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Arte

El arte del engaño llega al Thyssen

El Museo recorre en una exposición la historia del trampantojo desde artistas del siglo XV hasta Isabel Quintanilla y Antonio López

«Escaparate del vendedor de estampas» (1883), de Walter Goodman, una pintura hiperreal que retrata daguerrotipos con igual veracidad
«Escaparate del vendedor de estampas» (1883), de Walter Goodman, una pintura hiperreal que retrata daguerrotipos con igual veracidadEnrique CidonchaLa Razón

El pintor siempre ha aspirado a engañar el ojo del espectador y representar la naturaleza con una fidelidad casi imposible de discernir de la realidad. Este anhelo o deseo de aprehender el mundo en las sucintas dimensiones que propone una superficie, ya sea una tela, una tabla o un muro, enraíza en la antigüedad, cuando, si seguimos a Plinio el Viejo en su «Historia natural», los pintores griegos Zeuxis y Parrasio se retaron mutuamente a un particular duelo para probar en público de qué parte de los dos se decantaba la excelencia. El primero representó unas uvas con semejante destreza y talento que hasta los pájaros acudieron para picar en el fruto. Envanecido por aquel éxito sin precedentes, acudió a descorrer la tela que recubría el trabajo de su adversario y descubrió con estupor que había caído en el artificio y que la misma tela que pretendía retirar era la obra.

Desde aquella anécdota, de claros tintes legendarios y revestida de una evidente pero sugestiva exageración, los artistas han improvisado ingenios, trucos, recursos y ayudas de todo calado y alcance para conseguir el viejo sueño de sortear a la inteligencia, burlar los ojos y hacer pasar una representación pictórica por un objeto asible, poseído de una indudable materialidad y tangibilidad. Al servicio de este empeño se desarrolló a lo largo de los siglos la línea de fuga, la perspectiva, el volumen, la tonalidad, el sombreado y el color, unas lecciones que todo creador debía dominar para sobresalir y recibir el nombre de «maestro».

Una carrera, que salvo durante el intermedio que supuso la Edad Media, un periodo donde la espiritualidad desbancó esta meta por otras de alturas más abstractas, ha guiado a múltiples creadores. El Museo Thyssen Bornemisza recoge en la exposición «Hiperreal. El arte del trampantojo» un conjunto de 160 piezas que dan cuenta de esta particular aventura del arte, desde un mosaico romano que refleja a unas perdices, datado en el siglo IV de nuestra era, hasta «Tren elevado en Brooklyn», un conjunto tridimensional hecho de cartón, madera y de impresiones digitales, entre otros materiales, que el artista Isidro Blasco ha hecho de manera expresa para este montaje, y el cuadro «Ante la ley hay un guardián» (2020-2022), de Lluis Hortalá, una seductora pintura que la pinacoteca ha situado en el vestíbulo y que invita a creer al espectador que en esa parte de la pared, con la que se enhebra tan bien, hay una sala clausurada.

«El trampantojo siempre ha tenido reputación de arte para niños, pero a todos nos ha fascinado cómo una mano sobresale de algunos cuadros. Es cierto que este efecto puede servir como ilusión y así se ha entendido durante años, pero también es innegable que es una pintura de una enorme dimensión filosófica, que es, digamos, metapictórica, porque, en el fondo, lo que pretende es separar los límites que existen entre la realidad y la representación. Esto implica una evidente reflexión sobre la realidad y no quedar reducida solo a un truco de prestidigitador, a un efecto, sino que se convierte en algo muchos más complejo», explicaba Guillermo Solana, uno de los comisarios de la muestra junto a Mar Borobia.

El recorrido muestra, precisamente, cómo esta pintura, de una evidente materialidad, ha concentrado el foco de todas sus atenciones en el mundo de los objetos más que en otros asuntos artísticos, como es el retrato. «Cuando atiendes a estos lienzos crees que está dominado por el caos, porque existen una multitud de objetos, pero después te das cuenta que entre ellos existen delicadas relaciones y que más que un caos es un cosmocaos», reflexionó Guillermo Solana, director artístico del Thyssen.

El arte de Banksy

El trampantojo siempre ha utilizado los mismos mecanismos a lo largo de la historia para confundir la atención humana y fascinarle con una imitación tan exacta de lo real que llega a despertar asombro y halago entre quienes lo ven, incluso hoy, como subraya Solana: «Es una técnica antigua, pero también contemporánea. De hecho, lo estamos viendo a diario en las calles, a través de los grafitis, que emplean el trampantojo. El ejemplo más evidente es Banksy». En ese sentido, el recorrido ofrece la oportunidad de cotejar obras distantes entre sí temporalmente, como el «Díptico de la Anunciación» (14433-1435), de Jan van Eyck, «Dos estanterías con libros de música», de (1720-1730), de Giuseppe María Crespi o «Huyendo de la crítica» (1874), de Pere Borrell del Caso, y «Bodegón del membrillo» (1989), de Isabel Quintanilla. «sabemos que tenemos delante una superficie que es plana, pero el efecto es tan sorprendente que quedamos suspendidos entre la sorpresa y la incredulidad, y la tentación que tiene el espectador de tocar los cuadros es a veces casi irresistible», reconoce Solana.

Aunque esta pintura siempre ha utilizado los mismos mecanismos para obtener sus resultados y despertar la admiración del espectador (pocas pinturas cuentan con una mayor implicación y complicidad) es cierto que su observación permite contemplar algo más discreto y profundo: Cómo ha evolucionado la importancia que concedemos a los objetos desde el siglo XV hasta nuestros días y cuál es su relevancia en nuestra historia.

METÁFORAS DE LA FUGACIDAD DE LA VIDA
La pintura hiperreal quedó marcada por la aparición de la fotografía a mediados del siglo XIX, como refleja tan bien una obra de Walter Goodman (en la imagen). Esto hizo que cambiaran los temas y las técnicas para no quedarse atrás. Algo que puede verse con facilidad en la obra de César Galicia, Gerardo Pita, Antonio López o Isidro Blanco. La exposición, que cuenta también con obras de Dalí, tres lienzos, es una oportunidad para adentrarse en un mundo que nos permite descubrir cómo ha cambiado la percepción de los objetos. Los bodegones, los relojes, el polvo y las piezas de caza que asoman en los cuadros de otras centurias son una meditación sobre la fugacidad de la vida. En esta centuria, en cambio, lo que predomina son puertas, ventanas y paisajes urbanos, que hablan de una realidad distinta del ser humano y del mundo en el que se desenvuelve, y queda la vaga impresión de que la elección de un tema, más allá de lo emocional, está motivada por algo tan sencillo como el desafío que supone para el artista.
"Dos estanterías con libros de música", de Giuseppe Maria Crespi
"Dos estanterías con libros de música", de Giuseppe Maria CrespiEnrique CidonchaLa Razón