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50 aniversario de Ibermúsica: Cómo salvar con un final

larazon

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Obras de Mahler, Beethoven y Berg. Soprano: Rebecca Nelsen. Philharmonia Orchestra. Director: Esa-Pekka Salonen. Auditorio Nacional, Madrid. 8 y 9-X-2019
La brillante programación con la que Ibermúsica celebra sus 50 años «sintiendo la mejor música» se iniciaron con la Philharmonia, una orquesta de las más ligadas a la organización a través de los años, y su director titular Esa-Pekka Salonen, a quien Ibermúsica presentó en España hace treinta y un años. La Philharmonia ha estado en el ciclo con maestros como Ashkenazy, Giulini, Sinopoli, Dutoit, Rozhdesvensky, Slatkin, Sawallisch, Thielemann, Blomstedt, etc. Todo un lujo. En el primer programa, la «Novena» de Mahler, esa obra de la que guardamos muchos un recuerdo imborrable por la interpretación que de ella realizó Claudio Abbado en 2010 con la Orquesta de Lucerna para Ibermúsica. También por las toses que destrozaron el ambiente de su inconmensurable final. Sinceramente, empezó mal la «Novena» de Salonen. La Philharmonia sonó agresiva, hiriente, deslavazada, demasiado marcada, con los planos sonoros desequilibrados, con los metales y la percusión agraviando a la cuerda. Los dos movimientos siguientes mejoraron, pero tampoco convencieron. Mas llegó el «Adagio», en donde con mucha menos percusión y metales manda la cuerda y ésta sonó como en los viejos tiempos, con una calidad admirable, un sonido empastado, dulce. Además, Salonen supo crear el phatos preciso, manteniendo la tensión y jugando con las dinámicas hasta quizá exagerar los pianos, casi inaudibles. Esta vez solo hubo dos toses al final, a pesar de la advertencia inicial desde el propio escenario para que se tuviesen a mano los pañuelos a fin de mitigar su sonido. Salonen salvó esta «Novena» en su final. En el segundo programa, un adelanto del próximo año Beethoven. Nos espera una abrumadora celebración. Abrió una lectura correcta de la infrecuente obertura «El Rey Esteban», para continuar con la suite de la «Lulu» de Alban Berg, bien planteada con una Rebecca Nelsen de cortos medios vocales. Cierto que es poca la intervención para poder traer una soprano con más arrestos. La «Séptima» beethoveniana cerró la sesión con una versión de altura en la que se acentuó la «apoteosis de la danza» y dejó sin parte de su sustancia el «Allegreto». Ovaciones interminables y propina espectacular.