Buscar Iniciar sesión

Andrew Solomon: «El coste de la vida moderna nos está pasando factura»

Andrew Solomon parte de su propia experiencia para analizar los fantasmas de la depresión, una enfermedad con la que conviven millones de personas y que Hipócrates ya describió hace 2.500 años
larazon

Creada:

Última actualización:

Belén V. Conquero.- Andrew Solomon parte de su propia experiencia para analizar los fantasmas de la depresión, una enfermedad con la que conviven millones de personas y que Hipócrates ya describió hace 2.500 años
Con un grabado de Goya a sus espaldas inicia Andrew Solomon muchas de sus charlas. Pero no es cualquier obra, es «El Gigante», en la que el pintor refleja la soledad, la clave de la depresión. El pintor plasma la indefensión en la que se encuentran las personas deprimidas a través de una figura musculada, de aparente fortaleza física, pero que refleja «la enormidad de la depresión que domina todo el mundo», explica el autor de «El demonio de la depresión», una obra con la que el psiquiatra se adentra en los recovecos de su propia enfermedad y que le ayuda a analizar una de los males modernos que afectan a más personas.
Reconoce que no sabía del estado mental de Goya cuando proyectó sus Pinturas Negras, pero siempre ha percibido la potencia de su obra. «Es un poeta del alma. Entendía la vida interior de forma muy profunda y eso lo transmite en sus cuadros». Su pasión por el autor de Los Caprichos lo ha heredado de su abuela, al igual que «tres pequeños grabados que me dejó y que guardo en mi casa. Es una de mis posesiones más queridas» y a las que recurre cuando su demonio tiene visos de aparecer.
Casado, con dos hijos y con una carrera profesional brillante –ha sido finalista del Premio Pulitzer y ganador del National Book Award–, parece la descripción de una vida perfecta, llena de felicidad, «pero sólo lo es en la frase. Está llena de imperfecciones». Es más, «fui capaz de entender que mi depresión era una enfermedad real porque comprendí que tenía una buena vida y que, sin embargo, tengo pequeñas recaídas. Cada vez que me ocurre me siento mal por ello». Él mismo se cuestiona: «¿Qué derecho tengo a deprimirme?». No todas las personas que sufren depresión son capaces de ver que ellos no tienen la culpa, sino que «es la forma en la que trabaja mi cerebro. Es como interactúo con el mundo. La depresión está ahí y ya está».
La primera crisis que padeció Solomon no apareció como es de esperar. Surgió «después de haber resuelto varios problemas». Es más, habían transcurrido tres años desde la muerte de su madre, estaba a punto de publicar su primera novela, estaba escribiendo para «The New Yorker» y había salido indemne de una relación que había durado dos años. Pero, como describe él, «con paso sigiloso y felino, la depresión apareció en mi vida y lo estropeó todo». No era consciente de las causas profundas del problema: la permanente crisis existencial, problemas de la infancia que había marginado en un rincón o, incluso, «la imposibilidad de un amor perfecto». Y es que, para una persona que ha tenido una vida relativamente fácil, resulta aún más complejo entender el porqué y no dejan de buscar el origen del problema hasta que descubren, como relata el autor neoyorquino en su obra, que es más importante afrontarlo y sobrellevarlo que intentar comprender una enfermedad que apareció «en el momento en el que el ser humano empezó a existir. Es más, Hipócrates ya describió los síntomas hace dos mil quinientos años». Como apunta en uno de sus capítulos: «Ni la depresión ni el cáncer de piel son inventos del siglo XXI». No obstante, el ritmo de vida de esta época sí que determina la prevalencia cada vez mayor. Hace cien años apenas se diagnosticaba. «Si en ese momento decías que estabas muy deprimido, sólo te te podían responder con un: ‘‘Te fastidias’’. No había nada que hacer, pero hoy es mucho más útil decir que estás deprimido porque existen muchos tratamientos». A pesar de todos los avances científicos, «también ha aumentado la frecuencia de la depresión. Está directamente ligada con el mundo en el que vivimos. El ritmo de la vida moderna es muy difícil de llevar» porque los estándares del éxito han aumentado. Y lo que para Solomon es aún peor: «La gente pasa demasiado tiempo interactuando con máquinas, mucho más que con otros seres humanos. Éste es un coste que tenemos que pagar por la vida que llevamos. Es la factura». La realidad es que, como ha podido comprobar en primera persona, la soledad es una de las mayores tragedias de la actualidad y la principal responsable de que en España, en sólo diez años, se haya triplicado el consumo de antidepresivos. Es cierto que no es el único desencadenante, pero sí en el que coinciden más enfermos. «No era consciente del nivel de soledad que existe en el mundo antes de escribir este libro», pero fue el «feedback» de sus lectores el que le dio una lección de cómo el ritmo actual se ha convertido en el principal desencadenante de la enfermedad mental. En las misivas «me describían vidas en las que su trabajo no era muy social: compran comida, se van a casa, ven la televisión y se acuestan. Todo sin interactuar con nadie. La soledad es muy grande y muy peligrosa». Y añade otro factor: «La gente duerme menos de lo que solía antes de que apareciera internet o la televisión». Todo esto pueden ser detonantes si la persona enferma no es capaz de mantener un equilibrio, porque no debemos olvidar a otro jugador: el estrés. «Estamos sometidos a mucha presión, pero todos debemos entender nuestros límites y encontrar los soportes para estar menos estresados». Solomon describe cómo tonterías del día a día, como jugar con sus hijos, pueden tener más beneficios para su salud mental y, por consiguiente, para los que le rodean, como entregar un artículo el día indicado y a la hora exacta. «No puedes olvidar tus deberes, pero sí moderarlos».
Es en esta línea de investigación en la que trabaja actualmente, en un libro dedicado a «las ‘‘superpersonas’’», como describe a las familias de hoy. «Hasta ahora sólo las mujeres asumieron responsabilidades que les correspondían a los hombres, mientras que ellos se resistían a hacer lo mismo. Ahora ellos también se implican, están más involucrados en cuidar de sus hijos». Esta aparente igualdad «puede parecer que vivimos en un mundo más igualitario, más feliz, pero no es así». «La realidad –prosigue– es que todo el mundo está intentando ser ‘‘supermadre’’ y ‘‘superpadre’’. Es demasiado, inabarcable». Tanto, que el autor considera que es un nuevo desencadenante de la depresión.
La familia, como insiste Solomon, ha sido y es uno de los pilares de su recuperación porque «las personas con más predisposición para recuperarse son las que aman y son amadas. No es que el amor cure la depresión; no lo hace, pero te ayuda a mejorar porque sabes que hay algo por lo que merece la pena vivir o experimentar al otro lado de la depresión». El autor intenta evitar el sentimentalismo pero insiste en que, «aunque el amor no cambia tu cerebro, sí que ayuda a que te recuperes. La posibilidad de amor es un gran apoyo». No obstante, la compañía no es la única medicina para combatir una dolencia que sólo reconocen el 50 por ciento de los enfermos, el tratamiento farmacológico también es clave. «Yo tomo cada día mis pastillas y acudo a mis sesiones con el psicoanalista a menudo, pero entiendo que si alguna persona sufre efectos secundarios, opte por no tomarlas. Es una decisión personal».
En las charlas semanales que mantiene con el terapeuta que le trata no sólo hablan de sus problemas, de sus sensaciones, de su soledad; el arte, la música y la pintura también juegan un papel importante. Es más, considera que «la cultura debería formar parte de cualquier sesión». Él utiliza los cuadros para salir de esa soledad en la que le sumerge la depresión. «El arte y la literatura contienen relatos de supervivencia y uno piensa: si así pudo superar sus problemas otro, yo también puedo hacerlo». Y añade: «La depresión te instala en un estado de obsesión constante y el arte consigue sacarte de ahí».

