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Libros de la semana: Bret Easton Ellis reaparece con sus memorias y Juan Gómez Bárcena propone un viaje en el tiempo

Otras propuestas para estos días es el nuevo libro de Antonio Soler y el ensayo sobre la imaginación de Gary Lachman

Bret Easton Ellis, en una de sus últimas visitas a España
Bret Easton Ellis, en una de sus últimas visitas a Españalarazon

Bret Easton Ellis, contra las redes

El autor de «American Psycho» presenta una nueva e irreverente obra contra nuestra realidad
De Bret Easton Ellis, de un nuevo libro de Bret Easton Ellis, puede esperarse, además de una buena dosis de polémica, una ración de honestidad brutal. La honestidad de un escritor para quien el arte está por encima de todo y que no tiene nada que ver con la reputación ni tampoco con las buenas costumbres ni con lo políticamente correcto. Si no continuara siendo el escritor sin pelos en la lengua y que no tiene reparos en decir lo que piensa que siempre ha sido, no sería, de hecho, aquel «enfant terrible» que se estrenó en 1985 con «Menos que cero» y que marcó a toda una generación; ni tampoco el autor de «American Psycho», una novela que en 1991 hizo de él, ademas de un autor de culto, una celebridad. Incómoda, eso sí, pero una celebridad al fin y al cabo.
Casi treinta años después y tras publicar cinco novelas y una colección de relatos y nueve sin ofrecer un nuevo trabajo (el autor siempre dio sus libros a imprenta según su tiempo creativo y no guiado por el plan editorial), Bret Easton Ellis vuelve con un libro de no ficción: un conjunto de ensayos (a mitad de camino, por momentos, entre la crónica y la reseña) en los que recuerda la infancia de su época, lejos del control de sus padres, tan distinta a la época actual, donde todo es mostrado y visto a través de las redes sociales, y en los que ofrece una mirada aviesa sobre la policía ideológica que, según él, se esconde detrás de las grandes corporaciones y, como un relámpago que recorre todo el libro, evoca el revuelo colectivo que causó la publicación de «American Psycho».
Pero Ellis, en estos ocho textos, lejos de ponerse del lado de lo nuevo, se convierte, no obstante, en un observador absolutamente crítico con todo lo que le rodea. Ya no es, parece, aquel «enfant terrible» que debería fascinarse por lo que está por venir y de ser, como pedía Rimbaud, un autor absolutamente moderno, sino un hombre que, habiendo estado alguna vez del lado del mundo, ahora se pone quisquilloso contra él.
La felicidad como postura
Es verdad que, como señala, las redes sociales hacen que aparezca el «horrible florecer de la cercanía», una corriente en la que todos y todas son incluidos dentro de una misma ideología (la de la felicidad como postura, como reputación), pero en ninguno de estos ochos textos plantea una postura diferente. «Todos deben ser iguales y tener las mismas reacciones ante cualquier obra de arte, movimiento o idea, y si uno se niega a unirse al coro de aprobación se lo etiquetará como racista o misógino», dice por ejemplo el escritor en un momento de «Blanco», cuyo título, por otra parte, remite de manera directa a «El álbum blanco», el libro de Joan Didion, y a «El álbum blanco», de The Beatles, pero que, en conjunto, lejos de constituir un análisis luminoso sobre nuestro tiempo, este timpeo tan convulso que nos está tocando vivir y al que hemos de hacer frente, parece más el canto de un Narciso frente a la imagen de su perplejidad.
Diego GÁNDARA

