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500 años de la fumata negra de Lutero

Cinco siglos contemplan la publicación de «Las noventa y cinco tesis» que, con el desarrollo de la imprenta, cambiarían para siempre la manera de entender la fe católica
Lucas cranachMetropolitan Museum of Art
La Razón
  • David Solar

    David Solar

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El 10 de diciembre de 1520, hace 500 años, un nutrido grupo de estudiantes de la Universidad de Wittenberg, encabezado por los profesores de Teología Bíblica, Martin Lutero, y de lengua griega, Philippe Melancthon, se dirigió a la muralla, deteniéndose cerca de la puerta de Elster, muy concurrida a aquellas horas. Melancthon, que había suscitado aquella reunión estudiantil, entonó el «Te Deum laudamus», después hubo unos momentos de jolgorio juvenil y canciones tabernarias hasta que se impuso la voz de Lutero, denunciando la encíclica papal «Exurge Domine», refutando sus condenas y, finalmente, lanzándola a una hoguera que habían encendido los reunidos, gritando: «Como tú, escrito ateo, has agraviado al Santo del Señor, así te ofenda y queme la llama eterna». Seguidamente, arrojó al fuego algunos volúmenes de Derecho Canónigo y varios escritos que tachaban de heréticas sus ideas, mientras los estudiantes se mofaban con gestos procaces y cantaban el funerario «Requiem aeternam», refiriéndose a las páginas que ardían en la hoguera.
La ceremonia –que se difundió rápidamente por la ciudad y alrededores- mostraba a las claras el rechazo de Lutero tanto de la doctrina eclesiástica como de la condena papal contenida en la encíclica «Exurge Domine», de modo que León X le excomulgó mediante la Bula «Decet romanum pontificem», de 3 de enero de 1521. La excomunión oficializaba la ruptura entre Roma y Lutero, lo cual conllevaría consecuencias civiles mucho más revolucionarias de lo que aquella burla hubiera podido siquiera prever.
El valor santificador de la fe
¿Pero cómo se había llegada a aquella situación? Martin Lutero (Eisleben, Sajonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 1483-1546) fue un piadoso fraile agustino y un brillante profesor de Teología en la Universidad de Wittenberg. Uno de sus problemas espirituales era la «justificación por la fe», según la cual, la salvación es un don de Dios, recibido por el hombre gracias a la redención de Cristo, a la que únicamente se puede acceder por medio de la fe. Para Lutero, las buenas obras son convenientes, pero no bastan para salvarse: «sólo la fe vivifica». Y si los trabajos humanos no determinan la salvación, mucho menos otras prácticas a la sazón en boga, como las indulgencias, sobre las concedidas por dinero. Y eso suscitó reacción pública del fraile dominico, predicador y confesor de la iglesia de Santa María de Wittenberg, que contaba con numerosas y muy famosas reliquias por las que se recaudaban cuantiosas limosnas. El asunto indignaba a Lutero tanto porque dudaba de la autenticidad de muchas de ella como porque no tenía fe en su valor «santificador» y, además, por el quebranto que, a veces, suponían las limosnas para los más pobres.
En estas circunstancias comenzó a recorrer los diversos principados alemanes el religioso dominico Johann Tetzel, enviado por Roma para predicar el valor de las indulgencias que los fieles podrían conseguir con sus limosnas dedicadas a financiar la construcción de la basílica de San Pedro y otras empresas eclesiásticas como, por ejemplo, en el principado de Brandeburgo, para que el arzobispo pagara «el palio» que, además de ser un ornamento, representaba el cargo arzobispal, es decir, la primacía eclesiástica del principado. Lutero consideró una inmoralidad que se esquilmara a los fieles prometiéndoles la salvación a cambio de dinero y predicó tres sermones entre 1515 y 1517 contra las indulgencias calificándolas de «inútiles, inmorales y paganas». A continuación, escribió al arzobispo Alberto de Maguncia, máxima autoridad cristiana de Alemania y, como elector de Brandeburgo, también influencia política en el principado.
Tras un apaciguador comienzo, criticaba vehementemente la recaudación y práctica avarienta que suponía. Y, por si el arzobispo no se daba por enterado, hizo pública su misiva fijándola, según la tradición, en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517, bajo el título de «Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum», que se popularizaría como «Las noventa y cinco tesis». El escrito ponía las bases para un debate académico sobre las indulgencias y constituía una potente requisitoria sobre la futilidad y engaño que suponían, la disparatada compra de la reducción de las penas del purgatorio a cambio de dinero y no gracias al arrepentimiento del pecador, además de la absurda proporcionalidad con la suma entregada al recaudador (a más dinero, menos purgatorio), el abuso de la credulidad de los más ignorantes y humildes, contraponiendo a esa superchería sus ideas sobre la salvación y la vía para conseguirla.
El poder de la imprenta
«Las noventa y cinco tesis» no suscitaron el debate al máximo nivel teológico propuesto por Lutero, pero se difundieron rápidamente, gracias a la imprenta, por todo el Sacro Imperio Romano Germánico e, incluso, por toda la cristiandad europea. Durante siguientes años se multiplicaron los debates; Lutero fue llamado inútilmente a Roma y el Papa trató de que se retractara, lo mismo que el Prior General de la Orden Agustiniana; se le amenazó con la hoguera por hereje, lo que le atemorizó mucho, pero no le convenció de que tuvieran razón sus críticos. En vista de ello, el papa León X creó tres comisiones que estudiaron «Las noventa y cinco tesis» y la literatura generada en torno a ella y, tras un debate interno se redactó la bula «Exurge Domine» que no condenaba toda la doctrina luterana pero detectaba 41 errores en las tesis y otros escritos y sermones luteranos y le exigía que se retractara en el plazo de sesenta días, que vencía, precisamente, el ya mencionado 10 de diciembre de la quema de la bula.
La excomunión no cerró el asunto si no que, incluso, lo enconó más mezclando la controversia religiosa con los problemas políticos del Sacro Imperio, suscitando la intervención del propio Carlos I de España y V de Alemania, que citó al agustino ante la dieta de Worms (asamblea de los príncipes alemanes). Tampoco allí se retractó Lutero, por lo que la Dieta le declaró fuera de la ley, prohibiendo la posesión y lectura de sus obras. La Reforma luterana y la revolución que conllevaba estaba en marcha, aunque su amigo Melancthon, fijaba su comienzo con «Las noventa y cinco tesis», el 31 de octubre de 1517, fecha que se ha perpetuado como hito histórico y fecha conmemorativa.

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