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Festival de Cannes: Emmanuele Carrère y el síndrome del impostor

El certamen acoge la segunda película dirigida por el escritor, sobre las posibilidades de inventarse una vida para poder seguir viviendo

Imagen de «Entre dos mundos», segunda película del escritor Emmanuele Carrère, donde una mujer se inventa una vida
Imagen de «Entre dos mundos», segunda película del escritor Emmanuele Carrère, donde una mujer se inventa una vidaArchive

Parece que al flamante Premio Princesa de Asturias de las Letras le persigue el complejo de culpa, hasta el punto de que “Entre dos mundos”, su segunda película como director, que ayer inauguró la Quincena de Realizadores de Cannes, se revela como un relato de expiación. Emmanuele Carrère, acostumbrado a novelar su vida personal confesando secretos de los demás (reciente es el conflicto con su exesposa, que declaró que “Yoga”, su último libro, estaba plagado de mentiras sobre su vida familiar), se ha transmutado en un alter ego, esta vez femenino (Juliette Binoche), que sufre el mismo dilema moral que atraviesa sus textos. ¿Qué verdad se cuenta cuando traicionamos la confianza de los demás? ¿Con qué derecho el creador roba las vidas de los que le rodean si les engaña? Carrère, que debutó en el cine con “Le moustache”, que ha publicado un libro sobre Werner Herzog y que ha adaptado, en esta ocasión, un libro de la periodista Florence Aubernas, intenta, con fortuna desigual, darnos respuestas convincentes al síndrome del impostor.

Por un lado, está la obsesión de Carrère por los personajes que se borran del mapa, que huyen de sí mismos para tener la posibilidad de transformarse en otros. Tal vez en esa metamorfosis encuentren una verdad que se les escapa siendo lo que se espera de ellos. De ahí que Carrère se sintiera tan fascinado por el personaje de “El adversario”, un hombre que no pudo soportar ser engullido por el Otro que había creado, y prefirió matar que contar la verdad. Para Carrère, ergo para Marianne, la escritora que protagoniza “Entre dos mundos”, la única forma de conocer la verdad es mentir. Inventarse un pasado, infiltrarse en un entorno ajeno como el de un pequeño ejército de limpiadoras, para saber hasta qué punto la pobreza, la precariedad, la falta de futuro, no forman parte de un imaginario capitalista de la crisis sino de la vida real, convirtiendo los problemas de la gente con la que se cruce en materia literaria y de denuncia.

Una película algo deshonesta

Sería injusto negar que Carrère se autofustiga, pero nunca queda claro si, en definitiva, piensa que el fin justifica los medios. Hay, por otra parte, una visión muy condescendiente de la clase obrera: ni uno solo de los personajes que se encuentra Marianne es hostil o reticente. Todos son solidarios, acogedores, respetuosos, comprensivos y generosos. Incluso la que parece más agresiva, y la que la llevará a trabajar en un ferry donde tiene que hacer una cama cada minuto y medio, será la que se convierta en su mejor amiga. Tal vez ese benévolo punto de vista nazca de los ojos de un burgués que nos está mintiendo, rizando el rizo, para que reflexionemos sobre nuestros propios prejuicios, sobre la imagen que tenemos sobre el proletariado, sobre la conciencia de clase como construcción social y literaria, pero, incluso desde esa perspectiva, la película es un tanto deshonesta. Nada sabemos de Marianne, excepto de sus buenas-malas intenciones, que la impulsan a ocupar un trabajo que debería ocupar alguien que no tuviera dinero a espuertas.

Mientras tanto, “Annette” terminaba sus deberes en una rueda de prensa que Adam Driver quería acabar antes que nadie para irse a fumar un cigarrillo -como hizo el martes en plena sala Lumière- y dejar a los periodistas con la palabra en la boca. Leos Carax siempre se busca alter egos que se parezcan a él, y hay algo en el físico impulsivo, carismático, introvertido de Driver que le convierte en una versión gigante del director francés. Este confesó que “Annette” era fruto de su vocación frustrada como músico y mostró admiración incondicional, cómo no, por los Sparks: “Me encantaría ser el tercero del dúo”. Cotillard se añadía al comentario musical recordando lo distinto que fue cantar los temas en directo, en vez de grabarlos en el estudio y hacer playback. “Significaba que la canción cambiaba según los movimientos de tu cuerpo”, algo más intenso si cabe teniendo en cuenta que los personajes no paran de moverse. Es, tal vez, esa extrema corporalidad y sus efectos sobre el sonido y la palabra -sobre lo real recortado en un estilizado artificio- lo que hizo que Carax tomara tan singular decisión.

Jodie Foster y el perro muerto
En la ‘masterclass’ que Jodie Foster impartió ayer en Cannes, la primera de una larga lista que incluye nombres ilustres como Matt Damon o Bong Joon-ho, hubo tiempo para recordar su visita al festival de adolescente, en 1976, en la presentación de “Taxi Driver” (“Mi perro, un Yorkshire, murió el mismo día de mi llegada”), su icónico ‘quid pro quo’ con Anthony Hopkins en “El silencio de los corderos” (“Me daba miedo, y también temía que Jonathan Demme no se tomara en serio el filme, porque había rodado escenas cómicas. Por suerte, encontró la película en la sala de montaje”) y su no menos icónica interpretación de una víctima de una violación en grupo en “Acusados”. Al hilo de la vigencia de la cinta de Jonathan Kaplan, Foster comentó que, a finales de los ochenta, se encontraron con muchas dificultades para rodarla, porque muchos aseguraban que la víctima había provocado a sus verdugos. “En aquella época, en un plató había muy pocas mujeres, la maquilladora y la script a lo sumo. Las cosas han cambiado, afortunadamente, pero ni siquiera entonces, cuando había mujeres al mando de los estudios, confiaban en contratar a mujeres en puestos de responsabilidad”.