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Laurent Cantet y Alina Grigori: violencia en las redes sociales y en los cuerpos de las mujeres

Mientras que el director galo insta con “Arthur Rambo”, a una reflexión sobre el linchamiento a través de las pantallas, la cineasta rumana debuta con una cruda y reivindicativa ópera prima, ambas presentadas en Sección Oficial
Juan HerreroEFE
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Con los tentáculos de lo digital engrosando las vanidades y propiciando juicios de valor instantáneos, puede llegar a parecer que lo que no se muestra a través de las redes no existe y que lo que no se publica, no se piensa o ni siquiera ha sido dicho. La utilización de estas plataformas como amplificador contemporáneo del agravio, la vejación y las cancelaciones son una problemática que no solo permea en las capas más críticas de la sociedad, sino también en el séptimo arte y, más concretamente, en la cabeza de Laurent Cantet. El cineasta francés, conocido por la articulación de un lenguaje de denuncia social en la mayor parte de sus películas (ejemplo de ello son obras como “La clase” o “Recursos humanos”), presentó durante la mañana de ayer en el festival su película “Arthur Rambo”, que figura en la pugna por la Concha de Oro y que está protagonizada por un solvente Rabah Nait Oufella.
Desde la perversidad de la emisión impune de mensajes de odio en Twitter, ese vertedero de opiniones por las que nadie ha pagado para escuchar y que todo el mundo parece tener prisa por emitir, establece Cantet el hilo narrativo de esta historia de cuestionamientos y advertencias sobre el futuro de la comunicación y la repercusión política del abuso de semejantes herramientas, en la que un joven escritor de éxito procedente de una barriada argelina conocido como Karim D, comienza a ser juzgado y acribillado por la masa tras revelarse unos tuits de años atrás en donde el joven, arropado por el anonimato de un pseudónimo, se despachaba libremente contra toda clase de colectivos vulnerables con mensajes racistas, homófobos y machistas utilizando como salvoconducto el humor.
En rueda de Prensa, el director quiso explicar sus temores más inmediatos: “Las redes como herramienta comunicativa pueden ser muy muy peligrosas. Hay que tener en cuenta que cada palabra es equivalente entre una persona y otra, nos conecta, nos comunica, y cada palabra además está sujeta a la simplificación porque escribes mensajes cortos, rápidamente. Esa simplificación me da miedo, bastante. Y eso es lo que he intentado mostrar en esta película. Además, esa simplificación da lugar a violencia. Se insulta uno de forma mucho más fácil en las redes sociales que en la calle. Esa violencia es algo casi inherente a los medios”, afirmó.
Asimismo el ganador del Premio Nuevos Directores en la edición del certamen vasco de 1999, definió la clave de su dinámica de trabajo para conseguir esa pátina de realismo que lo envuelve: “A mí lo que me interesa muy a menudo es ver y mostrar la complejidad de nuestro mundo. Yo paso mucho tiempo, ya no tanto documentándome, sino hablando con las actrices y los actores con los que trabajo, también con la gente representativa de los personajes que voy a crear. Actúo así porque me veo muy implicado con todo lo que está a mi alrededor y por eso intento resituarlo”, afirmó convencido el realizador.
La Rumanía rural más patriarcal
Otra de las películas que pudo verse durante el día de ayer y que también compite por la Concha fue el impactante y sequísimo debut de la directora rumana Alina Grigore, “Blue Moon”. Un crudo y atormentado retrato de la violencia ejercida contra las mujeres desde la Rumanía más rural donde la ausencia de banda sonora -más allá de unos utensilios de madera que la protagonista toca alternativamente con la mirada fija en el horizonte- y la alternancia de primeros planos que intensifican el detalle y prescinden de lo evidente, multiplica la asfixia de la narración.
Las dinámicas de poder de los hombres de la casa en el seno de una familia disfuncional y tradicional de los Cárpatos cercenan las ansias de libertad de las más jóvenes, dos hermanas que sueñan baldíamente con poder independizarse y abandonar las condicionamientos impuestos. Parece que por momentos la cámara se aleja de la escena en la que se está produciendo sufrimiento para evitar lo grotesco como hacía Kulumbegashvili en “Beggining” -quien de hecho participa como miembro del Jurado Oficial este año-, pero el ritmo es tan brillantemente turbador y arbitrario dentro de la sobriedad del tono que uno ya va predispuesto al sobresalto continuo porque todo resulta violento, incómodo, desasosegante.
Grigore, que traslada un mensaje muy potente con unas características muy enmarcadas dentro de la cultura del país transilvano, pone especial atención en las contradicciones psicológicas y el intrincado dolor de Irina, una de las hermanas que ansía vivir en Budapest y que durante una fiesta tiene una experiencia sexual ambigua con un artista que está casado, algo que le hace replantearse sus apetencias y conocimientos sobre el consentimiento. Este encuentro la impulsa a enfrentarse a los parientes varones, y de forma más particular a su primo Liviu, quien la agrede físicamente cuando considera, trabaja mano a mano con ella en la misma empresa y presenta un comportamiento de protección que roza lo enfermizo tanto con ella como con su hermana.