Crítica de “Lux Æterna”: Cine epiléptico ★★★★✩
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Dirección y guión: Gaspar Noé. Intérpretes: Charlotte Gainsbourgh, Béatrice Dalle, Mika Argañaraz. Francia, 2019. Duración: 51 minutos. Drama.
¿Qué será esa luz eterna? Mientras las brujas arden como neones en la noche, parece que puede morirse en nombre del cine. Del cine se puede hablar tranquilamente, como hacen, con irónica indolencia, Béatrice Dalle y Charlotte Gainsbourgh interpretándose a sí mismas al inicio de este akelarre epiléptico, pero cuando llega la hora de pasar a la acción, no hay más que ruido y furia. En el rodaje, a grito pelado, Gaspar Noé filma como si estuviera en el club Rectum de “Irreversible”, buscando la energía siniestra del conflicto, invocando tal vez al espíritu del Zulawski de “Lo importante es amar”. Lo que empezó como el encargo de un ‘fashion film’ para Yves Saint-Laurent acaba siendo una experiencia estroboscópica, hermosa a la par que agresiva, sobre el cine como patíbulo y corredor de la muerte.
¿Hay, nos dice Noé, en ese sacrificio a las llamas de la eternidad el vago rumor de lo sagrado? ¿Es el cine una religión para los que no creen en Dios? Cuando un cineasta como Dreyer, tocado por la gracia divina, colgó de una gran estaca a una actriz sufrida durante dos horas antes de rodar su caída en “Dies Irae”, ¿estaba ejerciendo de Santa Inquisición en beneficio de la pureza del arte? Este crítico no está muy seguro de si “Lux Aeterna” es el comentario de Noé sobre la era #metoo, si está a favor de torturar a actrices sin avisar en nombre de un color que quema la retina y abrasa el gesto del cuerpo, o si, por el contrario, estaría dispuesto a pagar penitencia.
Poco importa: a un nivel expresivo, con esa pantalla tripartita que nos recuerda a una versión lisérgica de un retablo sagrado, sometiendo a una Gainsbourg crística a un hostil tratamiento de cromoterapia que a veces derrite los contornos de su figura para devolverlos a los de la sombra, el resultado es tan efectista como brillante. Noé parece identificarse con aquel Fassbinder que decía que solo podía ser cineasta cuando se convertía en dictador. Ante un discurso tan impositivo como el suyo, hecho de consignas y colores primarios, uno siempre puede cerrar los ojos, a riesgo de perderse un espectáculo que coloque contra las cuerdas su percepción del mundo.