Dos «canarios» en la cumbre
El Teatro de la Zarzuela acogió el pasado 30 de diciembre a la Orquesta de la Comunidad de Madrid, que interpretó obras de Barbieri, Sorozábal o Chueca y Valverde
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De esta gala hay que destacar varias cosas. Por un lado el mero hecho de que se haya celebrado en una época aciaga. Después que haya contado con dos cantantes de tronío, canarias por más señas, y un director competente y flexible. Luego que se haya obtenido de los conjuntos orquestal y coral una tan excelente prestación. Por último que el público, un tanto frío al principio, contribuyera a la postre a que pudiéramos asistir a un gozoso fin de fiesta.
También es de destacar que en el programa se incluyeran fragmentos de algunas obras poco conocidas, como «El relámpago» de Barbieri, «Los presupuestos de Villapierde» de Lleó y Calleja o «¡Al agua, patos!» de Ángel Rubio. En todas ellas la soprano y la mezzo, ya expertas en mil batallas, en plena madurez vocal, se entregaron a conciencia, pusieron de manifiesto sus potencias y evidenciaron de vez en cuando sus dotes de actriz.
Abrió el fuego solista Herrera, con una acabada recreación de la romanza de «El barquillero» de Chapí «¡Cuando está tan hondo!». La buena técnica hizo que la voz sonara plena y rica de armónicos en un centro precioso y sensual, suntuoso, que empequeñece un tanto la zona inferior. El agudo está bien provisto: el de una mezzo lírica. La cantante evidenció sus dotes dramáticas acogida a un delicado y matizado acompañamiento de Víctor Pablo y la Orquesta. Más adelante Herrera volvió a demostrar su identificación con «La Tempranica» de Giménez, bordando «Sierras de Granada», en donde lució bellos pianos y en donde tocó estupendamente su solo la concertino Anne Marie North.
La voz de Auyanet es la de una lírica pura no especialmente poblada de armónicos, pero perfectamente emitida, por derecho, bien provista en el centro, fácil en el agudo, que prodiga sin esfuerzo aparente. Un grave de relativa presencia impide a veces el lustre en la reproducción de ciertas páginas, como la tan dramática romanza «No me duele que se vaya» de «La rosa del azafrán» de Guerrero. Se lució a base de bien con Herrera en el dúo «En torno mío reina el placer» de «El relámpago» de Barbieri, en el que una y otra, en tono distinto, dibujaron una estupenda y caracoleante cadencia. Nos vino a la cabeza el dúo «Mira, o Norma» de Bellini.
Nos lo pasamos muy bien asimismo con el espejeante dúo de «Pan y Toros», donde Auyanet se lució por arriba, y disfrutamos con el de «Los presupuestos de Villapierde»: «Remolacha dulce, acércate» de los citados Lleó y Calleja. El Vals de «¡Al agua, patos!». «Somos dos casadas» fue igualmente motivo de diversión, tras la aguerrida interpretación de la romanza de «El cabo primero» de Fernández Caballero a cargo de la soprano y de la buena actuación, con adecuada mímica física y vocal, de la mezzo en la famosa «¡Pobre chica, la que tiene que servir!» de «La Gran Vía» de Chueca y Valverde, Mantón de Manila incluido.
En olor de multitud, cierre con el villancico canario «Lo Divino» de Fermín Cedrés y con el espiritual «Go Tell It On the Mountains» del pionero folklorista norteamericano John W. Work jr., con palmas incluidas. El público agradeció también la buena labor realizada sobre el estrado –ampliado a base de eliminar seis o siete filas de butacas– por los conjuntos, siempre atentos a la variada y matizada dirección de Víctor Pablo, que logró casi siempre que, pese a orgánicos tan crecidos (60 de orquesta y 40 de coro), se escuchara a las solistas. Y puso en órbita los espumosos números de conjunto elegidos como contraste y compañía, pertenecientes a «Cádiz», «La verbena de la Paloma», «Don Manolito» o «El barberillo de Lavapiés».