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Muere Sebastião Salgado, dignificador de la pobreza

La fotografía mundial se viste de luto por el fallecimiento de uno de sus máximos representantes

AMP.- Muere el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado a los 81 años EUROPAPRESS

El mismo día en que se hacía público la concesión a Graciela Iturbide del Princesa de Asturias de las Artes, la fotografía mundial se vestía de luto por el fallecimiento de uno de sus máximos representantes: Sebastião Salgado (Aimorés, Minas Gerais, 1944). Ganador del mismo galardón en 1998 -cuando se denominaba Príncipe de Asturias-, Salgado ha sigo agasajado con todo tipo de superlativos: “el mejor fotógrafo de nuestro tiempo”, “el fotógrafo más grande de la historia”… De formación economista -se doctoró en la Escuela Nacional de Estadística Económica de París-, su vida dio un giro copernicano cuando, en 1973, decidió dedicarse a la fotografía. A partir de ahí, toda la trayectoria de Salgado destaca por razones cuantitativas y cualitativas: más de 130 países recorridos y un archivo de medio millón de fotografías reflejan las simas de la globalización, del neocapitalismo, donde se acumulan los pobres y los desplazados por el sistema. Salgado ha transitado por aquellos senderos que suponían desvíos del gran metarrelato del desarrollo y la evolución, urdido por occidente.

Acompañado de sus inseparables cámaras Laica, los proyectos socio-documentales emprendidos por Salgado han necesitado de aquello que precisamente el productivismo contemporáneo negaba: tiempo. Como él mismo se ha encargado de expresar, “hay que tomarse el tiempo que sea preciso para identificar en toda su complejidad la realidad que se quiere fotografiar. Por eso mis proyectos, a veces, requieren varios años”. El fotógrafo brasileño siempre ha sostenido que no no bastaba solamente con dominar la técnica: una vez que esta se controlaba, el siguiente e imprescindible paso era fundirte con la gente, llegar a integrarte en aquella comunidad que se pretendía retratar. Si el contexto que pretendes representar no te acepta, el trabajo resultante resultará superficial. Es indudablemente por esta estrategia de trabajo comprometida la razón por la que Salgado se ha sentido tan dolido ante aquellas críticas que lo adjetivaban como un “esteta de la miseria”. Aquellos que disentían de su forma de adentrarse en la miseria, le negaron la posibilidad de que los pobres se mostraran bellamente. Para cierta ética, esta opción resultaba imposible e impedía a los espectadores afinar políticamente una interpretación certera e idónea de la realidad que contemplaban. Sin embargo, Salgado tenía clara su opción visual y la defendió con argumentos elocuentes: “¿Por qué el mundo pobre tiene que ser más feo que el rico? La luz es la misma, la dignidad también”.

Lo cierto es que resulta difícil encontrar un fotógrafo, en el último medio siglo, que haya explotado más y mejor las posibilidades estéticas de la imagen. Y todo ello con el recurso único y perenne del blanco y negro, cuyos contrastes abruptos han sido aprovechados para modelar la materia bruta de la realidad de una forma hipnótica. Aunque una fotografía de Salgado es inconfundible, su campo de registros es amplio: desde la mirada macro que abarca paisajes imposibles hasta el detalle micro convertido en un universo en sí; desde el posado estudiado milimétricamente de los individuos retratados hasta el instante dramático y transitorio en el que la naturaleza rompe de un estado a otro… pareciera que al objetivo de su cámara no se le escapa ninguna escala, cualquiera de los órdenes o formas de caos que conviven en el planeta Tierra.

El activismo de Salgado lo condujo a que, en un determinado momento, la fotografía le resultara insuficiente en tanto que herramienta de transformación social. En íntima colaboración con su mujer, Lélia Wanick -sin duda alguna, el 50 % de su obra y de su proyecto vital-, Salgado fundó, en 1998, el Instituto Terra, a través del cual se han reforestado muchas zonas del Amazonas con más de 4 millones de semillas de especies nativas criadas por ellos. En realidad, el Instituto Terra es un proyecto de “eco-arte”, una traslación de la creación artística al paisaje, a la sociedad, a la naturaleza. Quizás, aquellos que criticaron a Salgado por “aprovecharse” de la pobreza y de la destrucción encuentren en este proyecto una enmienda a la totalidad de sus sospechas.

No es extraño, en este sentido, que el último gran proyecto visual de Salgado lleve por título “Amazonía”. Después de decenas de viajes y de convivir con doce tribus, “Amazonía” -que visitó España el pasado año- emergió como un impresionante ecosistema visual conformado por 200 fotografías, siete películas y una banda sonora compuesta por Jean-Michel Jarre, que envolvía musicalmente la traducción visual de este paraíso en peligro de extinción. Con Salgado se va uno de los pocos casos existentes en nuestra historia reciente de “mirada total” -esto es: esa suerte de visión comprometida de la realidad, que no solo se contenta con representar y denunciar, sino que se expande al hacer, al actuar.