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Gómez Bárcena: el mundo no es más que una aldea

El escritor rehace la biografía sentimental de Toñanes, su pueblo, en una novela que abarca desde sus orígenes hasta hoy

Juan Gómez Bárcena, que fue durante años en su pueblo de Toñanes el niño de los dinosaurios y que hoy es una de las voces de la literatura en castellano
Juan Gómez Bárcena, que fue durante años en su pueblo de Toñanes el niño de los dinosaurios y que hoy es una de las voces de la literatura en castellanoIrene DalmasesAgencia EFE

El pueblo de Toñanes, «treinta y dos casas, cuatro hoteles, una iglesia, ningún bar», sustenta la nueva apuesta literaria de Juan Gómez Bárcena. El novelista parte de los interrogantes de la infancia y a partir de esas preguntas sin respuesta abarca el mundo y trata de darle una compresión histórica y humana. «Lo demás es aire» (Seix Barral) es una sucesión de sustratos temporales que abarcan desde la época geológica poblada por los trilobites (que además de un fósil fueron una especie), las tumbas talladas hace mil años, los molinos medievales, una iglesia con la osamenta propia de la arquitectura del siglo XVI hasta alcanzar la época de Alfonso XIII y el recuerdo que dejó su monárquico cortejo, la memoria imborrable que trajo ese evento deportivo que siempre es la Vuelta Ciclista a España, la misteriosa llegada de un Seat 127 blanco que se detuvo en el arrabal y el paso del coche donde viaja la actriz Jane Seymour. Sobre esta topografía de sucesos y hechos más o menos corrientes o excepcionales, el autor superpone las historias minúsculas que han habitado esta aldea de Cantabria y se convierte en una fotografía o metáfora involuntaria del mundo, de sus procesos, evoluciones, anhelos, esperanzas y ritos. «La experiencia privada de una pequeña población y sus elementos locales pueden ser más instructivos para comprender la historia que analizar muchas circunstancias. La microhistoria consiste en eso, en analizar en profundidad un lugar pequeño para después emplear esas vivencias privadas como referente universal. En estos sitios tan reducidos encuentras modelos que cuando los examinas te ayudan a ilustrar lo general», comenta Gómez Bárcena.

El escritor ahora pasea por las calles de esta aldea, que es su aldea, el lugar donde comenzó a preguntarse de niño por el nombre de las fincas, qué motivos existían detrás de la toponimia que reflejaba la geografía, el origen perdido de una barda o el pasado oculto que había detrás de un palacete. Esa curiosidad primera es lo que ha desembocado de adulto en este volumen con vocación de palimpsesto, de viaje a través de diferentes periodos y momentos. Sus habitantes lo conocen de largo y, también, ese secreto ya público de que ha escrito un libro que habla de ellos, de sus ancestros y sus linajes. «Los vecinos están al tanto. Algunos de ellos, de hecho, los he entrevistado», precisa. También ahora, cuando ha corrido la noticia de esta obra y su publicación forma parte ahora de las charlas, los parroquianos le vienen con anécdotas, recuerdos, memorias y curiosidades. «Algunos me cuentan historias y me digo a mí mismo, esto hubiera venido mejor haberlo sabido antes», explica Gómez Bárcena con humor y sin dejar pausa para tomar aliento, apunta una reflexión urgente. «En un pueblo de algo más de cien habitantes existen más historias de las que podríamos narrar en un libro. En el fondo, es un disparadero de la memoria, aparte de que sus vivencias son valiosas».

Libro parroquial

El novelista reconoce que el detonante de la curiosidad, que ha espoleado estas páginas, ha perdido mecha hoy en día y aclara que «se está perdiendo porque cada vez tenemos menos ocasiones para aburrirnos. Durante un evento en el que estuve sin móvil se me ocurrieron un montón de ideas y me di cuenta que de niño me aburrí. Si existen distracciones, no te obligas a hacerte preguntas. Yo mismo hoy relleno con el móvil y el ordenador cada hueco libre que me queda».

Gómez Bárcena ha prescindido en esta ocasión las estructuras más abstractas de sus anteriores propuestas literarias y sobre esta obra gravita una mayor materialidad, pero, sin renunciar a su intención de romper los tempos de la narración tradicional. Estas páginas cuentan al margen con una serie de números que corresponden con los años y a los sucesos que se relatan. Una idea que le sobrevino de un hallazgo fortuito. «Los curas apuntaban en la orilla de los libros parroquiales las fechas de los bautizos y se me ocurrió plantear este libro de igual manera y anotar los años de igual manera. Esto te permite ir hacia adelante o hacia atrás con libertad, que en tres frases hayan discurrido quinientos años y usar esa estructura para dar así con la entidad de libro enciclopédico y de historia que perseguía. Me servía para lo que deseaba decir».