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Víctimas

Las infancias desgraciadas abundan más que las felices, y nunca habían generado multitudes de psicópatas, asesinos, víctimas profesionales...
Los casos de depresión y ansiedad se han multiplicado en los últimos años
CLÍNICA LÓPEZ IBORCLÍNICA LÓPEZ IBOR

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Durante esta interminable posmodernidad ha germinado robustamente la semilla del victimismo, la otra cara del paternalismo. Idea que se ha revestido de modernidad en un discurso público que ha perdido definitivamente toda ética (mejor no hablar de moral, que es algo privado) y se aferra a la débil convicción de los pocos ejes que aún suenan en los oídos de la mayoría, aunque sea frívolamente, con criterios de cierta autoridad («la víctima siempre lleva razón», «la víctima concentra todas las simpatías», «la víctima merece justicia, compensación», etc.). Por eso, incluso los verdugos de hoy (convictos y confesos en sus fechorías delincuenciales) se arrogan el papel de víctimas: dicen ser víctimas del sistema opresor, del franquismo y del fascismo (esa pareja de maleantes ideológicos, siempre de la mano, como la hormiga y el pulgón...), de sus malvados padres (que no les compraban caramelos), etc.
Por cierto: las infancias desgraciadas abundan más que las felices, y nunca habían generado multitudes de psicópatas, asesinos, víctimas profesionales... Ser víctima es muy conveniente. Una función lucrativa. Por eso cada vez son más las personadas avispadas que se sirven de la coartada de imputar todos sus males presentes y pasados a un ente opresor (el Estado, Occidente, el otro sexo, el otro en general...) para obtener beneficios y resarcimientos, casi siempre al contado. El victimismo es una ventaja. Incluso en las discusiones de pareja, hacerse la víctima otorga una primacía de la que se puede sacar gran provecho («no eres cariñosa conmigo», «me duele que digas eso», «así me haces daño...»). Nuestra época favorece el infantilismo, la ñoñez ciudadana. Tanto el poder como los individuos han entrado en una dinámica perversa de empeño victimista traducida en precaria legislación. Y hacerse la víctima, además de resultar barato, es un negocio seguro que empobrece y degrada a las víctimas de verdad.

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