación, que incluso llega hasta la comparación con personajes o políticos de nuestros días. Entienden, a su manera, claro, que no hacía daño directo a nadie».
El carisma del aficionado
«Sito presidente», además de un cuadro perfecto sobre la España que se quería levantar a sobre su esqueleto, es un testamento íntegro de cómo los billetes empezaron a contaminar el deporte, más o menos humilde, desde finales de los 80: «Miñanco no era un gestor, era un aficionado con dinero», explica el autor, antes de analizar su figura en relación a los Jesús Gil o Ramón Mendoza, que perfeccionaron la artesanía de eso que hemos convenido en llamar presidente mascota: «Bugallo iba siempre más allá. Claro que hay muchas similitudes, pero la gran diferencia está en que en esos equipos había estrellas. En el Cambados la estrella era Sito. Son personalidades que, al final, terminan arrasando y lo devoran todo a su paso. Son gente insaciable, impulsiva. Gil podía llegar a ser violento o agresivo, pero Sito siempre intentaba usar la mano izquierda, al menos, como presidente del club», narra el autor.
Entre el anecdotario de una sociedad deportiva en la que se había llegado a encerrar a un árbitro amenazándole, mucho antes de que llegaran las narcopesetas y las trifulcas siguieron siendo habituales una vez Bugallo abandonó la presidencia, resuenan las mariscadas con la Prensa deportiva, los regalos improcedentes y, por encima de todo, las concentraciones en el Parador de Cambados.
Arquetipo de la horterada aplicada al balompié, el proceso de preparación de los partidos del Juventud Cambados en preferente implicaba pernoctar en el establecimiento más lujoso de la localidad para jugar al día siguiente en un campo de tierra. «En el Parador cada uno tenía su propia habitación y los que querían tenían a su disposición a su amante, bien fuera fija o una prostituta contratada para la ocasión», explica con sorna el autor. Y remata: «Uno de los entrenadores me comentaba que aquello era como una excursión de instituto, como si fueran niños. Y no le falta razón, para muchos era tener a su disposición una serie de lujos de los que jamás hubieran disfrutado de otra manera. A muchos se les fue la cabeza».
Quizá el mejor resumen de las tropelías del vestuario lo ejemplificaba el hábito de uno de los entrenadores del equipo. Solía colarse a hurtadillas en la bodega del hotel para robar alcohol y pasarlas a escondidas entre los jugadores. El equipo de trabajadores del Parador no tardó mucho en darse cuenta pero, «¿qué son un par de botellas comparadas con 25 habitaciones llenas cada dos semanas? Todo era cutre y fue aún más cutre cuando la presión judicial hizo que todo aquello se acabara», explica De Luis Manero. En apenas cuatro años de fútbol, entre el otoño de 1986 y la primavera de 1990, los amarillos comandados por Bugallo pasaron de las categorías más humildes hasta la ya profesional Segunda División B. Viajaron a Sudamérica para hacerse con los hábitos de la élite y llegaron a subirse a yates para jugar contra equipos vecinos, apenas a unos kilómetros de distancia. De hecho, con el traficante ya fuera del organigrama, el Cambados que dejó montado jugador a jugador llegó a enfrentarse en el mismísimo Bernabéu contra el filial del Real Madrid.
Redención en la barbarie
Sea como fuere, el legado como dirigente de Sito Miñanco es el de un recuerdo borroso, una gran farra continua de la que nadie quiere acordarse conscientemente y de la que es mejor no hablar mucho, por si acaso, aunque no quede nadie para cobrarse las deudas. La lupa obliga, y las historias más crudas siguen ahí: «Uno de los ex jugadores me llegó a contar que uno de sus hermanos estaba enganchado a la droga mientras él jugaba para el equipo del narco», explica el autor: «Nadie hizo nada porque a todo el mundo le venía bien. La sociedad acogió a Sito con todo lo que implicaba. Es la única explicación».
Esa amargura, esa sensación de derrota que queda en el poso de una parte de la sociedad gallega que vio como Sito, el de «os Miñanco», copaba impune portadas y titulares «amistosos», también deja en el aire, y en el libro, una duda para los guardianes de la moral: ¿puede un criminal ser buena persona? ¿Puede alguien que envenena al pueblo y que comete delitos contra la sanidad pública, hallar la redención a través de la cohesión social que trae consigo el juego de la pelota en un país en el que es religión? Y, un poco más allá todavía, ¿por qué el legado del narcotraficante está más manchado que el de aquellos que llegan al fútbol y cuyo dinero se ha demostrado corrupto o, cuanto menos, de un dudoso respeto por los derechos humanos? El autor no tiene todas las respuestas, pero sí sentencia la conversación con una reflexión propia, cortita y al pie: «Quizá el gran error de Sito Miñanco, al contrario que jeques y demás, fue que él no se metió a esto del fútbol para hacer dinero. Más bien todo lo contrario, perdía de hecho mucho y lo que quería era darle una salida que él consideraba digna. Era un localista en toda regla».