Crítica de “First Cow”: una mirada rumiante ★★★★★
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Dirección: Kelly Reichardt. Guion: Jon Raymond y Kelly Reichardt, según la novela de Raymond. Intérpretes: John Magaro, Orion Lee, Toby Jones, Ewen Bremner. USA, 2020. Duración: 122 minutos. Western.
¿En qué medida la última y hermosísima película de Kelly Reichardt, western revisionista que borda las íntimas conexiones entre sus dos mejores títulos hasta la fecha, “Oldjoy” y “Meek’s Cutoff”, explica la historia de la “primera vaca” del capitalismo voraz impuesto por los pioneros como enfermedad sistémica del crecimiento de la sociedad americana? Que sea la “primera” es una manera de hablar: es, para la trama del filme, el origen de un mundo que provocará la felicidad de los dos protagonistas, un cocinero y un chino emprendedor, y también su desgracia, a la vez que será testimonio, ojo impertérrito, de lo que ocurre a su alrededor. La vaca de “First Cow” es causa primera y perspectiva poética, un poco a la manera del asno de “Al azar, Baltasar”, pero sin ser víctima de la crueldad humana.
La suya es una mirada herbívora, rumiante, contemplativa, que invita a sentir empatía por quienes la ven como una colaboradora, como una compañera de viaje en la construcción de una utopía que es la de una amistad masculina callada e inquebrantable, desplegada en una naturaleza exuberante y virgen, no siempre amable. “First Cow” empieza en la actualidad, con el hallazgo de un par de cadáveres fosilizados que parecen haber muerto juntos, tal vez abrazados. Tardaremos toda la película en saber quiénes son, por qué han llegado hasta allí, pero su huella imborrable, como la de los esqueletos de las ruinas de Pompeya en “Te querré siempre”, es el legado de la Historia, el modo en que el pasado nos ayuda a entender el presente.
Reichardt no está tan interesada en las grandes conquistas como en la microbiología de los afectos masculinos, y en examinar cómo estos se enmarcan en un exhaustivo, minucioso catálogo de gestos cotidianos -desde la manera en que una pequeña comunidad consolida sus relaciones sociales y su sentido de la propiedad hasta el modo en que dos hombres autónomos desafían las normas no escritas de este Nuevo Mundo cocinando deliciosos pasteles en medio del bosque, con cariño, iniciativa y solidaridad- que no disgustaría al Rossellini de la televisión didáctica.