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Bienal de Lanzarote: Celebrar la vida y planificar la muerte a través del arte

La Bienal de Lanzarote inaugura su segunda fase con la migración como temática principal y con 5 nuevas exposiciones
Gerson Díaz

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Ver para no olvidar. El compromiso social reside en eso: en mostrar, reivindicar, recordar. Consiste en compartir historias, y para ello es necesario el arte. Es fundamental contar con la creación y el discurso para rescatar lo que hemos sido, somos y seremos. No hay mayor libertad que la de expresión, en cada una de sus extensiones, pues es capaz de remover historias y almas hasta recordarnos hasta qué punto son importantes ciertos mensajes y culturas que, a veces, y sin merecerlo, son olvidados. Y es este ejercicio de reencuentro, de profundidad humana, de alergia a lo injusto y, por qué no, de denuncia, en el que se mueve la Bienal de Arte de Lanzarote. Desde que abriese sus puertas el 1 de septiembre –hasta mayo de 2023–, esta cita ha atraído a numerosos artistas cuya obra es un espejo real y crudo en el que debemos mirarnos. Si en una primera fase el certamen se centraba en la memoria histórica, ahora aprovecha las revoluciones ya avanzadas de sus motores para entrar en una segunda fase, si me lo permiten, aún más comprometida y consolidada. Ayer se inauguró en el Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote (MIAC) la segunda parte de esta Bienal, en la que se vuelve «a abogar por los derechos de los ciudadanos y se preocupa por reflejar circunstancias y hechos que preocupan al mundo y, en especial, al contexto lanzaroteño», explicó Adonay Bermúdez, director artístico de esta XI edición.
Así, y bajo el lema «Como la liebre en el páramo» –en homenaje a los textos de Leandro Perdomo, al coincidir con el 30 aniversario de su muerte–, la Bienal aborda en cinco nuevas exposiciones temáticas como la inmigración, mujer y fronteras. Una serie de muestras que, con Latinoamérica como telón de fondo, funcionan como un puente entre la vida y la muerte, y que cuentan con obras de las mexicanas Tania Candiani y Ximena Labra, el venezolano Marco Montiel Soto, el rumano Marius Ionut Scarlat y el cubano Carlos Martiel. Bermúdez, comisario independiente que ha trabajado en exposiciones en México, Texas, Ecuador, República Dominicana, Italia, Chile o España, es la primera vez que asume la dirección artística de la Bienal de su tierra natal. Y asegura haberle dado un lavado de cara. «No concibo una Bienal sin ser colectiva», afirma, en su convicción de abrir las fronteras del arte más allá de lo establecido. Y es por ello por lo que, para las diferentes muestras que se distribuyen a lo largo de la XI edición de la Bienal, ha contado con la colaboración de entidades como el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de México (MUAC) o el encuentro Veintinueve Trece.
La migración es, por tanto, el hilo conductor de esta segunda etapa. Y lo es todo lo que conlleva: contraste de culturas, esfuerzos, injusticias, derechos anhelados o cuerpos perdidos. Ejemplo de esta interculturalidad es, por ejemplo, la obra de Montiel Soto, bajo los títulos «Tratado de maracas negras» y «Paralelismo tropical de la ausencia». El venezolano ha dispuesto en la Sala Pancho Lasso del MIAC «un proyecto creado específicamente para la Bienal. Es una instalación exquisita repleta de objetos y referencias que remiten a Latinoamérica y África. Una obra que celebra la vida y advierte de la muerte, lo que inspira tanta ceremonia como dolor. Dos aspectos que nos trasladan a otras de las muestras. En primer lugar, en cuanto a lo ritual, destaca «Tres días, ocho días, cuarenta días», exposición de Iount Scarlat que se ubica en la Casa Amarilla. Este joven fotógrafo rumano, que vive en Guadalajara (España), «viaja constantemente a Rumanía para ver a su familia, lo que le permite atrapar su cultura y la religión ortodoxa. Tensiones, ritos funerarios, tradiciones... Muestra una serie que empezó hace 15 años y acabará cuando mueran sus abuelas, y que abarca los rituales de ellas, que preparan lo que Marius debe hacer en sus funerales», dice Bermúdez.

El esfuerzo femenino

Para hablar de muerte y sufrimiento, el foco se inclinaría hacia la exposición de Martiel, una proyección instalada en el MIAC de un vídeo que el artista presentó en la Bienal de Venecia de 2017. Aparece él desnudo, en el interior de un cubo que, en forma de reloj de arena, va llenándose de agua del «Mediterráneo», nombre con el que titula su obra. «La muestra podría llamarse también Atlántico, porque alude a la migración, a los cuerpos que quedan en el mar y que por ser negros se consideran de segunda. Martiel recuerda que vivimos en una sociedad anti negra y lo que cuesta mantener la respiración en sus cuerpos», explica Bermúdez.
Con esto, y en ese recorrido entre la celebración de la vida, la preparación de la muerte y su llegada, hay un elemento primordial, que es el esfuerzo. Y en él juega la obra de Tania Candiani. En su muestra «Los ojos bajo la sombra», la mexicana recrea las fotografías de Dorothea Lang de 1942, donde mujeres americanas de origen japonés encarceladas tejían enormes redes de camuflaje. En la obra que se ubica en el MIAC, creada para esta Bienal, Candiani «propone una conexión entre México y Lanzarote a través del cultivo de la grana cochinilla, evidenciando cómo las migraciones derivadas del comercio entretejen una red capaz de cambiar a las sociedades, incluso al paisaje de un territorio», apunta el director artístico.

Reacción e interacción

Por último, la extensión geográfica de la Bienal llega hasta el peculiar y atractivo espacio de El Almacén, que alberga la muestra de Ximena Labra y que se inaugura este viernes. Es una propuesta posible “gracias al convenio entre la Bienal y el MUAC”, explica Bermúdez. Plantea tres copias de la escultura de Tlatelolco, que se erige en recuerdo a las víctimas de la matanza ocurrida el 2 de octubre de 1968, durante un encuentro llevado a cabo por estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, corazón de Ciudad de México. Las obras de Labra, creadas con resina, “recorrieron la ciudad generando una reacción e interacción con el público”, explica el director, sensaciones tan curiosas como bellas que se perciben a través de la proyección que se dispone en la sala de El Almacén.
Una serie de exposiciones que, por tanto, recogen el talento, la creatividad, la reflexión y el discurso en pro de la comunicación artística. Una serie de mensajes necesarios e importantes para el progreso humano, y que buscan propiciar ya no solo el impulso cultural de la isla, el cual cuenta con grandes bases y profesionales que velan por ello, sino también la comunicación con el nuevo público y con el de siempre. Una serie de trabajos que reactivan realidades tan bellas como crudas, que por muy lejanas que parezcan tan solo necesitan que las observemos para recordarlas y, por tanto, conectar con ellas.