¿Qué hay bajo la peluca de Picasso?
El Museo Picasso y la Universidad de Barcelona presentan un estudio de seis obras de juventud del pintor malagueño que demuestra que para él era habitual reutilizar una y dos veces las telas
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El Museo Picasso y la Universidad de Barcelona presentan un estudio de seis obras de juventud del pintor malagueño que demuestra que para él era habitual reutilizar una y dos veces las telas
El mejor especialista de Picasso y el único que puede disfrutarlo en todas sus dimensiones, es... Superman. No es broma, sólo su visión de rayos X le permite ver algo que hasta hace poco había pasado desapercibido: los diferentes dibujos, estudios y preparativos que hay detrás de la imagen visible de sus cuadros. Por suerte, ahora, con los nuevos avances científicos no hace falta tener una visión privilegiada para descubrir los secretos del genio. Sólo hace falta un laboratorio móvil, microscopios, reflectografías de infrarrojos, fluorescencias de rayos x y espectroscopias de infrarrojos medios. Vamos, como si los cazafantasmas capturasen el espectro del artista.
El Museu Picasso y la Universidad de Barcelona presentaron ayer el estudio «Los inicios de Picasso a través de la caracterización material de seis retratos de la primera época», trabajo en que se han analizado cuadros de 1895 a 1900, cuando el creador de «El Guernica» tenía entre 14 y 19 años, para ver cómo funcionaba la mente de este talento, entonces todavía incipiente. Los resultados han permitido datar mejor las obras, conocer más profundamente su forma de trabajo y sus tratamientos pictóricos y, sobre todo, descubrir cuadros debajo de la imagen visible de la que no se tenía conocimiento.
Empieza con dos retratos de la época en la que vivía en La Coruña, todavía bajo la batuta de su padre en sus clases de pintura en la Escuela de Bellas Artes. Son «El viejo», de 1895, y «Hombre con boina», de 1896. El primero, una composición sencilla, calificada como «naif», muestra a un anciano dibujado con poca pasta y escasas pinceladas, que delatan a un niño que está comenzando a pintar.
Más interesante es la siguiente obra, «Hombre con boina», también de 1895, en la que ya se ve cómo se complican las estructuras, con un retrato de tres cuartos cuya radiografía ha descubierto claramente el dibujo de dos palomas, el primero que se conoce del pintor y que se convertiría en una de sus obsesiones. Las palomas eran, sobre todo, la obsesión de su padre, que fue un gran copista de los grandes maestros, pero que no destacó nunca con sus propias composiciones, la mayoría de las cuales son palomares o dúos de estos animales.
Por este motivo, se especula con que este «Hombre con boina» haya sido pintado encima de un cuadro de su padre. El Museo Picasso, por ejemplo, conserva una libreta de preparativos en la que en una misma hoja se ve, por encima, a estas dos palomas, y, por debajo, los dos cuadros, lo que demuestra que son copias de las obras realizadas y no investigaciones preparatorias. «El estudio deja claro que Picasso reutilizaba las telas. Las imágenes en infrarrojos descubren claramente las diferentes capas pictóricas», asegura José Francisco García, jefe del Grupo de Caracterización Material del Patrimonio de la Universidad de Barcelona.
- Papá maestro
Los siguientes cuatro cuadros los realiza ya en Barcelona, cuando sigue su formación en la Llotja. Su padre fue contratado por la institución para dar clases y por eso llegó Picasso a esa ciudad. La reutilización de las telas llega aquí a su paroxismo. Los ejercicios académicos los corta para utilizar estas partes para sus propias creaciones. A veces incluso coge sus retratos de modelos en vivo y los trasforma por completo. Porque un hecho notable del artista es que él no necesita borrar las telas para pintar encima, algo que harían la mayoría de pintores. Su capacidad de abstracción le permite atacar los soportes de forma directa y utilizar las viejas formas y estructuras en la nueva imagen que quiere lograr. Tanto es así, que es de los pocos que no necesita hacer dibujos preparatorios primeros donde volcar la pintura, sino que dibujaba pintando.
El primero de estos cuadros es «Hombre al estilo de El Greco», de 1899. Detrás de la figura alargada y espectral de un hombre barbudo aparece, gracias a este estudio, una figura desnuda de espaldas, un retrato al natural de la Llotja. El propio Museo Picasso, cuando recibió las donaciones del propio pintor en 1970, encontró muchas telas de esta época cortadas. Los análisis realizados por este estudio abren ahora la posibilidad de establecer las conexiones entre los fragmentos que faltan y su localización original.
El caso más fascinante que ha descubierto el estudio es «Retrato de Josep Cardoner i Furró», de 1899, en el que se han descubierto hasta tres estructuras laminares. En la primera, de formato completo, se ve un interior similar a sus escenas mortuorias y de enfermos de la época azul. La segunda composición es un paisaje de tejados, que sería una de sus obsesiones en su primera época barcelonesa. Picasso hacía mucha vida en esas azoteas. Aquí se presenta una composición más alegre, con mucho ocre, similar a sus paisajes urbanos de Horta. Y al final, la imagen visible es la del retrato.
El siguiente cuadro estudiado es el «Retrato de Carles Casagemas», pintor y poeta amigo de Picasso de sus años en Barcelona y París que se suicidó con a penas 21. La obra tiene como particularidad que, por primera vez, Picasso sí tuvo que borrar el cuadro anterior con una capa de blanco. El problema fue que el plomo degrada antes los pigmentos y ha hecho que se caiga parte de la pintura visible, así como la propia pintura blanca, lo que ha permitido ver que había una obra detrás. «El plomo impide que se pueda radiografiar la imagen. Su número atómico no absorbe la energía y es imposible ver qué hay debajo», afirma García. Sin embargo, gracias a esta degradación de la pintura, sí se ha descubierto un paisaje, con azules, verdes, y ocres que vuelven a remitir a Horta. Aunque lo principal de este cuadro es descubrir los motivos de degradación de la pintura.
El estudio acaba con «Autorretrato con peluca», de 1900, en el que ya se ve la complejidad de su talento. A través de diferentes capas advertimos cómo del retrato de un personaje típico de la bohemia barcelonesa de la época, con su sombrero de grandes dimensiones, se pasa a un autorretrato y al final se añade la peluca blanca en busca del disfraz. El estudio pictórico ha posibilitado, por ejemplo, datar la obra con mayor precisión y dejar claro que el estudio de Picasso es inabarcable.
Del propio artista a su amigo íntimo
El estudio ha sido una iniciativa del proyecto europeo de Infraestructuras de Investigación Avanzada sobre el Patrimonio Cultural (Charisma), que ha posibilitado la utilización por parte de la Universidad de Barcelona del laboratorio móvil Molab, que analiza cuadros de grandes dimensiones in situ. Esto posibilita que los especialistas vayan al Museo Picasso y estudien las piezas, que no es tan sencillo, ya que puede que estén cedidas a otro espacio o en plena exposición, como pasó con «Autorretrato con peluca».