Del México español al muro de Trump

Gómez Bárcena propone en este potente título una persecución a través del espacio y el tiempo
Se sale de este libro por un camino bordeado por el asombro y la sorpresa pero también con la agradecida certeza de no haber leído en balde, que hemos tenido en las manos una historia que permanecerá en nuestra mente y ocupará un espacio merecido en nuestra biblioteca. Añadiría incluso en nuestro ánimo, porque Gómez Bárcena es dueño de una prosa magnífica en la que encontramos líneas de tal lirismo que no podemos dejar de subrayarlas con la certeza de que volveremos a ellas cuando la necesidad nos lleve a buscar cobijo en esos momentos de intemperie emocional que a todos nos acechan.
Expliquemos ya que es la historia de una persecución a través del espacio y el tiempo. Comienza en el México del siglo XVI, en la Nueva España donde se han asentado los conquistadores: fundamentalmente soldados, capitanes, frailes y esa figura tan controvertida de creación española que fueron los encomenderos. Si hubiera que ilustrar con imágenes los instrumentos de trabajo más utilizados en aquellos años veríamos un abigarrado cúmulo de espadas, látigos, navajas, cruces, hierros candentes para marcar hombres y un único libro incomprensible para los nativos, todo ello de uso habitual durante varios siglos, porque esta historia atraviesa épocas hasta terminar en el presente, es tan reciente y actual como el muro de Trump, «una cicatriz que sutura el desierto en dos desolaciones iguales», y como las mujeres asesinadas en el desierto de Ciudad Juárez.
Recorriendo ese espacio y esos siglos hay un hombre, un antiguo soldado llamado Juan, al que pagan para encontrar a otro Juan, un indio incómodo, hereje y subversivo que tiene algo que «sus Excelencias» quieren recuperar. Es un indio que pone en peligro la estabilidad que creen haber logrado por la fuerza los conquistadores, que podría hacerla saltar por los aires si su mensaje se extendiera entre los indios famélicos y explotados.
La lengua se ajusta en cada periodo lo suficiente para constatar la evolución del lenguaje con el paso de los siglos, pero sin entorpecer, ni siquiera ralentizar, la lectura y lo mismo sucede con los comportamientos de personajes o las costumbres de cada época. Una prueba más del talento y el trabajo del autor que imprime solidez y coherencia a un libro de gran densidad cuya lectura, a veces, puede resultar compleja, en el que otros escritores hubieran naufragado, si es que se hubieran atrevido a escribirlo, pero que el escritor ha construido con la claridad necesaria para que el lector no pierda el norte.
La idea de obsesión
El recorrido espacial y temporal refuerza las ideas de obsesión y de locura, con la reiteración de lugares, situaciones o palabras y siguiendo sus páginas no sabemos a veces si estamos más cerca de «El corazón de las tinieblas» de Konrad o de los personajes y los paisajes del mejicano Juan Rulfo. Lo que sí tenemos claro es que este libro es potente, inteligente, sugerente. Una novela que puede convertirse en uno de los mejores libros del año.
Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO

Artistas que no paran ni en la guerra

El escritor regresa con “El nombre que ahora digo”
La Guerra Civil española es un vivero inagotable de argumentos, tramas y subtemas que nutren una narrativa plagada de emotivas crónicas personales, ficcionadas secuencias históricas, épicos momentos legendarios y miserables mezquindades humanas. No hace mucho nos dejaba Juan Eduardo Zúñiga, cuya obra supone un documento impagable sobre tantos aspectos de esa contienda; pero basta pensar en una generación actual integrada por Javier Cercas, Ignacio Martínez de Pisón, Isaac Rosa, Antonio Muñoz Molina y Almudena Grandes, entre otros, para cerciorarse de la vigencia de esta temática. En esta línea, Antonio Soler (Málaga, 1956) publica «El nombre que ahora digo», novela que presenta las andanzas, en pleno conflicto bélico, de un destacamento republicano de artistas pertenecientes a un Comité de Espectáculos, que recorren la vanguardia y los frentes de guerra entreteniendo a las tropas en una recreada existencia de fluctuantes sonrisas y lágrimas. Editada ahora bajo la actualizada revisión del autor, esta obra obtuvo el Premio Primavera de Novela en 1999.
El diario de Gustavo Sintora
Uno de esos combatientes, Gustavo Sintora, escribe un diario con sus experiencias en esos duros momentos; el hijo de un entrañable amigo suyo, el cabo Soler Vera, lo recupera años después, dando voz narrativa a una historia de amor y amistad, donde actúan los tan fascinantes personajes de esa atrabiliaria compañía de variedades: Serena Vergara, mujer casada de quien se ha enamorado locamente Sintora; el marido, Corrons, siniestro y corrupto; el teniente Villegas, animoso representante de espectáculos; su amante, Salomé Quesada; el estrambótico mago Pérez Estrada; el faquir Ramírez, taciturno y cariacontecido; Arturo Reyes, joven cantante de lúgubre semblante patibulario; la desenvuelta torera Nuria Velarde, y el ventrílocuo Domiciano Postigos. Entre muy diversas peripecias, dramáticas, peligrosas y picarescas, todos ellos irán adquiriendo la convicción de que, acabada la guerra, quedarán desubicados, fuera de toda mínima consideración.
Esta «troupe» de faranduleros observa atónita el zafarrancho de la guerra, en un vaivén de hombres y mujeres huyendo en oscura desbandada. Todo un mundo aquí de distantes ausencias sentimentales, que le hacen escribir a Sintora: «Y supe que si ella, Serena Vergara, estuviese allí, también yo le pondría la mano en la espalda, y el mundo, la guerra y la noche empezarían a girar despacio a nuestro alrededor, y serían ellos los que dejarían de existir. Ni ella ni yo». Una conmovedora historia, ágil y amena, en medio de un torbellino de cainita violencia.
Jesús FERRER

