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Amilibia: «Las rebeldías están para llevarte al error o al infierno»

J. M. Amilibia evoca la pérdida de su mujer en «La piel ausente: crónica del amor que se va», un libro duro, confesional, pero no carente de humor ni de acertadas reflexiones sobre el tiempo de hoy

Amilibia
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Amilibia ha recurrido a una prosa desprovista de cortesías y preámbulos para rematar las acertadas páginas de «La piel ausente: crónica del amor que se va» (Ariel). El ejercicio del periodismo le ha brindado una carrera dilatada y suficiente confianza también para expresarse con sinceridad con los lectores. Con la honestidad de los hombres desbrozados por los altibajos de la existencia, descreído de politiquerías y cielos morales intangibles, desnudo de credos, el escritor comparece para ofrecer el duro relato de unos días marcados por el dolor. Sin extraviarse en retóricas baladís y reflexiones de narradores «amateur», enseña con crudeza y lo que supone perder a tu pareja y afrontar esas descarnadas jornadas marcadas por el sufrimiento, la impotencia, el descorazonamiento y una enfermedad que reduce al ser querido a situaciones nada abstractas. Los recuerdos, la conciencia, las claudicaciones, el toreo incesante con los instantes pasados y esa maldita expresión latina, «tempus fugit», ligan este libro de márgenes inasibles, que deambulan por el territorio del diario, la biografía y el pensamiento.

Amilibia no ha amordazado su lengua ni la ha retenido con amarras pudibundas. Aquí se tilda de cobarde, admite sus debilidades humanas, que son las de todos, y reconoce cómo claudica y deja al alcance de su amante/mujer la letal morfina. Se culpa de carecer de valor para ahorrar sufrimientos y de las penurias domésticas con las que arbitra día a día, pero también le queda resuello para maldecir a la masa, los esnobismos, los fariseísmos cotidianos y, por supuesto, echar de menos a los periódicos. Y todo expuesto con frases bien acicaladas, retranca y mucho humor negro, que profesión y vida, tiene para dar y tomar.

-¿Qué tal la conciencia hoy?

-Estoy intentando encontrarla. Leo muchas cosas acerca del cerebro y dicen que nos engaña, que nos miente, que es un auténtico cabrón que nos hace tener recuerdos que son mentira, que no son nuestros, que son ajenos: robados. Yo una vez traté de encontrarme a mí mismo, la conciencia.

-¿Y lo consiguió?

-Lo hice, sí, y salí corriendo.

-Su mujer le pidió que le ayudara a morir y no puedo.

-Porque soy un cobarde. Fui incapaz de ayudar a morir a mi mujer. Yo la entendía porque es lo que yo mismo pediría. Pasé por un cáncer también. Ahora estoy en periodo de revisión, lo que quiere decir que está escondido y que puede renacer... Yo también lo habría pedido en su lugar. ¡Cómo no podía entenderlo! Pero le aseguraba a ella que no podía hacerlo... Llegué a esperar que lo hiciera ella. Es así de terrible la vida. En situaciones terribles suceden cosas terribles.

-Lo tiene presente.

-Soy un cobarde que siempre tiene presente el suicidio, pero que siempre lo dejo para mañana, como hacen tantos suicidas. Queremos suicidarnos, pero lo aplazamos.

-Fue cobardía o que la quería...

-Si quiere verlo así... yo diría más bien cobardía. Incoherencia con los pensamientos y con lo que tú crees. Ella necesitaba morir para no pasar por todo lo que pasó cuando ya no tenía posibilidad de curarse ni acudiendo a Fátima. ¿Qué hay que hacer ahí? Es la pregunta. Soy, más que partidario de la eutanasia, de que el Estado proporcione a cada uno un arma para tenerla debajo de la almohada y que cada uno se meta un tiro cuando quiera. Es lo más rápido. Ya está. Esa es la máxima libertad del hombre, irse cuando uno desee, bien porque está sufriendo o bien porque está aburrido por la vida. Y hacerlo sin dolor.

-Incoherencia con los pensamientos, dice. ¿Eso es a lo que nos lleva la vida?

-Sobre todo, en una situación trágica. Es curioso. Odiamos los libros de autoayuda. Los consideramos cursis, como las telenovelas, pero cuando te enfrentas a una situación grave, te comportas como en una de ellas. Dices las mismas tonterías que en los seriales. La tragedia lo trastoca todo y te convierte en un personaje que nunca creías que llegarías a ser.

-En sus últimas páginas habla del hueco de la ausencia.

