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La repoblación política de la España vacía

Ana Iris Simón, Sergio del Molino y Daniel Gascón hablan sobre pijoprogres que anhelan un paraíso que no es como piensan
España vaciada
Brais LorenzoEFE

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Lo rural y lo urbano ya no se encuentran separados por una brecha insalvable, pero son también insoslayables las desigualdades territoriales y la perplejidad a la hora de afrontarlas. Desde luego es sencillo charlar con Sergio del Molino, escritor y periodista, autor de “La España vacía”, entre otros libros imprescindibles, y que precisamente estos días presenta “Contra la España vacía”. También con Daniel Gascón, escritor y editor, autor del afiladísimo “Un hipster en la España vacía” y con la escritora y periodista Ana Iris Simón, autora del éxito “Feria” y protagonista involuntaria de la penúltima polémica por su intervención durante la presentación de las 130 medidas con las que el Gobierno pretende abordar el reto demográfico.
-Julio Valdeón: ¿Sorprendida?
-Ana Iris Simón: Una parte de la derecha ha utilizado mi discurso para atacar a Pedro Sánchez y una parte de la izquierda ha perdido el contacto real con la gente. Siento que no se aproveche para traer al debate público esas cuestiones que no son muy diferentes de lo que ya se decía en el 15M hace diez años o de lo que decía Juventud sin Futuro, y sin embargo ahora se asustan de ese mensaje. Lo que dije era muy obvio, pero hacía mucho que nadie decía “el agua moja”.
-Sergio del Molino: a mí la reacción me tiene muy sorprendido por la magnitud y por lo retorcido de los argumentos sofistas. El hilo del falangismo, por ejemplo. En España podrías sacar falangismo de todas partes si te empeñas, porque Falange tenía una doctrina social muy profunda que coincidía, como pasaba con los fascismos, con muchos postulados comunistas. Resucitan eso para desacreditar un discurso que se aleja del “academiqués” y es lenguaje literario, pero que ya estaba en el discurso de Podemos y en el debate. Esto ya lo decía César Rendueles hace años, pero a él no le entienden. Y Ana Iris lo dice y se le entiende. Ese es su mayor delito. Que llega a mucha gente y por ahí es por donde duele. Ha puesto en evidencia la vacuidad del discurso de una parte de la izquierda que está muy a la izquierda. Y en lugar de generar un debate muy rico lo que hace es que se revuelvan como gatos panza arriba. El discurso de esos cuatro minutos no es que sea Lepenista, es que recupera el discurso que se ha dejado de lado hace mucho tiempo.
-J.V: ¿Hay una incomprensión entre lo urbano y lo rural?
-Daniel Gascón: A veces se habla de una “nostalgia del campo” y es ese campo uno inventado, que no existía, que en nada se parece al real. A veces es un discurso de élites cognitivas, que desconocen su realidad. Pero también hay mucha gente a caballo entre los dos mundos, que ninguno le es completamente ajeno, y por eso el mensaje ha calado también entre gente de ciudad.
-Rebeca Argudo: ¿Pero existe entonces una barrera entre lo urbano y lo rural? ¿Cómo planteamos el debate?
-SM: Políticamente sólo tiene sentido plantearlo como un debate en cuestión de derechos ciudadanos y de igualdad, no como barrera cultural. No hay una brecha entre el mundo urbano y el rural como la que había hace cien años, cuando eran dos mundos que apenas se tocaban y funcionaban con otras normas completamente distintas, con códigos separados. Ahora todos vivimos en una misma comunidad y todos nos entendemos. No hay un problema de comunicación. Plantear el debate en esos términos es anacrónico. A mí lo que me preocupa es la cuestión de la igualdad y de los derechos. Sí hay una parte de España que está descolgada respecto a la más urbana. Y eso es un problema político. Muchas veces el debate se plantea en términos de repoblación clásica o de reactivación de algunos territorios para atraer y fijar población. Milongas de ingeniería social que no atienden al hecho de que lo importante sería hacerle la vida lo más fácil posible, en la medida de las posibilidades del estado en cuanto a recursos, a la gente que vive en la España vacía.
