El americano que desmontó las mentiras sobre la Inquisición
El clásico de la literatura inquisitorial escrito por el estadounidense Henry Charles Lea, «Historia de la Inquisición Española», se edita por segunda vez en español
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La alianza de tres instituciones (BOE, FUE e IHI) nos permite gozar de los tres volúmenes de la Historia de la Inquisición Española de Henry Charles Lea, con una esclarecedora presentación de José Antonio Escudero. La edición es, formalmente, excelente. Henry Charles Lea nació y murió en Filadelfia (1825-1909). Pertenecía a una familia cuáquera -por parte del padre, editor científico- y católica -por parte de madre, de orígenes irlandeses-, bien asentada y que creía en la educación cristiana y clásica de los hijos. Así que Lea (como otros norteamericanos, conocidos mecenas) destinó una parte de su éxito profesional para financiar sus inquietudes humanísticas.
Lo más peculiar de este singular personaje es que fue un autodidacta, pero no un fabulador como tantas veces ocurre, sino un historiador con fundamentos epistemológicos, conocido como el “primer historiador científico de Norteamérica” porque sus estudios los basaba en documentos inéditos y no en los textos subjetivos de cronistas o relaciones impresas, como hacen los novelistas. Pero es que, además, poseyó una extraordinaria biblioteca de libros raros, antiguos, o de manuscritos y copias, hoy aún viva en la Henry Charles Lea Library por cuanto la Universidad de Pensilvania (de la que forma parte), la sigue alimentando. La web de las “Penn Libraries” dedica a la de Lea muy interesante información así como enlaces importantísimos algunos de sus fondos digitalizados.
No debemos dejar al margen las reproducciones de hológrafos del propio investigador. De hecho, su colección personal, sus notas de trabajo o las bases de su trabajo, se custodian en decena de cajas, perfectamente catalogadas por R. Dewey y A. Hutchis, con última actualización de abril de 2020. Del mismo modo, es apabullante la colección de microfilmes (al cuidado de N. Hermann), o el resto de la huella digital dejada por Lea, pero entonces perdurable y en papel, que también se encuentra en la misma biblioteca. Por tanto, de Lea se puede conocer no sólo cuándo estuvo en contacto con cada archivo, sino también qué le interesó y, por medio de sus epistolarios, su pensamiento. De pocos hombres del siglo XIX se puede tener semejante aluvión de información. Si el historiador de hoy fuera a los archivos de los archivos, a las secretarías de los archivos, y manejara los expedientes de Lea, en el caso de que se hubieran abierto cuando pidió copias de los documentos, se podrían cruzar las fuentes suficientes como para escribir la biografía de este singular historiador de la Inquisición, o de la tolerancia y de la intolerancia.
Pasión por la lectura de textos medievales
Sin embargo, como bien señala el Escudero en la Introducción a esta esmerada edición, a la hora de biografiar a Lea, o no se ha culminado el trabajo, o sólo se han escrito semblanzas parciales: la lista de historiógrafos es larga: desde 1931 Bradley, y en adelante, Armstrong, Peters, Ángel Alcalá (magistrales introducciones a la primera edición en español), Rafael Benítez (que explicó la relación de Lea con la expulsión de los moriscos), Sara Granda (excelentes estudios), Richard Kagan (que se ha interrogado sobre el historiador y su método)… etc.
El caso es que Lea tenía una frágil salud (el típico inmortal con mala salud pues murió a los 84 años), y una de sus manifestaciones eran las crisis nerviosas, crisis agudas y largas en el tiempo…, y así, de la primera de esas crisis de ansiedad, nació su pasión por la lectura de textos medievales, y de otra, su “Historia de la Inquisición española”. Además, según su propia convicción pues la dejó por escrito, podemos conocer la causa de su interés por la Historia: “Más de una vez he sentido el peligro, en medio del vértigo provocado por el éxito en los negocios, de convertirme en una mera máquina de hacer dinero... Algo de dedicación a un trabajo intelectual elevado es el mejor antiséptico para preservar la mente de la degradación y el anquilosamiento”.
