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“La metamorfosis de los pájaros”: canción de amor de Catarina Vasconcelos

La realizadora portuguesa juega con los elementos estilísticos propios de la ficción para ofrecer un documental que la une a su padre en el duelo por su madre fallecida
ATALANTE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En la vorágine de hechos pacatos que marca nuestra ontología diaria, medida en prisas y almacenable solo en tiempos imposibles, es extremadamente difícil encontrar espacio para la meditación. No es necesario irse al «mindfulness» ni a cualquier otra técnica de humo de ocasión que intente imitarlo, pero cada vez echamos más de menos darle vueltas a las cosas, pensarlas detenidamente, «comer techo», incluso. El derecho a obsesionarse, aunque quizá en su reivindicación menos horizontal o violenta, puesto que la película no tiene miedo de dejarnos a solas con nuestros pensamientos y el sonido de las olas del mar, bien podría ser la explicación —quizá agnóstica— de «La metamorfosis de los pájaros», documental que se estrena este viernes en salas.
Casi un año después de pasar con éxito por el Festival de San Sebastián, la portuguesa Catarina Vasconcelos se apoya en los resortes del reportaje, con ecos de esa ficción que ahora todo lo engulle, para intentar hallar el punto de cruce entre la reciente pérdida de su madre y el fallecimiento de su abuela, la madre de su padre, una de esas mujeres anacrónicas que, con el marido echado a la mar, supo sacar a su familia adelante. La película sirve como homenaje, sí, pero también sirve para hacer un ejercicio de exposición y de vulnerabilidad que solo una voz como la de Vasconcelos, todavía no corrupta por lo que se le presupone al concepto de autoría, puede poner en escena.
Las costuras de lo documental
«Nunca quise hacer una película en la que encerrara solo a mi familia, pero no puedo escapar de quién soy. Ni tampoco de dónde crecí. Por eso, de alguna forma, me siento un poco avergonzada de compartir la historia, porque no tiene nada extraordinario. Hay cientos de familias con experiencias parecidas, banales, sobre muertes de madres, pero fue bonito descubrir que mi madre, que era solo mi madre, era también la de mucha gente, de algún modo», explica la directora en entrevista con LA RAZÓN. Y sigue: «Era difícil hacer un documental canónico con tantos espacios en blanco, con tantos secretos por descubrir. Por eso decidí que tenía que inventar y crearme a mi propia abuela, a mi propia Beatriz. Así acabé escribiendo el guion de algo que se parece mucho más a la ficción», añade.
Y ahora que hemos empezado a mirar hacia esos otros cines, los que iban a salas menores o encontraban su hueco solo en las plataformas, ¿cómo hacemos que se queden? Vasconcelos no tiene una fórmula mágica, pero sí una sesuda respuesta: “Este tipo de cine siempre existió, el cine más ensayístico, más poético, y creo que con la pandemia ha encontrado más sitio por la desaparición momentánea del cine comercial. No es mejor, pero sí es más lento. Quizá este parón nos ha dado la oportunidad de encontrar nuevas formas de contar historias, y aprender a digerir otros lenguajes cinematográficos. Tristemente, este tipo de cine no llega a muchas personas, porque no es un cine de palomitas, pero creo que es para todos, que lo puede disfrutar todo el mundo. ¡No inventé nada! Es fruto del trabajo de cientos de cineastas antes que yo, que soy solo la última”, explica humilde.
Etiquetas aparte, la película de Vasconcelos, tan onírica y bella como portentosa en su narración y en su elipsis, bien puede leerse como una canción de amor a su madre y a su abuela, pero también hacia un padre poco convencional o hacia esa relación, monógama, que pierde sentido en lo coyuntural: «Hemos crecido en países católicos donde existe o existía una sola idea de la familia, y era muy limitada. Estaba muy acotada. Es interesante, porque había un padre, una madre y los hijos, y eso ya se ha dinamitado», se despide sobre una película tan sensible como poderosa y reivindicable.