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Las confesiones más ocultas de Paul Newman

Esta semana llega a las librerías de Estados Unidos un libro que se consideraba perdido para siempre y que contiene las revelaciones de uno de los nombres más grandes que se han adueñado de la gran pantalla
ASSOCIATED PRESSASSOCIATED PRESS
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Hay a quien le viene la inspiración para hablar de su pasado comiendo una magdalena. A Paul Newman, retirado en su casa de Connecticut, rodeado de los libros de su biblioteca, le vino fumando un porro. Todo lo que, como él decía, tenía muerto y enterrado en la memoria de su infancia en Shaker Heights, Ohio, empezó a aflorar. Así es como empieza uno de los libros más esperados de este año y que acaba de publicarse en Estados Unidos. Dentro de un mes llegará a España de la mano de Libros Cúpula. Se titula «La extraordinaria vida de un hombre corriente» y lo firma uno de los grandes actores de todos los tiempos.
Este diario ha podido leer una autobiografía honesta, pero inacabada por lo que se complementa con testimonios de aquellos que conocieron bien al protagonista de «El golpe» o «La leyenda del indomable». De esta manera su palabra viene acompañada de las de sus dos esposas –Jackie Wittie y Joanne Woodward–, sus hijas, además de numerosos compañeros de profesión, como Tom Cruise.
Estamos ante un proyecto acariciado por Newman durante mucho tiempo, pero que acabó perdido durante años, demasiados años. Es Melissa Newman, una de las hijas de la estrella, la encargada de explicar al inicio cómo se gestó un proyecto que nació en 1986. Paul Newman no estuvo solo sino que contó con la complicidad de un buen amigo periodista, Stewart Henry Stern, quien se encargó de conversar durante días con el intérprete sobre su vida y su trayectoria. En 1991 dejaron de trabajar y las cintas quedaron en el olvido. Cuando, tras el fallecimiento del protagonista de «Dos hombres y un destino», aparecieron las grabaciones, de todo ello surgieron catorce mil páginas de transcripciones. Lo que ahora se publica es una selección de todo lo localizado por los herederos de uno de los grandes mitos de Hollywood.
Paul Newman habla de todo. En las páginas dedicadas, por ejemplo, a Joanne Woodward no oculta la intimidad de la pareja. Newman reconoce que empezó a darse cuenta de la fuerza sexual de su imagen en la gran pantalla precisamente gracias a Woodward. El actor cree que algo «se me había pegado» al conocer a quien sería su segunda esposa, hasta el punto de reconocer que «Joanne dio a luz a un ser sexual». Fue ella la que lo animó a poner en práctica lo que el actor denomina como «nuestros experimentos». Paul Newman no esconde que en ese momento él lo que buscaba era «pura lujuria». Por todo ello no puede evitar asegurar que, al hablar de Joanne Woodward, «no soy más que una criatura de su invención». Así que si hoy consideramos un «sex symbol» al protagonista de «La gata sobre el tejado de zinc», «El coloso en llamas» o «Camino a la Perdición» es por una invención de su esposa. Eso le hace ironizar a Newman que el momento en el que se dio cuenta de que había alcanzado el éxito fue en una de las escenas más comentadas del clásico del cine erótico «Emmmanuelle» en la que una de las protagonistas encuentra la fotografía del actor en una revista. «Aquel fue verdaderamente el momento de mi llegada al éxito», asegura.
Sí, hoy vemos a Paul Newman como un icono sexual, pero él mismo admite en el libro que el sexo era un tabú en su juventud. En el libro ahonda en el tema con algunos pasajes en los que confiesa que solamente le interesaban las chicas, era lo único en lo que podía y quería pensar, pero que no tenía ningún tipo de suerte con ellas. Toda una declaración por parte de quien veía como en los años treinta «hablar de sexo es como hablar de la gente de la edad de piedra, vestida con pieles y cargada con porras». Si quería ver a alguna mujer desnuda, el joven Paul Newman se pasaba las noches espiando a las alumnas del internado femenino de Shaker Heights o pasar por una casa del barrio, en Eaton Road, donde una mujer que acababa de mudarse había puesto un espejo de dos caras en el baño.
Las mujeres
Su madre dio algunos consejos al muchacho respecto a las mujeres con las que debía de relacionarse. El principal es que «cualquier clase de intemperancia sexual» solamente podía ser llevada a cabo con «damas de una casta inferior, nunca con la de buena cuna como las de Shaker Heights». Newman tenía la sospecha de que si su madre pensaba de esa manera era porque ella misma había sido una mujer «mancillada y pisoteada» a la que habían obligado a tener hijos y a casarse.
Sus primeros encuentros sexuales no fueron muy afortunados, como nuestro protagonista admite. Su alergia al heno hizo que tras su primer baile, cuando acudió a un granero con una chica llamada Mary Jane Phipps empezara a estornudar. «No hubo un solo beso largo, ya que no podía respirar por la nariz».
