Arte

La Fontana di Trevi, enésima víctima del ecologismo vandálico

El pasado domingo, nueve activistas del colectivo Ultima Generazione se lanzaron al agua de la icónica fuente, y comenzaron a arrojar un líquido negro hecho con carbón vegetal en forma de protesta

Ecologistas tiñen de negro la Fontana di Trevi de Roma
Ecologistas tiñen de negro la Fontana di Trevi de RomaEuropa Press

Está prohibido bañarse en la Fontana di Trevi. Ni siquiera para refrescarse en los calurosos y turísticos veranos de Roma. Pueden arrojar todas las monedas que quieran –cada lunes se limpia la fuente y se recogen, al menos, un millón de euros anualmente–, pero de bañarse ni hablar, a no ser que se traten de una Sylvia y un Marcello enamorados y dirigidos por Fellini. La icónica escena de «La dolce vita» se ha convertido en un símbolo del cine y del romanticismo. Más de uno habrá soñado con bañarse en tan espectacular monumento, con su pareja y bajo la luz de la luna. Pero es ficción (¿qué no se puede permitir Fellini?), y lo cierto es que la Fontana di Trevi es una de las grandes joyas del Barroco de la capital italiana, por lo que debemos respetarla y cuidarla. No obstante, últimamente parece que velar por la salvaguarda del patrimonio cultural está sobrevalorado, pues cada vez son más los vandalismos hacia obras de arte. Ahora, efectivamente, ha sido el turno de la Fontana di Trevi: el pasado domingo, a nueve activistas del colectivo Ultima Generazione les entró la fiebre de Sylvia y Marcello, pero con intenciones completamente diversas y para nada amorosas. Se lanzaron al agua de la icónica fuente, y comenzaron a arrojar un líquido negro hecho con carbón vegetal. Rápidamente, en el fondo del agua cristalina se dejaron de ver las miles de monedas sumergidas, pues todo se ennegreció mientras los activistas desplegaban una pancarta: «No paguemos por los fósiles».

Al grito de «nuestro país se está muriendo», el movimiento Ultima Generazione reivindicó las devastaciones ocurridas últimamente por las lluvias torrenciales en Emilia Romaña. Es una realidad trágica y desastrosa, que nos debe llevar a plantearnos de nuevo la seriedad del cambio climático. No obstante, ¿es el ataque a las obras de arte una vía certera para reivindicar? ¿No es el cuidado del patrimonio también esencial para el desarrollo y el conocimiento del ser humano? «Basta de estos ataques absurdos a nuestro patrimonio artístico», condenaba públicamente Roberto Gualtieri, alcalde de Roma, a través de sus redes sociales. En el momento en que se supo del acto de los activistas, Gualtieri expresó que «la Fontana di Trevi está desfigurada. Es caro y complejo de restaurar, esperando que no haya daños permanentes. Invito a los ecologistas a competir en un terreno de discusión, sin poner en riesgo los monumentos». Afortunadamente, las primeras estimaciones del estado de la fuente son positivas, pues parece que no habrá daños permanentes. No obstante, sigue siendo una situación delicada pues, explica el alcalde, limpiarla y devolverla a la normalidad «costará mucho tiempo, esfuerzo e incluso agua. Vaciaremos la fuente con sus 300.000 litros. Mucha gente trabajará para sacar el líquido negro. Obligan a hacer obras de restauración, siempre costosas y con un importante impacto ambiental». El arte no es la vía adecuada para garantizar un cambio. Debemos cuidar el planeta, es urgente, pero ni pegarse las manos a «La primavera» de Botticelli ni lanzar sopa de tomate a «Los girasoles» de Van Gogh va a garantizar un combate definitivo contra el cambio climático.