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Los libros de la semana: de la reivindicación de la inactividad al desafío psicoanalista de Élisabeth Roudinesco

Las novedades editoriales también incluyen “El siglo más largo de Roma”, escrito por Pedro Barceló o “El fondo del puerto” de Joseph Mitchell
PIERRE-JEAN GROUILLEPhoto12 via AFP

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“El Yo soberano”: la eterno desafío del Yo, según Roudinesco

★★★★★
Diego Gándara
«Yo soy yo y eso es todo». Ése es el lema, dice Élisabeth Roudinesco, que debería servir de guía en estos tiempos modernos, donde la identidad por momentos se identifica con un yo que no resulta fácil de asir porque, al fin y al cabo, quién soy yo: ¿el otro?, ¿mis curcunstancias?, ¿el lugar en el que nací?, ¿la tierra donde vivo? No, vuelve a insistir Roudinesco: «Yo soy yo y eso es todo» , lo cual significa, por un lado, afirmarse en una identidad, y por el otro, reconocerse en una alteridad, «sin negar la diversidad de las comunidades humanas ni esencializar lo universal o la diferencia».
Nacida en París en agosto de 1944, durante la liberación de la ciudad de los nazis, hija de padre de origen rumano y madre judía, Élisabeth Roudinesco es una de las figuras esenciales del psicoanálisis y de la historia misma del psicoanálisis. Formada en el Collège Sévigné y en la Sorbona, y también en la Universidad de Vincennes, donde tuvo como porfesores a Tzvetan Todorov, Michel de Certeau, Gilles Deleuze y Michel Foucault. Entre 1969 y 1981 fue una de las miembros más destacadas de la Escuela Freudiana de París, fundada por Jacques Lacan, donde se formó como psicoanalista.
Con su nuevo libro, «El Yo soberano», Élisabeth Roudinesco se adentra en uno de los aspectos centrales del psicoanálisis: la identificación y, con ello, la idea de una identidad en la que el yo no es más que una instancia enunciativa. Sin embargo, dada la época actual, el Yo se ha fortalecido o, cuando menos, se ha hecho soberano de cualquier identificación relacionada con la raza, con el sexo, con el género, con la patria o con una identidad colectiva o nacional. Ahora, lo que rige, es una obsesión: la asignación de identidad. El desafío, en cualquier caso, plantea Roudinesco en este libro tan crítico como esclarecedor, es pensar la identidad tal como se piensa en los estudios de interpretación psicoanalítica posfreudiana o, lo que es lo mismo, lacaniana. ¿Quién soy yo?, sigue siendo la pregunta. «Yo soy yo. Y eso es todo», parece ser, de momento, la respuesta.
▲ Lo mejor
El recorrido histórico de la idea de identidad, relacionado con la de raza, género y sexo
▼ Lo peor
El tono sostenido por el discurso analítico, que habla desde una posición ya sabida

“El siglo más largo de Roma”: viaje a la peripecia biopolítica de Roma

★★★★★
David Hernández de la Fuente
La historiografía ha analizado la perspectiva de la larga duración de los Estados, ya desde la antigüedad, como una suerte de evolución biológica. Así ya Platón o Polibio teorizaron sobre los ciclos vitales del organismo político y Mommsen propuso, en una celebrada cita, que solo en el caso de Roma era capaz el historiador de tener toda la perspectiva de vida y muerte de un Estado. Para ello, hay siglos más intensos que otros y, si los historiadores de la edad contemporánea han hablado del «largo siglo XIX» con toda justicia –acabando en la Primera Guerra Mundial–, el historiador Pedro Barceló analiza en un magnífico libro lo que considera «el siglo más largo de Roma».
En la larga peripecia biopolítica de Roma, este es sin duda alguna el siglo IV, que comienza con las persecuciones de cristianos con Diocleciano y Galerio y acaba con la universalización del cristianismo, que cambiará para siempre la historia, con Teodosio. De Constantino a este, el último emperador que reina sobre todo el imperio, se transformará para siempre la cuenca mediterránea. Barceló lo demuestra a través del apasionante reinado de Constancio II, tradicionalmente relegado en los estudios históricos, pero que explica bien la confluencia entre política y religión. No se puede subestimar la importancia de esta imprescindible época para entender lo que somos, desde los monoteísmos a los nuevos pueblos europeos.
▲ Lo mejor
Un libro imprescindible para entender el cambio histórico entre Antigüedad y Edad Media
▼ Lo peor
Nada que reseñar en un ensayo histórico impecable como cabe definir al de Barceló