-Lo único a lo que se agarra cuando eres viejo es a una rutina. Antes, lo que más me gustaba era salir de casa; ahora lo que más me gusta es entrar en casa. Me ha gustado viajar, pero hacer hoy una maleta me causa escalofríos, sobre todo porque me la hacía mi mujer. Pensar en una mudanza es mortal de necesidad, Chumy Chúmez me comentaba que hay muchos matrimonios que no se rompen por miedo a la mudanza. Esto es para mí una situación nueva. Cuando la persona que es la mitad de ti se va, queda un vacío y te quedas inerme, sin saber qué hacer, paseando por la casa. Luego dejé de buscar, olía cosas de ella, pensaba en lo que ella quería, su planta, los objetos que amaba... yo tenía la idea tonta de que nos quedamos un poco en las cosas que amamos... pero parece que no, que ni siquiera.

-Y ni en estas, renuncia al humor.

-Porque es lo único que nos puede salvar. Es lo único serio: el humor. Poder reírme de todo y de todos y, por encima del resto, de mí mismo. Mis artículos son humorísticos, como los que publicaba en «Hermano lobo» o «La codorniz». ¿Se puede hacer otra ante lo que estamos viviendo, con gobiernos y políticos ante los que tenemos? Había un gran humorista americano que comentaba: «Es fácil ser humorista cuando tienes a todo un gobierno trabajando para ti». En este libro intenté meter más humor, pero me di cuenta de que en ciertas situaciones es difícil, te vence la realidad. Es una faena. ¿Sabe que los políticos americanos tienen personas que les escriben chistes para los discursos? Todos tienen una persona encargada de eso... cada cierta línea, introducen una nota humorística... aquí ni Iván Redondo lo ha logrado. Aquí no hay más que tipos sosos. Los políticos son solemnes. Por eso odian el humor, porque el humor desnuda la solemnidad y si se la quitas a un político, le dejas desnudo.

-Hoy la gente no entiende el humor inteligente.

-Esta es una sociedad líquida, infantilizada, que siempre está esperando que el Papá Noel de La Moncloa derrame su generosidad en el árbol de la vida, qué es lo que está haciendo Pedro Sánchez: colocar regalos en el árbol de Navidad, sobre todo para los jóvenes, porque espera votos. En esta sociedad tan infantil, el humor tiene poca cabida, porque el humor es un primer síntoma de inteligencia y no es lo que abunda. No sé cómo están en Holanda, Inglaterra o Estados Unidos, pero por aquí el humor desfallece por falta de inteligencia.

-¿Por qué es tan duro con usted?

-Estuve con Rock Hudson, con Cary Grant y no me acuerdo de nada. Si me pidieran hacer un libro de eso, no sabría qué escribir. Qué digo de John Travolta cuando tomamos copas. O de Jack Nicholson, que estuvimos tres días borrachos.... no queda nada de eso. Son burbujas, fantasía... yo me quiero poco, porque me conozco y conocerse da miedo. Me han querido solo mi mujer y mi perra. Y yo, siguiendo esa tradición de falta de amor, tampoco me quiero mucho. Esa es la verdad. Por eso trato por todos los medios que nadie pueda hablar peor de mí que yo mismo... Bueno es una manera de hablar. No nos tomemos tan en serio. Me gustan los escritores que escriben contra sí mismos y que se muestran como son.

-¿El motivo?

-Me gusta la vida tal cual es; no la vida «Wonderful», no la vida del buen rollito y el buenismo, que es de lo que está impregnada la sociedad. Me gusta ver la vida que mancha; la vida con mierda, porque eso es la vida. Este es el gran fracaso de una sociedad ideotizada, la de los botellones... esos chicos un día se encontrarán con la realidad de golpe y no van a saber reaccionar. Y se van a sorprender. Se dirán: «Nadie me ha preparado para esto». La vida mancha, la vida es eso.

-Está contra la filosofía barata.

-No me gusta Paulo Coelho ni la autoayuda. No me gusta la cursilería porque crean insuficientes mentales. No hay que estar llorando, ni creyendo que todo es una basura, claro, pero conocer la realidad sí es importante.

-En su libro escribe: «La actualidad nunca se hace adulta».

-La actualidad no existe. Es una repetición constante. Cuando los redactores jefes nos piden escribir cosas de la actualidad, me digo, pero está pasando lo mismo que hace cinco años, lo mismo hoy que es ayer. Es un coñazo. Rudy Kousbroek, en el libro «El secreto del pasado», dice que tiene la sensación de que toda la actualidad es provisional. Es como un ensayo general que se hará verdad dentro de más tiempo. Es una idea fascinante. Lo que estamos viviendo es provisional. Es fastuoso, solo.

-¿Y el periodismo?

-El periodismo está agonizando. El periodista hoy es el testigo de la agonía del periodismo. Nadie sabe qué hacer ni para dónde tirar. Los periodistas están inmersos en un mar de dudas, de caos, de desajustes a lo que se suma la muerte del papel y un periodismo digital que no acaba de arrancar y que se encuentra, además, con unos enemigos imbatibles, que es la ciudadanía: cualquiera ahora con un móvil es un reportero insuperable porque es el primero en tomar las primeras imágenes de los sucesos.