Lea fue tenido, como decía antes, como un científico. Pero también, por ser protestante, se le tenía como escritor lleno de prejuicios. Mas como científico, definía sus fundamentos metodológicos. Así, por ejemplo (acaso llevado por su generosa filantropía y en sus convicciones reformadoras), creía no en las grandes historias, o en los grandes personajes, sino en la historia común, de tal manera que prefería dedicarse a la historia de la jurisprudencia porque en ella veía la de historia de la civilización, y todo ello indefectiblemente ligado a la historia de la Iglesia, o en sus propias palabras, “es a la legislación donde debemos mirar si queremos entender las formas de pensar y los principios morales de tiempos pasados”. En su “Historia de la Inquisición...” se unieron todos esos fundamentos y principios.
Dicho sea de paso, y al margen que su primer trabajo, a los 16 años de edad versó sobre el peróxido de manganeso. La historia de ese texto la transmite Sara Granda, en un artículo fuera de lo común por su calidad epistemológica. Comoquiera que su “Historia de la Inquisición medieval” despertara no pocas críticas -y no solo por esa obra-, muchas de ellas no sobre los hechos pues son irrefutables, sino contra el autor por ser protestante, él se defendía, “mi concepto del oficio de historiador es que busque la verdad y la exponga sin favor y sin miedo”; así que de los escritos de Amador de los Ríos, aunque los respetaba, desconfiaba pues lo tenía por muy católico y muy español. Por cierto: su historia de la Inquisición medieval aún no ha sido traducida al español… y no alcanzo a saber por qué. Imagino, lector, que tú tampoco.
El prólogo de la “Historia de la Inquisición española” está fechado en Filadelfia, 1905 y la obra fue publicándose entre 1906 y 1907. La primera traducción al español fue hecha por la Fundación Universitaria Española en 1983 y ahora aparece la segunda edición. Para él la Inquisición, a cuyo estudio se acercaba desde fuentes documentales, fue “una de las instituciones más notables que registran los anales de la humanidad”. En palabras del profesor Escudero, “esta obra es probablemente la más importante que nunca se haya escrito sobre la historia de la Inquisición moderna”.
Y es que sin duda es así: porque de la trilogía “clásica” de estudios inquisitoriales compuesta por las obras de Llorente (Historia crítica de la Inquisición española, en francés en 1817 y traducida en 1822); de Rodrigo (Historia verdadera de la Inquisición, 1876-1877) y esta, que apareció en 4 volúmenes en su editio princeps, digo que esta obra ha sido la fuente de inspiración de otros textos monográficos, sintéticos, o colectivos durante dos siglos. “Trata de todo”, sentencia Escudero.
Una de las virtudes de esta edición es que se ha mantenido el formato de aquella de 1983, insisto, primera en español. Y además, se han conservado los textos preliminares de don Pedro Sáinz Rodríguez, y del maestro Ángel Alcalá. Se conserva, igualmente el epistolario cruzado entre Menéndez Pelayo y Lea descubierto por Sáinz Rodríguez. Luego, se entra en contenidos, así “Orígenes y creación” (pp. 15-329), “Relaciones con el Estado” (pp. 331-605) y “Jurisdicción” (pp. 607-820) más 22 documentos que, como se advierte siempre, aunque llevaron las signaturas antiguas en la edición de 1906, antes de trasladarse al Archivo Histórico Nacional los fondos inquisitoriales de Simancas, sin tener la precaución de haber hecho previamente tablas de equivalencias, en la edición de 1983 se tuvo el cuidado de reidentificar todos los documentos en su nueva signatura). El segundo volumen contiene un segundo prólogo de Ángel Alcalá y los apartados dedicados a “Organización” (pp. 15-185); “Recursos económicos” (pp. 187-346); “Práctica” (pp. 347-600) y “Castigo” (pp. 601-755). Por fin, el tercer volumen, con otro prólogo de Ángel Alcalá, al que siguen “Las esferas de acción” (pp. 15-802) y la “Conclusión” (pp. 803-966) y 18 documentos y un “Índice analítico”.
