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Eduardo Mendoza: «El separatismo catalán es absurdo»

El autor sostiene que “la peor epidemia de España ha sido la corrupción”

El novelista Eduardo Mendoza Iván GiménezaIvan Giménez – Seix Barral

Eduardo Mendoza inició una senda literaria para consignar una parte de sus reflexiones y dar cuenta de algunos recuerdos biográficos con la distancia certera que procura el tiempo y un poso de adecuado escepticismo. «Hubo un momento en que había escrito muchos libros –reconoce– y me di cuenta de que lo que tenía que hacer eran unas memorias, pero pensé que eso me aburría mortalmente. Acabé solucionando el conflicto con una novela memorial que recorriera el trayecto de mi vida, sin cuestiones personales, pero donde el personaje visitara los mismos lugares y atravesara esas situaciones históricas». Para esta empresa inventó a un personaje nuevo, Rufo Batalla, un tipo con un sólido andamiaje humorístico, que regresa en «Transbordo en Moscú» (Seix Barral), que refleja la España del pelotazo, Sevilla 92 y nuestra entrada en la UE. Unos años en que todavía éramos aptos para acoger Juegos Olímpicos. «Después de la Transición, enseguida vino el pelotazo y la corrupción. Fue malo. La peor epidemia de España ha sido la corrupción. Trajo consigo el desinterés y el cinismo, que, a su vez, alimenta nuevas corrupciones. Se cree entonces que todos los políticos son iguales y aparecen muchos banderines de enganche, gente que no cree en nada. Crece el descontento. Lo cierto es que despilfarramos el dinero. Hicimos centros culturales sin contenido y aeropuertos sin vuelos. Llamábamos a arquitectos internacionales para que diseñaran el museo de las cerillas. Hicimos muy bien de nuevos ricos. Se nos vio demasiado el plumero».

–Pero no siempre fue así.

–Hubo una época, no corta, en la que se construyó un país. Hubo un consenso entre todas las ideologías de los sectores sociales y, claro, las distintas geografías. Fueron diez años y luego se rompió. Aquello supuso un esfuerzo para alcanzar la libertad y el Estado de Derecho. Se hizo un frente común en contra del terrorismo. La sociedad cerró filas, desde los militares hasta la gente de la calle. Pero eso, ahora, a la vista del pelotazo y los chorizos, parece que ya nadie lo recuerda.

–Ahí empezó a gestionarse el asunto catalán.

–El hecho catalán viene de muy antiguo. Ni la República ni la dictadura ni los diferentes gobiernos se han propuesto solucionar el problema, a crear algo con imaginación para entendernos. Se tuvo que aprovechar, para arreglarlo, el final del siglo XX, cuando todavía existía un gran abanico de pensamiento dentro de Cataluña. Entonces había un buen clima para hablar estas cuestiones. Luego se quebró todo. Tardarán en cicatrizar las heridas porque persiste la ruptura social.

–Pero antes Madrid y Barcelona colaboraban.

–Algunos llaman hoy a esos políticos oportunistas, o pragmáticas, porque cada uno buscaba su interés, pero existía el ambiente para conversar, no como ahora. Para que haya un diálogo se necesitan dos partes. Yo, como tantos catalanes, me he encontrado en medio de todo este conflicto y he recibido por los dos lados. El separatismo es absurdo. Siempre me ha parecido que la independencia de Cataluña no es buena. Como no lo es el Brexit para Gran Bretaña. Aquí también se ha metido mucho cínico y mucho aprovechado. Lo que hay que hacer es atender y escuchar al otro.

–Percibo escepticismo respecto al pasado en su libro.

–Con la perspectiva de los años, uno piensa que cualquier ideología de otro tiempo no merecía tanto esfuerzo. Creo que fue una época de búsqueda, a veces equivocada y con espejismos. Se creía que se podía hacer algo para cambiar el mundo. No ha habido luego nada que sustituyera a las grandes ideologías: el comunismo y el anticomunismo, que hacía bandera de la libertad. La caída del uno supuso la del otro, que aguantó como un boxeador que ha recibido muchos golpes. Hoy esta idea de la libertad y de las posibilidades infinitas del individuo están marcadas por el mercado. Estamos vigilados, mediatizados. ¿Quién cree hoy en una ideología? Quizá algún chiflado.

–¿Qué hay ahora?

–(Risas). Hoy es el sálvese el que pueda. Cada uno sabe de sí mismo. Nada de ser solidario con el prójimo, que era un buen consejo. Pero estas ideologías también trajeron consigo consecuencias terribles. Hay que señalarlo. La idea del comunismo era bonita, aunque cuando uno mira a la URSS o lo que sucedió en el sudeste asiático se da cuenta de que fue terrible. En África, la entrada de estas ideologías liberadoras fue bastante perjudicial... A lo mejor este escepticismo de ahora no es tan malo. Lo que no cambia es la realidad. Todos queremos hacernos ricos. Aunque disimulemos. Y todos queremos libertad, pero, eso sí, que el vecino baje la radio.

–Tenemos los populismos.

–Cuando fallan las ideologías y el acuerdo comunitario con objetivos comunes se crea un vacío propicio para el que grita más y el que mejor sabe vender su producto. Lo hemos visto en Estados Unidos y antes en Italia, con Berlusconi. Italia aguanta porque lo soporta todo, pero Grecia ha estado oscilando entre los partidos populistas y los que no lo son. En España su presencia es menor, porque estamos más curados de espantos y porque ese acuerdo tácito entre todas las partes del que hablábamos antes aún perdura. Todavía tiene que desaparecer una generación o dos para olvidar que una vez tuvimos un buen acuerdo.

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