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Obituario

Adiós a Jaime de Armiñán: de señoritas, nidos y otras frivolidades

El director de "Mi querida señorita" y ganador del Goya de Honor fallecía el pasado lunes a los 97 años

Adiós a Jaime de Armiñán: de señoritas, nidos y otras frivolidades
Adiós a Jaime de Armiñán: de señoritas, nidos y otras frivolidadesLA RAZÓN

Era el penúltimo mohicano de la generación que construyó, contra vientos censoriales y mareas puritanas, la mejor época de Televisión Española y el último esplendor del cine español. Jaime de Armiñán fallecía el pasado lunes con 97 años, recordándonos una época en la que pese a las múltiples trabas de una censura constante y ubicua, pero nunca del todo omnipotente, y pese también a las muchas dificultades técnicas y relativa pobreza de medios, una estirpe de cineastas consiguió conquistar para nuestro país premios y presencia internacionales, dejando tras de sí un legado único.

Por alguna misteriosa razón, Armiñán, pese a recibir merecidamente en 2014 uno de esos Goya honoríficos que, como bien sabía, te conceden cuando ya estás más allá que aquí, resulta siempre un tanto postergado en el panteón de los grandes directores del tardofranquismo y la Transición. Menos reconocido que Saura, Bardem, Berlanga, Borau o Forqué (pese a colaborar a menudo con alguno de ellos), se quedó un par de veces a las puertas del Oscar a mejor película de habla no inglesa (o extranjera, que se decía entonces). Aunque el mítico programa de televisión "Historias de la frivolidad" (1961) le debe tanto a él como a su realizador, Narciso Ibáñez Serrador, pocos se acuerdan de ello. Y pese a que su serie "Juncal" (1981) gozó de merecido éxito crítico y popular, consagrando a Paco Rabal en el imaginario colectivo ibérico del momento, su querencia taurina es poco del gusto actual, por lo que parece mejor relegarla al baúl de los recuerdos.

Pese a ello, los historiadores de cine saben bien que Jaime de Armiñán fue, desde la sabiduría de su narrativa formalmente clásica, de un atrevimiento singular e importancia seminal para los tiempos que le tocaron vivir. Hombre de familia culta y casta de actrices, artistas, políticos y periodistas, pronto destacó él mismo como articulista y autor dramático, cosechando importantes premios teatrales con obras como "Eva sin manzana" (1953) o "Nuestro fantasma" (1956). Pero artista de su época, son el cine y el recién nacido en España medio televisivo los que reclaman su atención.

Un pionero en cine... y en televisión

Desde las primeras emisiones de Televisión Española en 1957, y a lo largo de algo más de tres décadas, Armiñán será uno de los responsables principales del departamento de ficción del ente público durante casi veinte años, contribuyendo después con incontables producciones y programas, hasta su despedida en 1993 con la serie "Una gloria nacional".

Al mismo tiempo, escribe guiones para José María Forqué y otros directores como Alfonso Balcázar o Fernando Palacios. Son, casi siempre, comedias resultonas, vehículos para estrellas como Marisol o incluso las gemelas Pili y Mili. Precisamente con Marisol como protagonista debuta en la dirección en 1969: "Carola de día, Carola de noche" es una simpática fantasía musical entre la comedia romántica y la intriga, que certifica el buen hacer del director. Le seguirá "La Lola, dicen que no vive sola" (1972), apuntando ya un erotismo más que incipiente. Pero es con su siguiente película con la que se consagra, como quien no quiere la cosa, como atrevido y renovador talento en un panorama español tardofranquista que sembrar con minas de efecto más o menos retardado.

"Mi querida señorita", escrita a pachas con Borau, es un extraño melodrama, bizarre y al límite de lo permisible, sobre un hombre que sido educado como —y ha creído ser— durante sus más de cuarenta años una mujer, en un pequeño pueblo de la España profunda. Con un José Luis López Vázquez, que en esos tiempos no se asusta de nada —lobisome psicópata gallego en "El bosque del lobo" (1970) o chulo travestí amante de una mujer barbuda en "Una pareja… distinta" (1974)—, rozando de nuevo lo sublime, Armiñán escandaliza, fascina y palpa la gloria del Oscar, que le arrebata otro español travestido de francés: Luis Buñuel con "El discreto encanto de la burguesía" (1972). Perder “contra” Buñuel no es poca cosa, y Armiñán lo tomará deportivamente.

Con Mi querida señorita el director, con querencias de comediógrafo, amante de La Codorniz y admirador de Jardiel y Mihura (del autor teatral, no el de los toros, que también), descubrió que lo suyo era un erotismo sutilmente provocador, al borde de lo perverso pero al tiempo melancólico, romántico y hasta lírico. Así lo demostrará con "El amor del capitán Brando" (1974), "Al servicio de la mujer española" (1978) y, sobre todo, con "El nido", otro pasaporte truncado al Oscar, cuya emotiva historia de paidofilia platónica sería hoy más imposible de lo que fueran en su día aquellas Historias de la frivolidad.

Hombre de un tiempo en el que era posible engañar a la censura (hoy es la censura quien nos engaña a nosotros), ser taurino y progresista, serio y frívolo, incluso ser señorita de pueblo siendo todo un caballero o amar a una niña de trece años sin cometer delito alguno, Jaime de Armiñán, culto y popular, deja otro vacío que nadie podrá ni querrá tampoco llenar ya.