Crítica de “Charulata”: la jaula de oro ★★★★★
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Dirección y guion: Satyajit Ray, según un relato de Rabindranath Tagore. Intérpretes: Madhabi Mukherjee, Soumitra Chaterjee, Shailen Mukherjee. India, 1964. Duración: 117 minutos. Drama.
Satyajit Ray habría cumplido cien años el próximo 2 de mayo, pero, a la luz de “Charulata”, felizmente restaurada para celebrar fecha tan señalada, su cine se conserva más joven que nunca. No hay más que ver cómo retrata a su protagonista, una insatisfecha ama de casa de clase media-alta, durante los primeros minutos de la película. Atrapada en su torre de marfil, esta Madame Bovary moderna, desprovista de los egoísmos de la heroína flaubertiana pero igualmente víctima de un patriarcado que se sorprende de los vuelos creativos de la feminidad, parece condenada a vivir en la cárcel del hogar -que la acción nunca abandonará- al mismo tiempo que se convierte en voyeur del bullicio exterior (al que accede a través de unos anteojos: una cámara que aumenta su mirada) y de su propia invisibilidad, apoyada en la inercia de un esposo bondadoso, demasiado preocupado por invertir su dinero y su idealismo en un periódico crítico con el gobierno.
A falta de completar el triángulo amoroso con la figura del hermano poeta de su marido -capaz de detectar en ella un talento literario que la haría vibrar, en pleno Renacimiento bengalí (hablamos de finales del siglo pasado), en una onda distinta a la esperada-, Ray demuestra la vitalidad esencialista de un estilo que nunca se coloca por encima de sus personajes, siempre preocupado porque la expresividad de la imagen acompañe (o dude o cuestione) la riqueza discursiva de la palabra.
Con todo, los mejores momentos de “Charulata” son los eminentemente visuales, definidos por el éxtasis imaginativo y romántico que representa el punto de vista de su protagonista. La célebre “trilogía de Apu” le colgó la etiqueta a Ray de neorrealista tardío, pero su capacidad para trabajar la subjetividad moderna, la que coloca al sujeto al borde de la crisis del yo, es casi expresionista. El balanceo de la cámara que custodia a Charulata mientras se columpia o la ensoñación que ilustra la creación de su relato como escritora son la prueba del descomunal talento de un cineasta que nunca sucumbe a los desmanes melodramáticos que podría haber generado la historia que cuenta. Hay algo de renoiriano en “Charulata” que destaca la cualidad humanista de la puesta en escena de Ray: aquí no se juzga a nadie porque todos tienen sus razones. Para comprender, para claudicar, para aceptar que de una jaula uno no se escapa así como así, sobre todo si es de oro.