Además del sexo, en «La extraordinaria vida de un hombre corriente» hay cine, mucho cine y en mayúsculas. Cabe decir que pese a tratarse de unas memorias, faltan episodios que o bien Newman no quiso contar o, simplemente, no hubo tiempo para ello. Eso es lo que explicaría que no haya ni una línea dedicada a su trabajo junto a Alfred Hitchcock en «Cortina rasgada». Tampoco hay ninguna referencia, por su parte, a algunos de los compañeros de rodaje más conocidos, como es el caso del siempre difícil Steve McQueen con el que coincidió en «El coloso en llamas». Sí encontramos algunas referencias a otros, siendo especialmente significativos sus encuentros y desencuentros con James Dean. Todo había empezado en el Actors Studio de Nueva York donde Newman había acudido para conocer los secretos de la interpretación del llamado «Método» que Lee Strasberg enseñaba a numerosos aspirantes a estrellas de la gran pantalla o de los escenarios de Broadway. Newman sentía que allí estaban «los verdaderos actores, los bohemios» y que a él lo miraban por encima del hombro. Tenía la sensación de que no lo consideraban uno de los suyos Geraldine Page y Kim Stanley y Ben Gazzara, Frank Corsaro, Julie Harris, Jimmy Dean, Eli Wallach y Anne Jackson. Marlon Brando también se pasaba por allí de tarde en tarde, era «el líder emérito».
Uno de los guionistas que mejor conoció a Paul Newman cuando trataba de hacerse un nombre en la industria fue Meade Roberts. En el libro cuenta una anécdota muy significativa sobre el desprecio de James Dean hacia Newman. En aquel momento el actor acababa de protagonizar una película bíblica titulada «El cáliz de plata», un estreno del que se empezaba a hablar mucho. Roberts había quedado con su amigo en una taberna situada en el neoyorquino cruce entre la Cincuenta y cuatro con la Sexta. Y apareció James Dean con toda su aureola de estrella en ciernes. El rebelde con muchas causas le espetó: «¡Ay, Paul, pobre desgraciado! ¡Mira en qué te has metido! ¿Has oído hablar de lo buena que es “Al este del Edén”?» «Se puso sarcástico y fue algo muy desagradable. Paul se lo tomó con dignidad. Yo le hubiese partido la cara con mucho gusto», dice Roberts. Ironías del destino: cuando Dean murió pronto, demasiado pronto y rápido en un accidente de automóvil, Newman fue el encargado de sustituirlo en la siguiente película que debía protagonizar, «The Battler», una drama televisivo a partir de un relato de Hemingway y con Arthur Penn como director. Aquel trabajo «fue agotador», en palabras de su actor principal.
En algunas películas, Paul Newman pudo constatar cuál es el comportamiento de una estrella y lo difícil que puede ser para los compañeros de reparto ante situaciones totalmente inesperadas. Es lo que le sucedió cuando compartió pijama, muleta y cama con Elizabeth Taylor en la adaptación del clásico de Tennessee Williams «La gata sobre el tejado de zinc». La tragedia se adueñó de la actriz diez días después de empezar el rodaje cuando quien era en aquel momento su marido, el productor Mike Todd, murió en un accidente en su avión privado. Newman fue a darle el pésame a una Taylor completamente sedada y lo echó de casa al grito de «oh, cállate. Vete de aquí de una puta vez». Paul Newman reconoce que la incomodidad de ese momento lo persiguió toda su vida.
El dramón de la gata
Pese a todo, tal y como rememora en este libro, Richard Brooks, el responsable de la adaptación de la obra teatral, Elizabeth Taylor volvió al plató para rodar sus escenas, aunque pidió como condición que no aparecieran por allí ni el productor ni la periodista de cotilleos Hedda Hopper. El realizador añade que todo el equipo fue muy cuidadoso con la actriz, especialmente Newman. En su primer día ante las cámaras, después de todo el drama que estaba viviendo, según Brooks, «en ningún momento tuve que decirle nada (a Paul Newman). Entendió del todo la situación y ni siquiera la miró con pena. Fue profesional y, al mismo tiempo, afectuoso. Al día siguiente, Elizabeth trabajó unas tres horas. Al tercero, hizo el turno completo y, de ahí en adelante, así siguió».
Precisamente el éxito de «La gata sobre el tejado de zinc» llevó a Newman a ponerse ante otro texto de Williams, aunque en esta ocasión para las tablas de Broadway. Era «Dulce pájaro de juventud» y el actor tuvo a Elia Kazan como director. La experiencia no fue buena al tratarse de dos maneras distintas de entender la interpretación. En el libro no faltan las referencias a los desencuentros durante esa producción, con alguna lágrima incluida por parte de Newman.
La tragedia de Scott, contada por su padre
Paul Newman no omite en sus memorias uno de los episodios más dolorosos que tuvo que vivir: la muerte de su hijo Scott por una sobredosis. El actor admite que las relaciones entre ambos no fueron buenas y que durante años se estuvo preparando para recibir la llamada con la triste noticia. Por eso tampoco oculta que le dolía y le hacía sentir estúpido el hecho de que su hijo «quizá no quería parecerse a mi, conducir coches de carrera o montar a caballo». Newman explica que llegó a pensar durante un tiempo que la única manera de liberar a su hijo de la carga de tener un padre estrella de cine era «suicidándome. Así aliviaría aquella presión». Era, al menos así lo entendía el actor, la manera de no tener que seguir compitiendo entre ellos.

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