De esta edición sobresale por la importancia historiográfica que tiene, la “Presentación” de Escudero, de la que he de reconocer que me ha conmovido como persona y como historiador su tercer parágrafo, dedicado al ambiente político y cultural que rodearon la fundación del Instituto de Historia de la Inquisición (al fin en 1984) y del ímpetu de Saínz Rodríguez, y los primeros seminarios sobre la institución que empezaron en Santander, en 1976, y en los años siguientes en otros lugares, por los que aparecieron Marcel Bataillon “y otros jóvenes”, aunque aclara “ya muy acreditados”: Kamen, Tomás y Valiente, Tellechea, Henningsen, Cuenca Toribio, García Cárcel, Contreras, Caro Baroja, Domínguez Ortiz, Pérez Villanueva, Armando Saitta (¡qué gran señor era Saitta!), Agostino Borromeo (otro noble señor); Ángel Alcalá (inquieto, sabio, muy sabio).
Comenta Escudero cómo a José Tobío se le había encargado la traducción que sería la edición de 1983. Mas, unas vez hecha la traducción, se le pasó el texto a Ángel Alcalá que no sólo corrigió la traducción, sobre todo en los términos específicos inquisitoriales, sino que los cuatro volúmenes originarios los convirtió en tres, y preparó un prólogo para cada tomo. En esta ocasión se ha mantenido todo tal cual. Incluso no se ha modernizado el aparato historiográfico, y no es de extrañar porque tal hacer es una tarea hercúlea. La edición de esta importantísima obra epistemológica en general, testimonio de los métodos de investigación en el siglo XIX, y gran historia de la Inquisición y de la historia de España, no está exenta de vulnerabilidades.
Mecanismo de tortura
Pero no es una obra visceralmente anticatólica, como se ha llegado a escribir, aunque a veces se le note cierta arrogancia de los reformados. Por el contrario, es una obra imprescindible (y enriquecida con los prólogos, otrora, de Ángel Alcalá y ahora de Escudero), “clásica y controvertida”. Así, en efecto, a día de hoy nadie puede defender que la Inquisición fue un tribunal racista, porque si hubiere habido tintes de persecución del otro en sus orígenes, no parecen los mismos principios racistas los que animaron a la persecución contra ilustrados liberales, o masones. Escudero lo define magistralmente: “persiguió la heterodoxia […] persiguió realmente otros objetivos (políticos, por ejemplo), pero en razón de presuntas heterodoxias”.
Otro de los problemas de interpretación de Lea estriba en considerar que la Inquisición estaba en marcha para “asegurar la unidad de la fe”, lo cual, en palabras de Escudero “no parece concorde con el hecho de que su jurisdicción se limitara a las personas bautizadas”, pues si se quisiera eso, debería haber actuado “más bien sobre los no cristianos o no bautizados”. La Inquisición se instauró para extirpar la herejía y reprimir la heterodoxia de los falsos conversos. Además los acontecimientos de 1492 sí que tenían como fin la unidad de la fe, pues con el bautismo o el exilio, se logaría esa homogeneidad. Mas fueron tantas las falsas conversiones, o las conversiones huecas, que la persecución de la herejía se vio desmesuradamente agravada y acrecentada.
Por otro lado, aunque Lea sintiera una fobia por la Inquisición exacerbada (sin que yo pretenda exonerar de daños en la mentalidad colectiva a la institución, a sus integrantes y a los que aspiraban a serlo), Lea se ha rendir a evidencias: la tortura era un mecanismo común de la época; la clemencia del Consejo de la Suprema frente a la dureza de los tribunales inferiores; la prudencia en la persecución de la brujería y así sucesivamente.
La verdad es que al historiador actual le llaman la atención los intereses sobre la historia de la religión en España tanto de Henry Charles Lea, como del luterano Maurembrecher (que estuvo precisamente en Simancas entre 1862 y 1863), así como el gusto por el patrimonio documental español de Lea y de otro neoyorquino, Huntington; o de los intentos de mantener viva una Biblioteca de Autores Reformados por Luis de Usoz, antecedente inmediato de la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo. Todo un mundo de… ¿coincidencias?, de las que tenemos la oportunidad de extraer, gracias a sus experiencias, conmovedoras enseñanzas sobre la libertad y la tolerancia.