Las cartas de amor no se tiran a la basura
Gracias a la colaboración de los usuarios de Twitter las 200 misivas encontradas en un vertedero que escribió un soldado francés a su amada durante la Segunda Guerra Mundial regresan a sus familiares
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Hay palabras que son capaces de perdurar en el tiempo con el estoicismo de los álamos, con ese envejecimiento digno y mejorado de los buenos vinos que solo los afectos procuran. Cuando vuelven a pronunciarse en voz alta tras permanecer años en reposado silencio, reverberan, aletean y se mueven volcánicas. Recobran, en definitiva, el sentido mismo con el que fueron escritas. “Esta noche hace mucho frío y no tengo con qué calentarme. Te beso con ternura esperando que estés bien”, describe en forma de misiva un soldado francés de nombre Pierre H. en algún lugar del frente durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. La destinataria de tan universales deseos –a la que el joven se refiere como “Mademoiselle Aimée R.”– no es otra que su amada, una mujer 17 años con la que acaba de casarse y cuya ausencia le hiela la piel con más ferocidad que la nieve.
Aunque ahora se encuentre tristemente en desuso, la correspondencia sustentaba en el pasado las relaciones, también durante épocas de enfrentamientos bélicos y soledades impuestas. Escribirse era la manera que tenían los amantes de saberse vivos, de informarse de sus cotidianidades con la esperanza de compartirlas en el futuro, de buscarse en la distancia. Pierre necesitó doscientas cartas para verbalizar su amor por Aimée, mucho más relajadas y desposeídas, eso sí, del erotismo y el tentador jugueteo con los que se comunicaban epistolarmente Pardo Bazán y Galdós. Casi ocho décadas después, los infalibles tentáculos sociales de Twitter, el espíritu colaborativo que la Navidad promueve y la sensibilidad de Cécile, una trabajadora del centro de reciclaje de la localidad de Saint-Jean d’Angély, han obrado el primer milagro postal y esperanzadoramente nostálgico de 2021.
Resulta que esas doscientas cartas en las que el soldado galo desinflaba sus sentimientos y daba buena cuenta de la dimensión devastadora de la guerra fueron entregadas al vertedero por un hombre que las había encontrado en el ático de una casa que acababa de comprar y estaba reformando. “Este señor no había mirado con detalle el contenido, solo quería deshacerse de la caja”, relata Cécile en unas declaraciones para La Nouvelle République. “Las cartas habrían acabado en la basura porque en realidad estaban en medio del montón de periódicos. Mi colega y yo vimos que eran cartas de la Segunda Guerra Mundial y todas estaban destinadas a la misma persona. Mi lado sentimental se apoderó de mi y le dije que no podíamos tirarlas”.
En ese momento la aplicación del pajarito azul amplificó el mensaje: “Trabajo en un centro de reciclaje y vino un hombre a traernos una caja llena de cartas dirigidas a una tal Aimée Randonnet. Ayúdame a encontrar a sus hijos/nietos. No quiero que se vaya a la basura”. A los dos días Céline obtuvo respuesta: “He encontrado a su familia. Aimée tuvo dos hijos con el autor de todas estas cartas. Los quieren de vuelta. ¡La historia es aún más hermosa!”, publicó eufórica. La rápida identificación de los usuarios que facilitan las redes ha permitido que la familia de ambos -la hija que tuvieron, Claudine, no da crédito a la desconocida y virtuosa faceta poética de su padre- siga en este momento ordenando, leyendo y repasando cronológicamente unas cartas que no solo siguen vivas, sino que permiten que por unos instantes, mientras los sobrinos y los nietos se reconocen en las emociones descritas, sus protagonistas también lo estén. Por eso las cartas de amor no se pueden tirar a la basura. Y los recuerdos tampoco.