-R. A.: ¿Falta sensibilidad?
-S. M.: Os cuento un caso: una vez conocí a un chaval, un cabrero, que había vuelto desde la ciudad a su pueblo incentivado por la Junta de Extremadura para tener un rebaño de cabras, y hacer queso y leche, en el marco de un proyecto que llamaron “Proyecto Mosaico”, que intentaba recuperar los pastos para prevenir incendios forestales y recuperar usos tradicionales del campo. Y cuando empieza con su actividad, le fríen a impuestos, no le dejan vender la leche por normativa europea, no es rentable porque lo que le cuesta alimentar a las cabras es más de lo que él gana, no pueden alimentarse del pasto si quiere que se venda… La propia administración que le había impulsado con una mano era la que con la otra le arruinaba.
-A.I.S.: Antes uno era un cateto si vivía en un pueblo, o si sus hijos no se iban a la ciudad a estudiar. Ahora, que hay más igualdad territorial, es al revés, al menos estéticamente. Igual que antes hubo una romantización de la ciudad, hay ahora una romantización de lo rural. Pero no se traduce luego en un interés político que vaya a solucionar realmente los problemas. Se queda en lo puramente estético, como locus amoenus. Como si el pueblo fuese la arcadia.
-S.M.: El campo se despuebla porque la economía agraria se transforma, los campesinos se convierten en obreros en las ciudades, porque la vida en el campo era muy dura. Incluso ahora, la mayoría de los que quieren volver al pueblo quiere hacerlo con trabajo hipster, no a recoger remolacha o tomates.
-A.I.S.: No olvidemos tampoco el mito de la autorrealización, que explica que los chavales prefieren vivir en condiciones durísimas en la ciudad, ganando una miseria, a cambio de trabajar en lo suyo. Una autorrealización muy propia de este liberalismo, que pone en el centro de nuestra vida nuestro trabajo, anteponiendo el valor social del trabajo al económico.
-D.G.: Puedo entender, quizá, la crítica y la reducción al mercantilismo y el triunfo, pero justamente lo que aporta el liberalismo es una idea de cómo canalizar institucionalmente el pluralismo, permitiendo que exista la mayor capacidad de elección.
-S.M.: Leyendo “Feria”, esos personajes que sacrifican calidad de vida por el estatus, recordaba el siglo de Oro, a los hidalgos que pasan frío y hambre, pero oye, hijodalgos de Malasaña.
-A.I.S.: No queremos vivir en el campo por las condiciones materiales pero también por una cuestión antropológica. La misma, por cierto, que explica que no tengamos hijos. No los tenemos sólo porque es muy difícil con estos sueldos, sino porque queremos alargar la juventud hasta el infinito, porque consideramos que la vida consiste sólo en producir y consumir, irte de viaje, etc. Así arranca “Feria”, con una amigo diciéndome que yo tenía más dinero que mis padres a mi edad, pero claro, tienes que estar dispuesta a sacrificar cosas. Otra cosa es que haya que asegurar la libertad de los jóvenes para poder elegir. Pero claro, la familia ha dejado de ser una prioridad.
-D.G.: Está en la naturaleza humana, la insatisfacción y el deseo de estar en los dos sitios. Una de las cosas que hizo el libro de Sergio, “La España vacía”, fue ponerle un nuevo nombre a algo que estaba allí, a un problema que forma parte de la literatura española, el proceso de despoblación, que sucede desde hace siglos, y de otra forma el libro de Ana Iris. Hay también un elemento romántico. Mis padres tenían amigos hippies que se iban a pueblos deshabitados y los rehabilitaban.
-J.V.: ¿Por qué ahora “Contra la España vacía”?
-S.M.: Quizá intento repolitizar, para bien, el concepto de la España vacía no como un leitmotiv de los activistas contra la despoblación, sino como elemento esencial para intentar comprender qué carajo es España y qué sentido tiene como comunidad política, y finalmente como alegato de esa comunidad política, que me parecería un desastre que dejara de existir. O sea, una defensa de España como instrumento de convivencia.