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Literatura

Historia

Los disparates sobre García Lorca

Las incógnitas sobre la muerte del poeta de Fuente Vaqueros no han hecho más que incrementar las leyendas y mentiras a su alrededor

El poeta Federico García Lorca fotografiado en 1936 por Alfonso
El poeta Federico García Lorca fotografiado en 1936 por Alfonsolarazon

La muerte de García Lorca hizo correr ríos de tinta ya desde 1950, cuando el hispanista británico Gerald Brenan, en su obra «The face of Spain», aseguró que había descubierto el lugar aproximado donde se inhumaron los restos mortales del poeta en el pueblo granadino de Víznar. Brenan fue, de hecho, el primer autor que destacó el intento infructuoso del falangista Luis Rosales y de sus hermanos mayores, más influyentes que él, para salvar a Federico del odio y la inquina de las autoridades granadinas.

Al año siguiente, el hispanista francés Claude Couffon, en su estudio «Ce que fut la mort de Federico García Lorca», despertó el interés por su vida y su muerte, pero cometió demasiados errores, como calificar a Gil Robles de «campeón de la represión obrera», atribuyendo a los generales Franco y Goded la Revolución de Asturias nada menos; o asegurar que los monárquicos estaban apoyados, «como siempre», por Falange y por la CEDA. Un gran contrasentido.

Couffon añadía, para colmo, que en Granada había seiscientos falangistas el 19 de julio de 1936, cuando en realidad eran diez veces menos y, ciñéndose a la muerte de Lorca, atribuía ésta a «su posición política, bastante desvaída en un principio», y que a su juicio «se convirtió en extremadamente precisa en la víspera de la guerra», lo cual era también del todo incierto.

El autor aludía a una supuesta carta anónima dirigida a Lorca mientras estaba aún en la casa paterna de la Huerta de San Vicente, calificándole de «bicho asqueroso y peligroso»; carta cuya existencia han negado autores reconocidos como su compatriota francesa Marcelle Auclair o el irlandés Ian Gibson. Por si fuera poco, en la imaginación de Couffon, o tal vez en lo que debieron contarle algunas personas cuando visitó Granada para documentarse «in situ», cobró vida la fuga frustrada del poeta cuando fueron a detenerlo en casa de los Rosales.

El parapeto de un seudónimo

Al trabajo de Couffon siguió otro calumnioso del barón L. Stinglhamber, parapetado bajo el seudónimo de Jean-Louis Schonberg y cuya edición en castellano se publicó en México, en 1959. Este autor había defendido ya en 1956, en su artículo «Enfin la verité sur la mort de Lorca», una descabellada teoría, «según la cual García Lorca habría sido víctima de una secreta rivalidad homosexual entre el propio poeta, Ruiz Alonso, el pintor granadino Gabriel Morcillo y Luis Rosales». Para Schonberg, la muerte de Lorca se debió así exclusivamente a su homosexualidad, sin que entraran en juego factores políticos ni de ninguna otra índole. Un artículo suyo fue traducido, manipulado y publicado sin firma en «La Estafeta Literaria» del 13 de octubre de 1956, provocando la reacción airada del ex falangista Dionisio Ridruejo en una carta de protesta al entonces ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado.

Tras la bazofia literaria de Schonberg, que urdía una inexistente trama homosexual, se publicó en París, en 1968, el extraordinario libro de Marcelle Auclair, cuya edición española se tituló «Vida y muerte de García Lorca». Pese a ser amiga del poeta, Marcelle firmó un trabajo ecuánime y útil para analizar las circunstancias de su muerte. Una de sus principales aportaciones, que marcó la pauta a otros singulares investigadores como Gibson, fue la contextualización del crimen en la rivalidad existente entonces entre la CEDA a la que pertenecía Ramón Ruiz Alonso, y la Falange de los hermanos Rosales, en particular, de José y de Luis, que intentaron salvar en vano la vida del escritor.

Gibson publicó su libro pionero en París, en 1971. Titulado en España «La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca», compuso otros de similar relieve con testimonios y documentos inéditos. Conociendo la personalidad del comandante Valdés, gobernador civil de Granada, Gibson aseguraba que «no nos puede sorprender que quisiera escarmentar, poniéndolos en su sitio, a los que habían sido camaradas suyos de Falange, ni que escuchara o leyera la denuncia de Ruiz Alonso con especial furia». Y en referencia a Ruiz Alonso, el hispanista agregaba esto mismo: «Todo indica a estas alturas que, una vez que los enemigos del poeta le hubieron localizado refugiado en la casa de los Rosales, el ex diputado de la CEDA quiso adueñarse de la situación y hacerla suya, dispuesto a sacar doble partido: hacerse meritorio acreedor del daño infligido a un destacado “rojo” y desprestigiar a una conocida familia falangista. De este modo, su hoja de servicios ante el Movimiento, encarnado por Valdés, quedaba doblemente enriquecida». El pago de una traición.