“Sorrentino muestra mala baba con los políticos, pero no los condena”
Elios Mendieta analiza en un ensayo la obra de uno de los cineastas más personales de los últimos años
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En ocasiones, se abusa del término “universo” para referirse al imaginario de un autor. Y ya que sale a la palestra, el concepto de “autor” también parece haberse hipertrofiado. Mucho más allá de plasmar una serie de obsesiones película tras película, ambas palabras sí están plenamente justificadas cuando nos referimos a Paolo Sorrentino. Con todo, más que de universo, en el caso del cineasta italiano habría que hablar de microcosmos: un universo a escala humana en el que observa a sus criaturas con un cariño infinito a pesar de sus contradicciones y flaquezas. Elios Mendieta, doctor en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid y colaborador, entre otros medios, de El Confidencial, The Objective o Jot Down, analiza todos los pormenores de la carrera del director de “La gran belleza” en “Paolo Sorrentino”, publicado por la editorial Cátedra.
El artista en crisis creativa... No deja de ser irónico que un cineasta del cual se alaba precisamente su creatividad, tenga fijación por la figura del autor carente de ideas. ¿De algún modo, Sorrentino habla de sus propios miedos en su cine?
Creo que sus miedos y, más aún, sus preocupaciones, forman parte del material narrativo del cine de Paolo Sorrentino. Es el caso del paso del tiempo, algo en lo que siempre tiene puesto el foco, o en cómo el pasado y el diálogo con el recuerdo y el olvido marcan el presente. Y la falta de inspiración va en esa línea. A tenor de lo visto, no parece que Sorrentino se haya visto afectado en sus tres décadas de trayectoria cinematográfica por la ausencia de ideas, pero es algo que le preocupa, y sobre lo que reflexiona en muchos de sus trabajos. De hecho, la falta de inspiración es un tema que está muy presente en la obra de algunos de sus maestros italianos de la modernidad cinematográfica. Ocurre en películas como “Ocho y medio” o “La dolce vita”, de Federico Fellini; pero también en “La noche”, de Michelangelo Antonioni, todas ellas protagonizadas por personajes que atraviesan una galopante crisis creativa. Las tres películas, por cierto, fueron escritas por el guionista y escritor Ennio Flaiano, que es otro de sus indiscutibles maestros. Todo ello hace que su cine se nutra mucho de sus inquietudes, y que su “yo” creativo esté más presente que en el trabajo de otros contemporáneos.
Se trata de un cineasta muy reconocible por su puesta en escena, muy barroca, hasta el punto de que el envoltorio, en ocasiones, parece devorar el contenido. ¿Es eso un hándicap la hora de que el mensaje de sus películas (si es que lo tiene) cale en el espectador?
En el cine sorrentiniano no se puede separar la forma del contenido. El cómo afecta inevitablemente al qué y, de hecho, es una de las claves de su estilo. No creo que sea un hándicap para el espectador curioso y atento; al revés, se trata de una invitación a que el público entre de lleno en los enigmas de las películas y trate de interpretarlos. No creo que sus películas tengan un único mensaje, sino que están trufadas de códigos que el espectador tiene que decodificar. Y, como refieres, las puestas en escenas son una maravilla, busca una composición realmente cuidada, atractiva, donde no quede nada al azar y cada elemento que la compone nos diga algo. Eso sí, su obra va mucho más allá del mero ornamento estético, aunque la belleza sea una de las claves de su trabajo.
Lo cierto es que ha dejado un puñado de secuencias que perduran en la memoria. ¿Hay alguna que considere que reúne las principales señas de identidad (visuales y/o temáticas) de Sorrentino?
