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Arquitectura

José María Ezquiaga: “Estamos obligados a pensar en una ciudad más integradora”

El director del VI Congreso de Arquitectura analiza los principales retos que se debaten estos días en Pamplona

El director del Congreso Internacional de Arquitectura, José María Ezquiaga
El director del Congreso Internacional de Arquitectura, José María EzquiagaInaki PortoEFE

“La ciudad que queremos” es el lema que eligió este año la Fundación Arquitectura y Sociedad para el VI Congreso de Arquitectura que se desarrolla estos días en Pamplona, cuya dirección está al cargo José María Ezquiaga, arquitecto y sociólogo, profesor de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, que a lo largo de su ejercicio profesional ha recibido diversos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Urbanismo 2005. Ezquiaga destaca que “este Congreso llega tras experimentar una experiencia tan traumática como la pandemia que ha igualado ciudades como Madrid, París o Nueva York, todas vacías”. Por eso, necesitamos proyectar un futuro compartido, cuya palabra clave sea esa misma, “compartir”, en unas ciudades que tengan en cuenta todos los desafíos que nos esperan”.

−¿Qué importancia tiene este Congreso internacional sobre arquitectura?

−Cada cierto tiempo es muy necesario que haya lugares de encuentro donde se ponga al día y se renueve el pensamiento sobre la arquitectura o la física teórica, en este caso es sobre la arquitectura y la ciudad, entendiendo que hay una relación muy estrecha entre ambas realidades. La ciudad es la síntesis de nuestra vida social y al mismo tiempo es el entorno construido donde la arquitectura se expresa y se alberga. Es muy necesario encontrarnos, intercambiar ideas, poner en crisis las convenciones y los paradigmas tradicionales para avanzar hacia nuevos desafíos.

−¿Cuál era ese paradigma tradicinal?

−Hemos funcionado con el que renovó la ciudad a partir del siglo XIX, la ciudad moderna, ahí se fundamentó la idea como un objeto funcional constituida en entornos espaciales con funciones muy diferenciadas que convenía no mezclar, para residencia, movilidad, trabajo, ocio, comercio, etc. Se partía también de que los núcleos históricos eran insalubres que había que replantearse desde una arquitectura más higiénica. Pero a partir de los años 70 se puso en crisis esta renovación y volvió a la ciudad histórica como un referente que no se debería perder tachado de insalubre y atrasado porque era la memoria del pasado. Ese aprecio a lo heredado es actualmente el paradigma más querido, pero tenemos desafíos nuevos.

Congreso Arquitectura 02
Congreso Arquitectura 02Inaki Portofotografiaporto·gmailEFE

−¿Cuáles serían esos retos actuales?

−Los desafíos que nos obligan a repensar la manera de gobernar la ciudad, es decir, los planes urbanísticos, para renovarlos porque hay problemas nuevos que son difíciles de encajar en los anteriores. Por ejemplo, el cambio climático, algo inimaginable hace un siglo como un gran problema para la gestión contemporánea, y lo es. Otro sería la ciudad segregada, la desigualdad que se están enquistando en bolsas de pobreza, y no solo en la periferia, sino incluso diluidas en entornos ricos. La diversidad, que en las ciudades europeas es bastante homogénea socialmente y no tienen aún la sensibilidad suficiente para entender la enorme variedad, no sólo cultural, sino de las edades. Las necesidades de los niños son distintas de las personas, maduras, mayores o con problemas de movilidad. Estamos obligados a pensar en una ciudad más integradora. La vivienda sigue siendo un gran problema, hay que abaratarla para hacerla asequible a jóvenes y esto necesita políticas adecuadas. Y finalmente, el espacio público, que antes tenía un valor menor y la enorme extensión que han alcanzado las ciudades ha tenido un impacto ecológico terrible, se llevado miles de hectáreas de huertos y de kilómetros de litoral para el turismo.

−¿Hay que concebir una ciudad con menos coches y más sostenible?

−Inevitablemente. Igual que las adaptamos para el automóvil privado en los años 50 porque parecía la herramienta de la modernidad, ahora vamos a tener que desaprender lo aprendido y reorganizar nuestras ciudades para un sistema de movilidad múltiple, ya no es correcta la simplificación automóvil-bicicleta, ahora hay una enorme variedad de medios para el desplazamiento, como el patinete, y esa es la clave, sabiendo que la prioridad la tienen las personas que van andando.

−¿En qué medida la arquitectura puede influir en las desigualdades sociales?

−De hecho las refleja, y se plasman en la distinta valoración de sus barrios, los hay en los que el valor del suelo es enorme y en otros no, y la arquitectura marca cómo se distribuye la ciudad. ¿Se puede cambiar? Sí, a través de la acción pública, por ejemplo, incorporando viviendas de alquiler para jóvenes en entornos de alto valor o propuestas como las de Anne Lacaton, que aumenta el espacio habitable.

−¿La pandemia ha resaltado las carencias de la ciudad o ha certificado el modelo actual como válido?

−Las dos cosas, por un lado, al privarnos de disfrutar del espacio público y de la convivencia, ha puesto de manifiesto de una manera muy cruda que muchas viviendas no tenían las condiciones para vivir confinados, y que el espacio público estaba mal distribuido. La sensación al salir de casa es que las aceras eran muy pequeñas, no se cabía. Ahora nos hemos acostumbrado, pero aquella primera percepción era la correcta. También ha puesto de manifiesto que nuestras ciudades tradicionales, como Pamplona o Vitoria y otras muchas de España, ciudades medias con un tamaño muy adecuado para la calidad de vida, sí estaban preparadas.