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Arco está en su punto

A pesar de la crisis y del IVA del 21 por ciento, las galerías de la feria venden sus primeras obras antes de la inaguración oficial

Mario Ybarra, autor de la instalación «Como una vaca visitando una carnicería» en Honor Fraser de Miami
Mario Ybarra, autor de la instalación «Como una vaca visitando una carnicería» en Honor Fraser de Miamilarazon

Eterno «dêja vù». Un año más, los carpinteros (los de clavo, martillo y taladro y el dúo de artistas cubanos, en Ivory Press, también) siguen con su tráfago habitual.

Eterno «dêja vù». Un año más, los carpinteros (los de clavo, martillo y taladro y el dúo de artistas cubanos, en Ivory Press, también) siguen con su tráfago habitual, las escaleras vuelan y cambian de mano, se retiran plásticos y se colocan enchufes. Huele a pintura y hace un frío que pela. Y ya hay piezas vendidas. Sí, sí, vendidas. Nada más traspasar la puerta del pabellón 8, uno se topa con el stand, precisamente, de Ivory Press. Elena Ochoa espera a que Los Carpinteros, los cubanos que citábamos antes, estampen contra la pared sus tomates para colocar en su lugar otros de porcelana. Dice que está exultante y que hay que llegar a la feria optimista.

Tiene sus favoritos, como una instalación de Juan Muñoz, imponente –«La ratonera» se llama–, Prudencio Irazábal, Eugenio Ampudia. Está tan contenta y tan esperanzada en el resultado, en las ventas, que su galería ha invitado a 54 coleccionistas de todo el mundo a darse una vuelta «y ha sido una respuesta masiva con respecto a otros años. Los precios están adecuados internacionalmente. El pesimismo, además, no es realista, sí lo es el optimismo», asegura, y cierra con un «hay que seguir viviendo, vamos a olvidarnos del mantra ese de que la feria está fatal». La pieza más cara que cuelga, 600.000 euros, es de los Kabakov, una obra que se llama «Para ser buenos», con angelicales alas, y la más barata, las de Jerónimo Elespe por 1.000. Leandro Navarro ocupa un espacio impresionante, una milla cuasi dorada que comparte con Helga de Alvear y la portuguesa Mario Sequeira, con un Anselm Kiefer a medio montar que se intuye obra maestra. Carles Taché también anda cerca. Cree que hay que ayudar a las galerías que empiezan, dice que no lanzaron un órdago a Ifema y que cada año se hace un enorme esfuerzo por estar en la feria. Le duele el IVA del 21 por ciento «y que se considere la cultura como artículo de lujo y no como necesidad». Ve la botella medio llena y augura que «es buen momento para comprar porque hay una oferta increíble».

Bajar a la tierra

En Espacio Mínimo cambian las tornas: «Estamos irritados más que preocupados con la situación de falta de sensibilidad. Mis vecinos de stand europeos tiene mejores condiciones que yo. Bajemos a la tierra y dejémonos de triunfalismos». En el pabellón 10 se entra en otra dimensión. En la rotonda principal se nota la ausencia de Soledad Lorenzo y Oliva Arauna. Juana de Aizpuru lleva un stand impecable. Ayer colocó su primer punto rojo, un Albert Oehlen de quitar el sentido por 300.000 euros a un coleccionista español. «Vengo con el ánimo de venderlo todo, estoy feliz». En la murciana T20 también han comprado: un dibujo a pilot sobre papel por 1.100. «Y anima porque el esfuerzo que hacemos es inmenso», dicen. Lo mismo que la canaria Leyendecker, que ya luce puntos, con obra vendida a un galerista y a un coleccionista. «Dios existe», asegura su director, encantado «del nivel de la feria y de su frescura».

Arriesgarse y morir

¿Recuerdan aquellas ediciones de Arco cargadas de piezas imposibles? No las encontrarán este año. Son, quizá, más académicas, menos, mucho menos arriesgadas. Hay que vender, como en cualquier feria. Y en esta, más. No hay espectáculo. Marlborough, impecable con sus clásicos, y Pérez de Albéniz, que se estrena en Madrid, es punto y aparte. La foto de Morimura de Juana de Aizpuru, un espectáculo, y no hay que dejar de ver lo nuevo que cuelga en su stand de García-Álix y Pierre Gonnord, perdido en rutas faulknerianas. En Forsblom de Helsinki, una obra de Tony Oursler (en la imagen), ayer recién desembalada, que habla, ríe y no te quita ojo. Un clásico, vamos.