“Vida contemplativa”: vida contemplativa en tiempos algorítmicos

★★★★★
David Hernández de la Fuente
El debate sobre los géneros de vida es tan antiguo como la propia filosofía. Ya Pitágoras o Aristóteles, pasando por el Sócrates platónico, teorizaron acerca de cómo conviene vivir, si de modo activo o contemplativo, en una dicotomía constante desde entonces. Hay el perfil del filósofo apartado del mundanal ruido, como el caso del recluso de Königsberg, y el ejemplo del pensador en el medio de la ciudad, aunque sea incómodo, como en el ejemplo del cínico Diógenes. Pero ¿qué sentido tiene la contemplación en el barullo cotidiano posmoderno, entre las pantallas que nos aturden, el bombardeo de los medios y su efecto agenda de actualidad inquietante, hasta el potaje narcisista que nos sirven a la carta las redes sociales y el inefable algoritmo? Pues bien, defiende Han en su último y magnífico libro, es necesario volver a la inactividad, que no es para nada pasividad, sino más bien un voto en blanco que impugna la sinrazón de nuestro tiempo. El repliegue a una actitud meditativa y contemplativa le parece lo más sano tanto para el espíritu y para el individuo, como para el gran marco del medio ambiente el colectivo. La filosofía aquí vuelve a poner en el centro el debate de la vida contemplativa.
Frenético confusionismo
Otra cosa es la «theoría» griega, contemplación, introspección e indagación, ya desde Anaxágoras. Aquí Han actualiza a los clásicos con Heidegger, Nietzsche, Deleuze y Arendt, entre los filósofos, Agustín y Tomás de Aquino, entre los teólogos y, entre los escritores, Píndaro, Rilke o Benjamin, en lo que se convierte en una especie de «oda a la vida contemplativa». Se demuestra de nuevo que lo más rompedor es lo arcaico. Si en otros libros el filósofo ha abogado por la desconexión de la infocracia y por una vuelta al sí-mismo, en esta ocasión sorprende con una reivindicación de la inactividad en medio de nuestro espasmódico y frenético confusionismo. Beatus ille…
Lo mejor
La reivindicación con argumentos clásicos y contemporáneos de una vida contemplativa
▼ Lo peor
Nada a reseñar en una obra que aboga por una inactividad lejos del atolondramiento actual

“El fondo del puerto”: réquiem por un mundo en extinción

★★★★
Ángel López
En el centenario del nacimiento de Joseph Mitchell, Anagrama nos regala una edición que contiene sus reportajes de corte periodístico más célebres sobre Nueva York. Cincuenta años después, «El fondo del puerto» sigue siendo un libro fundamental. Las seis piezas están conectadas con el legendario paseo marítimo neoyorkino, el terreno que Mitchell hizo suyo. Cuando se publicaron por primera vez, el puerto y sus múltiples oficios estaban en pleno apogeo. Entornos urbanos que parecían perdurables terminaron no siéndolo como la gran plaza de abastos que gobernaba la dieta de la ciudad desde el siglo XVIII. Aunque el autor transitaba las deshoras para recolectar las ruinas de aquel centro neurálgico sería injusto denominarle arqueólogo urbano en tanto que le interesaban sus gentes.
Mitchell rumiaba, catalogaba; les veía y les escuchaba, les respetaba, les admiraba. No era un periodista stricto sensu porque no registraba sus palabras. Estaba con ellos, formaba parte de su paisaje; se fundía con su cotidianidad... Fue uno más al escribir estos relatos construidos con una prosa engañosamente simple, cargada de enumeraciones y conjunciones, siempre áspera y precisa. Como si se tratara de una sintaxis narrativa quebrada para explicar un mundo en extinción. Sabía que la conciencia de la desaparición es necesaria para entender el mundo en constante evolución pero... maldito mundo que arrastra por el desagüe cuestiones medulares de nuestra existencia y nos priva de las sinestesias que contienen estas páginas.
▲ Lo mejor
La descripción de un microcosmos abocado a la desaparición: el puerto de Nueva York
▼ Lo peor
Comprobar cómo las tradiciones tienen menos espacio en un mundo aséptico y emplasticado