Crítica de “My Mexican Bretzel”: Imitación a la vida ★★★★✩
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Dirección y guión: Nuria Giménez Lorang. Intervenciones de: Ilse G. Ringier, Frank A. Lorang. España, 2019. Duración: 73 minutos. Documental.
Es lo que tenía, por ejemplo, el cine de Douglas Sirk: que sabía que la mentira era una buena forma de contar la verdad. Nuria Giménez Lorang toma buena nota de la sabiduría del director de “Solo el cielo lo sabe”, que concebía sus melodramas desaforados como ensayos sobre la apariencia de las cosas, espejos deformantes y estilizados de una realidad donde la represión femenina se articulaba en forma de colores vivos y lágrimas de glicerina, despertando la empatía con un público que veía reflejadas sus pulsiones y sus aspiraciones en la pantalla grande. En “My Mexican Bretzel” el material es el de una película doméstica que se eterniza, como secuestrando las imágenes felices de un recuerdo que escondía sus cavernas, y que el relato en off de los diarios de esa mujer llamada Vivian Barrett, que bien podría haber protagonizado “Obsesión” o “Imitación a la vida”, ilumina en una suerte de pirueta narrativa que pone en crisis nuestra mirada y nuestra confianza en lo que vemos.
El viejo debate de las finas fronteras que separan documental o ficción parece haber ampliado su campo semántico en esta nueva era de la sospecha, en la que el yo es una capa más de la imaginación de quien narra, por mucho que parezca someterse a la dictadura de los hechos. Consciente de ello, Giménez Lorang utiliza estas imágenes para evocar una época (los años cincuenta), una clase social (adinerada), una Europa que parece una ensoñación burguesa pero es otra de esas cárceles que el cine clásico erigió para sus heroínas más castigadas por los deseos incumplidos. En cierto modo, “My Mexican Bretzel” se ofrece como contradiscurso a ese cine clásico desde la investigación de las formas del ‘found footage’ y el cine familiar. Una de las virtudes más llamativas de esta singular película es su manera de trabajar la banda sonora, que dialectiza el silencio más austero con los golpes de sonido más expresivos. Es a través del sonido -y de su traducción fonética, la palabra- que el filme adquiere su propia poética, y abraza esa condición ilusoria, onírica, del cine fantástico, como si la vida de esa mujer fuera un sueño que todos estamos soñando a la vez.