“El pequeño Nicolás”: Massoubre y Fredon redibujan la inocencia
El clásico infantil regresa en formato de animación tradicional para volver a enamorarnos con una carta de amor al génesis del cómic, a la relación de amistad entre Goscinny y Sampé
Creada:
Última actualización:
Hay en la nueva adaptación de «El pequeño Nicolás» que dirigen Benjamin Massoubre y Amandine Fredon un aroma a nostalgia añil, una especie de tristeza de tango, de esa a la que uno vuelve solo para recordarse lo feliz que es en el ahora. De hecho, en el francés original, la película se subtitula: «¿A qué estamos esperando para comenzar a ser felices?». Bendecidos por la familia de Goscinny y la de Sempé, que llegó a abrir su despacho a los directores antes de fallecer, Fredon y Massoubre mezclan, desde la animación tradicional, una serie de relatos del niño más inocente de la historia del cómic francés con las biografías de sus autores, dispuestos a triunfar en el París aún derruido de 1955.
«Nos costó mucho encontrar el tono que queríamos darle a la película, para lo que jugamos con una doble nostalgia. Primero con la de la Francia de Sartre, la de la posguerra, la del jazz y Simone de Beauvoir, esa época tan idealizada en el imaginario colectivo y en las películas americanas. Y, a otro nivel, con la propia nostalgia de la infancia, la de intentar revivir las emociones por las que pasan los personajes», explica Massoubre por videoconferencia sobre una película que maravilló en el último Festival de Cannes y con la que repitió éxito en el Festival de Cine de Gijón.
Una carta de amor
«Mi primer contacto con Nicolás fue una lectura de mi padre, como cuento, justo antes de irme a dormir. Yo recuerdo que me encantaban los dibujos, me parecían muy divertidos y, claro, recuerdo mucho más las ilustraciones que las historias», explica un Massoubre que se ha hecho un nombre como montador en la animación mundial con proyectos como “El pequeño vampiro” o “¿Dónde está mi cuerpo?”, y que viene de trabajar en la revolucionaria “Arcane” de Netflix: «Solo estuve unos meses desarrollando el proyecto, por lo que no puedo hablar de él en profundidad. Pero tampoco creo que animar en 2D sea un acto explícitamente político. La técnica tiene que ver más con el propósito y el tipo de película que vamos a hacer. Para “El pequeño Nicolás”, la animación en 2D y a mano era la única viable, eso sí. La única fiel», añade el director.
«En cierto sentido, Amandine y yo somos como Goscinny y Sampé», bromea el realizador sobre la co-dirección en la animación, un concepto que muchas veces es complicado de entender: «Yo me ocupé más del guion, de la parte sonora y de las ideas desde el guion gráfico, y ella más de lo que tenía que ver directamente con la animación», explica. Y sigue, sobre el tono de una película que por mercadotecnia podría apelar a la infancia pero que se vuelve disfrutable desde todos los ángulos: «La poesía de “El pequeño Nicolás” se desprende de los dibujos, por la ingenuidad que describen, y por el verbo. Por la primera persona. Ver todo a través de los ojos de un niño de ocho años es increíble, porque no envejece por mucho que cambien los tiempos».
Así, su carta de amor a la amistad entre dos de los nombres propios más importantes de la novela gráfica gala se intercala con situaciones del día a día de Nicolás, ese niño que nació para ser todos los niños: «Todos tenemos una abuela a la que amamos con locura. Todos tenemos un buen recuerdo de nuestros amigos del colegio. Y, de vez, en cuando todos nuestros padres discuten por tonterías. Ese es el valor universal y de identificación de los cómics», completa un Massoubre cuya película, tan ligera como sentida, debería ser acicate suficiente para devolver a familias enteras a las butacas.