Me resulta complicado, porque es cierto que no son pocas las secuencias inolvidables que ha creado en estas dos últimas décadas. Cómo olvidar al cardenal Voiello, vestido con la indumentaria del Nápoles, caminando por los pasillos vaticanos en “The Young Pope”, o al Giulio Andreotti que interpreta Servillo en “Il Divo”, yendo a la Iglesia por una Roma nocturna vacía, mientras suena de fondo la Pavana de Fauré. Pero de elegir, me quedo con una secuencia muy especial de “La grande bellezza”, aquella en que Jep Gambardella observa cómo un mago hace desaparecer una jirafa en las termas di Caracalla, mientras su amigo Romano le confiesa que Roma le ha decepcionado, y que abandona la capital. En estos pocos minutos se concretan algunos de sus más queridos temas: la melancolía, la belleza, la magia, el juego entre realidad y ficción o, de nuevo, la reflexión sobre el arte. Es uno de los grandes momentos de toda su obra.
El poder, o las figuras con poder, son recurrentes en la narrativa de Sorrentino. El Gobierno italiano, El Vaticano... ¿Qué nos trata de transmitir sobre la política y los políticos?
El poder es otra temática que toma presencia en su cine. Le interesan las dos caras del mismo: la de aquellos que lo ejercen y quienes lo sufren. Esto se ve muy bien en la última secuencia de Loro, la película que dedica a Silvio Berlusconi. Mientras que Il Cavaliere es retratado en todo su patetismo e impostura populista, el pueblo que lo sufre –pero que, en el fondo, también lo ha votado– se organiza en silencio para rescatar la talla de Cristo de una Iglesia derruida, en un momento de absoluto silencio, bellísimo. El cacareo de la clase política queda, así, retratado, al margen. Aún así, no se podría decir que su cine busque una vertiente social o ideológica, o que consista en un ataque mortal y durísimo al político. Prefiere hacer una crónica personal de los principales mandamases, y retratarlos con cierta mala baba, sin llevar a cabo una condena en firme. A Andreotti, por ejemplo, lo pinta como un astuto y vampírico Maquiavelo, mientras que Berlusconi en un personaje kitsch y superficial. Será el público el que tenga la potestad final de emitir un veredicto.
Toni Servillo. Por lo menos en España, es un actor que hemos descubierto de la mano de Sorrentino. ¿Qué se aportan mutuamente?
Lo de Servillo y Sorrentino es una sinergia maravillosa. Hasta que el director le da un papel protagonista en su ópera prima, “El hombre de más”, Servillo era muy conocido, pero solo en Italia, por su actuación teatral. De hecho, siempre ha sido un hombre de teatro, aunque en estas dos últimas décadas lo hayamos visto en diferentes películas. Fundó una compañía teatral, ha adaptado a algunos de los dramaturgos italianos más grandes del XX, como Eduardo de Filippo, y no ha dejado de actuar nunca. A ello se suma que Sorrentino y Servillo son amiguísimos, por lo que la química entre ambos es absoluta, y son ya seis las películas del napolitano que su paisano ha protagonizado. Servillo estuvo en Madrid hace cuatro años, actuando en Elvira, una obra teatral que él mismo adaptaba y dirigía, y fue una delicia verle sobre las tablas del antiguo teatro Kamikaze.
Su salto a la televisión. Al principio, podíamos pensar que un cineasta tan personal difícilmente podía tener hueco en las plataformas. Y, sin embargo, no solo se ha adaptado muy bien, sino que series como “The Young Pope” han sido un éxito. ¿Su triunfo televisivo puede abrir una vía a propuestas más personales, como la suya?
Cada vez son más los directores que se han atrevido a dar el salto a la televisión con el auge de las plataformas. Se me ocurre el nombre de Martin Scorsese, con una producción destacadísima como “Vinyl” y con su documental sobre Fran Leibowitz, o Olivier Assayas, que acaba de estrenar en plataformas “Irma Vep”, otra vuelta de tuerca de la historia que ya rodó en 1996. Creo que a Paolo Sorrentino le ha salido muy bien con sus dos entregas vaticanas y, seguramente, lo veamos en el futuro en más trabajos para plataformas. Él confesó en entrevistas que el formato televisivo era muy de su gusto, pues concebía la serie como una película larga, de diez horas, por lo que podía introducir más temáticas y desarrollarlas con una mayor profundidad.