Un «degenerado» saqueado por los nazis
La revolución pictórica puesta en marcha por Cézanne era demasiado avanzada e inteligente como para gustar a los paladares pictóricos de las autoridades nazis. Por eso era más que previsible que su pintura acabara inscrita bajo el epígrafe de «degenerada» por parte de las huestes de Hitler, que, con la misma etiqueta, también distinguían obras de Van Gogh, Picasso, Monet, Manet y Gauguin dentro de una larguísima y prolija lista. El 18 de julio de 1937 se inauguró en Munich una exposición, a petición del Führer, con carácter itinerante y con la intención de mostrar por toda Alemania esos trabajos plásticos en las antípodas de sus gustos en la materia. Cézanne fue uno de los artistas expuestos. Paradójicamente, igual que se condenaba su producción pictórica, el francés también se convertía en uno de los saqueados por el nazismo. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la reciente aparición de un tesoro artístico formado por unas 1.400 piezas robadas a familias judías y conservadas por el octogenario Cornelius Gurlitt en su apartamento del centro de Munich. Cézanne es uno de los nombres que aparecen en ese espectacular fondo, aunque todavía no ha trascendido qué piezas tenía el anciano en su casa de este pintor. La situación creada en torno a Cézanne por los nazis ha provocado alguna que otra controversia. El 10 de febrero de 2008, un espectacular robo en una pinacoteca de Zúrich provocó una polémica que afectó a historiadores y críticos de arte. Entre las piezas sustraídas se encontraba una de las obras maestras de Cézanne, «Chico con un chaleco rojo». El historiador Thomas Boumberg encendió las alarmas cuando declaró que el cuadro junto con otros centenares de obras fue una de las muchas joyas sustraídas por las tropas del Tercer Reich. Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, Berna abrió un proceso y algunas piezas pudieron volver a sus legítimos propietarios. Otras fueron revendidas para poder llenar las pobres arcas del país tras el final del conflicto bélico. Un rico industrial llamado Emil Georg Bührle, quien debía parte de su fortuna a la venta de armas, adquirió el cuadro de Cézanne y otras nueve piezas a sus propietarios legítimos. Sin embargo, un día más tarde, rectificó sus palabras y admitió que esta pintura no había sido sustraída con anterioridad por los nazis. Finalmente, la tela regresó a Suiza hace dos años tras descubrirse que los ladrones trataban de venderla en Serbia. Hay un curioso epílogo a todo este tema, que demuestra que nos movemos en un terreno fértil para la especulación. En abril del pasado año, a la manera de una película de aventuras, se puso en marcha una expedición con destino a unas minas en las montañas de Erzgebirge, situadas a unos 90 minutos de Dresde. Se sospechaba que allí permanecería oculta, desde el final de la guerra, una extraordinaria colección de ricos tesoros artísticos, en su mayoría propiedad del barón Ferenc Hatvany. En el listado de artistas con los que trabajan los investigadores, el nombre de Cézanne es uno de los más destacados.