-Tienen punto de vista.

-Es cierto. En «Pueblo» nació un poco con esa idea. Ya lo habían hecho en la revista «Rolling Stone»: el periodismo del yo, un poco personal. Ese diario de la calle Huertas, 73, nació con un nuevo estilo de hacer reporterismo. Jesús Hermida, Raúl del Pozo... todos tenían buena pluma. No solo traían información, también un poco de buena prosa. Yo, por supuesto, tengo nostalgia de ese periodismo, de salir a la calle, de tomar copas en el Café Gijón, de dar con algo, de hacer llamadas telefónicas, de leer a fondo los diarios, del «Ya» sacábamos reportajes de los anuncios por palabras. Me acuerdo de uno: ·jóvenes estudiantes se ofrecen para pasear perros». En ese tiempo eso era una novedad y ahí había un reportaje.

-Otra frase de su libro: «Los malos tiempos son buenos para que las parejas se quieran».

-Es bonito y es verdad. No tenía experiencia de vivir una situación así. Todas las situaciones anteriores no las habíamos vivido tan profundamente, de forma tan inquietante. Me di cuenta de que cuando peor lo pasábamos era cuando estábamos más unidos. Es cuando quizá miré a mi mujer con más amor, ternura, comprensión, y esa flor nacía de la basura, del drama. Yo me daba cuenta de que nunca hemos estado mejor en el plano amoroso.

-La religión, descree.

-Creo que hay gente que encuentra consuelo en ella, pero yo no, porque no creo, porque soy ateo político y ateo religioso. Defiendo el derecho para no creer en nada; defiendo el derecho al escepticismo total. La religión da consuelo. ¡Cómo no va a dar consuelo una idea que dice que, si eres bueno, tendrás la gloria eterna! Eso es imbatible. Eso no se le ha ocurrido ni a Iván Redondo ni a los grandes creadores del marketing... Tengo un gran respeto por la religión, y las religiones dan consuelo y hacen una labor social admirable, pero esta es mi forma de sentir y de vivir...

-...Con humor.

-Si Dios existe, desde luego, debe ser un gran humorista. Y debe tener un humor surrealista. Debe superar a los Hermanos Marx. Debe ser un genio del humor y del malhumor...

-¿Y las ideologías?

-En ellas todo está digerido, establecido y es cómodo. Por eso mismo tienen éxito, porque te dan un planteamiento, unas leyes y solo tienes que seguirlas para ser un perfecto Cayetano, un comunista o un podemita. Las ideologías te lo dan todo hecho. Las ideologías son muy cómodas.

-La escritura le ayudó.

-El tópico asegura que un libro te ayuda a descubrir y aprender. Este libro me sirvió como desahogo. Me servía para estar un poco mejor y entender lo que pasaba en mi entorno y lo que me ocurría. Pero ya lo tengo olvidado.

-¿Sí?

-Me pasa siempre con los libros que publico. Como con los artículos. Una vez publicados, me olvido de ellos. Nunca me releo. Evito así ver lo pretencioso que he querido ser. ¿Para qué releerte? Hacerlo es llevarte siempre a un disgusto. Al cuarto de hora de escribir algo, querría que fuera diferente, lo rectificaría. Lo haría de una manera diferente.

-Dice que el consumismo es de almas simples...

-Claro. Cuanto más tonto, más consumista eres, porque aceptas mejor lo que te cuentan. Es la manipulación. Cuando no tienes valores ni criterios, solo consumes. Las mentes simples están abonadas a todo lo que quieran hacer con ellos el mercado y los políticos.

-Sigue siendo un rebelde.

-Soy un rebelde porque en el mundo ser rebelde es, más que necesario, imprescindible, aunque sea solo para equivocarte, como ha pasado muchas veces con las rebeldías. Las rebeldías están para llevarte al error o al infierno. Una sociedad conformista, como esta, es un campo abonado para lo que quieran plantar en ella. Hay una rebeldía no entendida, como la revolucionaria, pero hay una rebeldía que es intelectual, literaria y periodista, que es la de no aceptar las cosas como te las quieren endiñar. Ahora se hace un periodismo con arreglo a los comunicados oficiales. Las declaraciones de un político hay que ponerlas en duda... Si haces una entrevista a un político, te vende su campaña electoral, propaganda de sí mismo y del partido. Por eso conceden entrevistas, porque venden su ideología, su partido. Convierten la entrevista en su programa electoral y lo que preguntas, lo esquivan. Se deberían prohibir las entrevistas con ellos.