Con el sello de depresión

«Me arrepiento de ese viaje a la Antártida que no hice. Creía que podía recuperarme a tiempo, pero no podía ir ni a la tienda de al lado, como para subirme a un avión. Todo me atemorizaba, incluso la idea de estar en ese lugar helado, solitario, sin ningún conocido a mi alrededor», relató Andrew Solomon. Estaba pasando por una depresión, un mal que este experto divide en tres etapas: «Desencanto y nulidad: es cuando no te interesa nada de lo que sucede; después se atraviesa por una sensación de dolor por el mero hecho de estar vivo y, por último, la ansiedad aumenta y uno se siente aterrorizado todo el tiempo, pero sin comprender muy bien qué te da miedo». Unas etapas que Solomon atraviesa cuando está depresiv: «El paso de una fase a otra se puede producir de forma muy rápida, depende de cada uno». El psiquiatra no es la única persona de renombre depresiva. De izda a dcha., Monet, Hemingway, Miguel Ángel, Virginia Woolf y Van Gogh son una muestra de los personajes ilustres asolados por este mal. Balzac, Dalí o Tolstói también figuran en esta nómina inabarcable de los trastornos depresivos. Un exponente del sexo femenino que sufrió este mal, y que le mató en vida, es Virginia Woolf. A pesar de sus constantes cambios de humor, de unos altibajos que a cualquier otro le hubieran impedido continuar con su trayectoria profesional, la escritora inglesa trató de zigzaguear sus etapas depresivas. «Tengo la certeza de que me estoy volviendo loca otra vez», llegó a escribirla autora en una carta dirigida a su hermana, Vanessa Bell, antes de quitarse la vida en Inglaterra. Finalmente, la depresión (bipolaridad en su caso) la atrapó, sumergiéndola en un alud del que no supo salir.

La violencia como una enfermedad

En «El demonio de la depresión», Solomon afirma que, «tan pronto dispongamos de un medicamento para tratar la violencia, ésta será una enfermedad». Se trata de una idea que ya había tratado en su anterior obra, «Lejos del árbol». «Dediqué un capítulo a personas que habían cometido crímenes. Quería entenderles», afirma. «Mezclaba la idea de enfermedad e identidad, y me di cuenta de que la criminalidad se puede considerar como una identidad», añade. Solomon comprobó que estas personas se «sentían obligadas a hacerlo. Era como una patología». Y es que, «al margen de los psicópatas, hay personas que utilizan la violencia como forma de expresar su confusión, su inhabilidad social. Porque, «por muy duro que suene», la depresión «puede anularlos» y provocar que la violencia sea «su única forma de conectar unos con otros».

Ficha

«El demonio de la depresión»
Andrew Solomon
DEBATE
698 páginas, 34,90 euros