Una familia de impostores

La escritora Claudia Durastani publica “La extranjera”, una obra con ecos de Camus
Me fascina la forma en la que la autora cuenta que la novela se gestó porque viene de una familia de «impostores» en los que su padre la engañó diciendo que conoció a su madre cuando iba a suicidarse, o cómo su abuela Joseppina, al desembarcar en Brooklyn, pasó a llamarse Josephine y renegar de su lengua materna... o la forma en que su abuelo y sus tíos siguen sin considerar sordomuda a su progenitora, que oye lo mismo que una almeja. La negación como supervivencia... De ahí que Durastanti se haya ganado escribir este libro en primera persona por derecho propio. El título –cómo eludirlo–, «La extranjera», nos remite a Camus, en tanto que, ya en sus cuadernos, él explicó el sentimiento de nostalgia por la vida de los demás –como se percibe en la narradora–. Una necesidad que nos impele a satisfacer una existencia, aunque sea inventada, aunque no sea la nuestra, para compartir parte de la nostalgia universal de un pasado, una heráldica privativa... querer saber de dónde venimos para saber quiénes somos, aunque aceptemos las mentiras que toda familia guarda. Igual sucede con el desclasamiento. La pobreza es porosa, se pega como la lepra, pero los menos favorecidos tienen las mismas aspiraciones y deseos que la clase media. Negarlo, genera dolor... Aunque si se reconoce, puede suponer la verdadera liberación personal. Ese es el núcleo central de este libro.
El presente diario-memoria, aborda una historia que la autora no ha vivido pero sí padecido: mentiras y más mentiras sobre las discapacidades de sus padres, los problemas de emigración familiar... ¿Todo es mágico o resulta un hándicap que le hará más fuerte? La mentira permanece, la exaltación de lo inventado cohesiona, y siempre resulta más nutritivo que la puñetera realidad.
Ángeles LÓPEZ

De Blondie al saber imaginativo

Gary Lachman reflexiona sobre el papel de la fantasía en la creación y el conocimiento
Para Platón, «fantasía» era sinónimo de «percepción», pero pronto Aristóteles, en «Sobre el alma», empezó a teorizar sobre una facultad que alcanzaría vuelo propio entre estoicos y, sobre todo, neoplatónicos. Entonces, la fantasía empezó a convertirse en puente cognitivo entre lo individual y lo colectivo, lo interior y lo exterior. De forma más interesante, en el debate estético y de preceptiva literaria se empezó a ponderar no sólo cómo formamos imágenes de «lo real» en nuestra mente, sino de aquello que «no existía» o que, al menos, no era parte de la realidad visible sino de la interior. La imaginación, traducción latina del griego «phantasía», ha sido uno de los instrumentos esenciales para creadores de todas las épocas, pero, ¿qué papel tiene en nuestro mundo urgido por la ciencia y por lo empírico, obsesionado por la medición de datos y de porcentajes? A este tema crucial se dedica el nuevo libro de Gary Lachman: la tesis es que la fantasía se ha convertido en un «saber repudiado» desde que comienza, con el racionalismo y, posteriormente, el positivismo de la industrialización, el reinado absoluto de las ciencias empíricas.
Sociedad tecnológica
En este el proceso, cuyo momento climático tal vez sea nuestra actualidad tecnologizada, se produce un divorcio entre el conocimiento interior y el exterior, entre la conciencia individual y su contexto. Figuras de transición como Pascal o Goethe son clave para entender este paso: no en vano el naturalismo de Humboldt y la «Naturphilosophie» de Schelling se ven hoy con añoranza. La ciencia ha olvidado que hace falta imaginación, como la que tuvieron los autores citados, pero, más cerca aún, Einstein y Heisenberg. Lachman reivindica encendidamente la imaginación como vía de conocimiento que no es lo bastante valorada en nuestra educación positivista actual, heredera de una cosmovisión que está renunciando a un hemisferio cerebral, a un pensamiento mitopoético y a una manera de entender el mundo que supone la comunión del ser humano con su entorno y sus semejantes, animales incluidos.
Tal vez la proliferación de problemas psicológicos y ecológicos radique en parte en esta negación. Este libro propone un sugerente recorrido por una nómina de autores que entendieron la potencia creativa, creadora, poética y científica de la imaginación. Poetas, filósofos, físicos teóricos, filólogos, pintores o místicos, Lachman invoca a una serie de «maestros de verdad» para tratar de conjurar la triste deriva actual del conocimiento. He aquí un excelente antídoto contra la mutilación de una parte importante de nuestro ser: sin ella estamos demediados, incompletos. En fin, citando a los jóvenes del 68, «la imaginación al poder».
David HERNÁNDEZ DE LA FUENTE