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Los crímenes son para el verano (II)
Jarabo, el sueño eterno cañí que acabó con cuatro muertos
Diagnosticado de esquizofrenia paranoide, pasó su vida entre juerga y mujeres, hasta que tanta avaricia rompió el saco

Esta es la historia de un joven pijo, de un drogadicto putero y malcriado que despilfarró una fortuna y acabó asesinando a cuatro personas en el Madrid de julio de 1958. El asunto conmovió a la prensa, y el juicio se convirtió en un espectáculo. Fue el último ajusticiado por garrote vil en España. Hablamos de José María Jarabo. Esta es la historia de su crimen.
Nació en Madrid en abril de 1923. Pertenecía a una familia bien. Su padre era abogado en Madrid, y su tío, Francisco Ruiz-Jarabo, un reconocido jurista del franquismo. Podría haber recibido una buena educación en el Colegio del Pilar si hubiera terminado los estudios, pero fue diagnosticado de esquizofrenia paranoide y no los terminó. Sin cumplir los 16 años, su familia se trasladó a Puerto Rico. En la vieja antilla, Jarabo se dedicó a la juerga. Una mañana llegó a casa con una botella en una mano y una esposa en la otra. Era Luz Marta Álvarez, con la que tuvo un hijo, pero a la que maltrató y le fue infiel.
En el chalet familiar de Arturo Soria vivía como el gran Gatsby, pero sin talento
Para escapar de la situación, Jarabo se fue a Estados Unidos, pero siguió siendo el mismo tarambana de siempre. Pasaba el tiempo entre drogas, alcohol y mujeres, y como si fuera el criminal de «El sueño eterno», de Raymond Chandler, Jarabo se dedicaba a hacer fotos pornográficas a chicas a las que luego extorsionaba y pegaba. Así acabó en la cárcel de Springfield, condenado a nueve años de prisión. Ingresó en 1946, pero tres años después fue puesto en libertad bajo fianza, lo que aprovechó para huir a España en mayo de 1950.
Llegó a Madrid con 15 millones de pesetas que le había dado su madre para que se instalara en la capital. Con ese dineral podría haber montado cualquier negocio, pero lo único que montó fueron juergas en salas de fiestas como Zambra, Pasapoga y El Molino Rojo. Su vida era sexo, droga y pasodobles. En dos años se fundió el dinero de mamá, quien comenzó a pagarle una pensión de 7.500 pesetas al mes, que era la mitad de lo que ganaba al año un juez. Instalado en el chalet familiar de Arturo Soria, Jarabo vivía como el gran Gatsby, pero sin talento.
El gran furor uterino de Beryl Martin Jones
Beryl Martin Jones, una inglesa que pasaba por aquí a lo Hemingway, se enamoró de Jarabo. La mujer estaba casada, tenía dos hijos y un gran furor uterino que satisfizo el esquizofrénico drogadicto. Entregados al sexo y a la cocaína, a Jarabo se le ocurrió empeñar una sortija de la amante british. En la tienda de empeños le conocían como el desgraciado que aceptaba cantidades pequeñas por objetos valiosos con tal de saciar su drogadicción. Jarabo llevó la joya y una carta de Beryl confesando que el anillo era regalo de su marido. Emilio Fernández y Félix López, los dueños de la casa prendaria, quisieron aprovecharse. La sortija valía un potosí, entre 50.000 y 200.000 pesetas, pero los usureros solo le soltaron 4.000 rubias. Cuando la adúltera se enteró inició el drama: los prestatarios debían pagar más, mucho más, o devolverlo todo.
Jarabo se dirigió a la tienda, suplicó, pero los tenderos se pusieron chulos: si quería recuperar la alhaja y la carta debía pagar más dinero que el prestado. La avaricia rompió el saco y sus vidas. En la noche del 19 de julio, sábado, después de un día feriado, Jarabo se plantó en la casa de Emilio Fernández, en la calle Lope de Rueda. No quería dejar huellas ni cansarse, así que franqueó el ascensor con el codo y llamó al timbre con la uña. Paulina Rubio, la criada, le abrió la puerta y él la cabeza con una plancha. Luego disparó en la nuca a Emilio. Persiguió a la esposa por la casa y le descerrajó un tiro. Ella estaba embarazada. Jarabo pasó esa noche en el domicilio, y el domingo salió de fiesta. El lunes 21 de julio fue a la tienda de empeños, se encaró con Félix, y le vació el cargador. No encontró el dichoso anillo, así que robó todo lo que pudo. Al día siguiente llevó el traje al tinte, pero tenía tanta sangre que los dueños llamaron a la policía. Ese mismo día fue detenido.
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