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Gaudí “Superstar”

El Mnac propone una mirada diferente al universo creativo del gran arquitecto modernista más allá de los tópicos vinculados con el turismo o la religión
Enric FontcubertaEFE
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Olvídense de los turistas japoneses fotografiando cada rincón construido de la Sagrada Familia. Borren de su mente la imagen propia de las postales que solamente buscan el detalle anecdótico, a veces sin importancia salvo lo fácilmente estético. El Museo Nacional de Arte de Cataluña (Mnac) ha decidido buscar al Antoni Gaudí real, despojado del mito y del misterio, en una gran exposición que se convierte en la primera gran retrospectiva científica sobre el gran arquitecto modernista. Es, también, una carta de presentación para el público extranjero porque esta misma muestra viajará en unos meses al Musée d’Orsay de París.
Lo que plantea la muestra, bajo el comisariado de Juan José Lahuerta, es una mirada crítica que se aleja de los fastos con los que se celebró hace veinte años el llamado Año Gaudí. Para ello se parte de una selección de una selección de más de 650 objetos arquitectónicos, de diseño y mobiliario, obras de arte, documentos, planos y fotografías. Todo ello a partir de un recorrido que nos traslada a los años de formación del artista hasta su muerte atropellado por un tranvía en las calles de Barcelona. En la muestra, Gaudí no está solo y se construyen diálogos con otros contemporáneos suyos extranjeros, como son Auguste Rodin, Geoffroy-Dechaume, Violet-le-Duc, Thomas Jeckyll o William Morris.
Obras recuperadas
Uno de los grandes hitos de la retrospectiva es la recuperación de varios trabajos, muchos de ellos prácticamente desconocidos para el gran público, y que nos muestran a un Gaudí oculto. Esto es lo que ocurre con obras como el espectacular mueble recibidor del piso principal de la Casa Milà, que fue desmontado en los años 1960 y cuyas piezas se dispersaron; el busto de la Fuente de Hércules de los jardines del Palacio de Pedralbes; los yesos que sirvieron para modelar las esculturas de la Sagrada Familia; las fotografías del Park Güell que formaron parte de la exposición de Paris en 1910 y que no se habían vuelto a exponer, o uno de los tapices realizados por Jujol por encargo de Gaudí para los Juegos Florales de 1907.
En el Mnac se ha tratado de desmitificar a Gaudí como un autor aislado en su torre, sin contacto con la realidad. Es decir, alguien que solamente vivía por y para su obra. Sin embargo, la realidad era muy diferente porque su obra se desarrolló dentro de un contexto de estrategias políticas e ideológicas bien concretas. No vivió al margen de la realidad sino que estuvo implicado en los cambios que vivía la sociedad de su tiempo, un hecho que lo enfrentó en no pocas ocasiones con aquellos generosos mecenas que le solicitaban encargos. Ahí es donde radica la fuerza de la producción gaudiniana: está a la altura de su tiempo y sus circunstancias. Por eso, como reconoce Lahuerta, «si queremos comprender la obra de Gaudí en toda su profunda intensidad, en todo su terrible dramatismo, no podremos dejar de lado su tiempo, de reconocer el modo en que sus edificios se tejen con las estrategias políticas e ideológicas de su época, es decir, con los deseos y las necesidades de sus poderosos clientes». Es un autor simbólico, nada formalista, comprometido con todo lo que representaba la vida de Barcelona, la ciudad que posee sus principales tesoros arquitectónicos.
La bomba del diablo
Un buen ejemplo de todo ello puede ser, dentro del recorrido propuesto por el Mnac, una escultura de la Sagrada Familia en la que el diablo entrega una bomba Orsini a un obrero. Gaudí concibe esta basílica como templo expiatorio de «los pecados del proletariado» que participa en aquellos controvertidos años en una encarnizada lucha de clases en la que luchan el anarquismo y el pistolerismo promovido por la patronal.
Uno de los puntos más importantes de esta exposición es la amistad entre el genio y uno de los hombres que más creyó en su talento, Eusebi Güell. Pero la relación no fue tan fácil como se creía, existieron no pocos momentos de tensión entre el arquitecto y quien era por aquel entonces el hombre más rico de España. En este sentido, Lahuerta sostiene que esto podría recordar a los desencuentros y encuentros entre Luis II de Baviera y su protegido Richard Wagner, y que se concretó en un «programa principesco»: un palacio en el corazón de la ciudad, un parque suburbano y un templo. El Mnac no olvida el sentimiento religioso que arropó a Gaudí, especialmente en la construcción de la Sagrada Familia o en el proyecto de «restauración litúrgica» de la Catedral de Palma.
Cuando Antoni Gaudí murió nació en torno a su figura un mito artístico que fue reivindicado por los creadores que lo siguieron, especialmente los más jóvenes. En la exposición este hecho se materializa con la imagen de un Gaudí precursor de las vanguardias artísticas, especialmente las que se desarrollaron en Cataluña de la mano de Joan Miró, Salvador Dalí o Antoni Tàpies, tres de los principales reivindicadores del legado del arquitecto. Porque Gaudí fue un avanzado a su tiempo, alguien que apostó por cambios en la manera de entender el arte, aunque estuviera al servicio de los mecenas que ponían su dinero para construir los principales edificios del Eixample.