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Así suena la historia de España

Del «Cara al sol» a «Ay Carmela», y de «La bien pagá» a «La chica ye-yé», un libro analiza la memoria de nuestro país a través de canciones que han acompañado los cambios históricos

Concha Piquer
Concha PiquerlarazonLa Razón

Del «Cara al sol» a «Ay Carmela», y de «La bien pagá» a «La chica ye-yé», un libro analiza la memoria de nuestro país a través de canciones que han acompañado los cambios históricos.

Las canciones forman parte de nosotros hasta tal punto de que no nos damos cuenta de ello, igual que el pez no es consciente del agua en la que nada. Además, con el tiempo, ha dejado de ser la maría de las artes: los músicos obtienen el Nobel (Bob Dylan) o el Pultizer (Kendrick Lamar) y el volumen de publicaciones, biografías y monografías musicales ha inundado el mercado. Las canciones explican el mundo mejor y más rápido que algunos tochos y también de España se puede cantar la historia a través de melodías que han movido generaciones con un contenido quizá oculto. Piensen que «La vaca lechera» nos habla del hambre de la posguerra y «La bien pagá» del corsé del nacionalcatolicismo, por ejemplo. Hacía falta un estudio que nos permitiera escuchar nuestro siglo XX y el periodista y escritor Fidel Moreno lo ha logrado a través de 650 páginas gloriosas de anécdotas en «¿Qué me estás cantando?» (Debate). Más de 200 temas que cantan un siglo de España.

Memoria colectiva

Para conocernos bien hay un criterio fundamental: poner la oreja en las canciones más populares a lo largo de las décadas. Ese ha sido el primer filtro de la búsqueda del historiador, aunque no el único. «Selecciono las más populares de cada época y las que se han quedado en la memoria colectiva –explica–. Escuchándolas, se conoce a una sociedad hasta niveles de precisión muy curiosos. Las canciones explican a su tiempo político y sentimental, pocas cosas hay que tengan tanta presencia en el ser humano y su socialización». Moreno se ha ocupado de diseccionarlas: «Es importante documentar las cosas porque te mueves en el ámbito de lo popular y hay muchas leyendas y malentendidos y se deben llevar en paralelo los apuntes de sociólogo o de crítico literario», comenta. También existe, claro, un aliento literario del autor, que le mueve a llevar los temas a su propia experiencia vital y hacer del libro algo más vivo que un manual de historia. «Porque mi vida, por particular que sea, es similar a la de mucha gente. Los ejemplos biográficos son extrapolables a la vida de cualquier lector y le permite hacer su propia memoria», señala.

El libro se divide en dos partes: «La música de mis abuelos» (Fidel Moreno nació en 1975) se remonta hasta la Guerra de la Independencia y continúa hasta la República y la Guerra Civil. Recoge las primeras grabaciones en España y termina, casi como hito, con la rumba de Lola Flores. La segunda, «La música de mis padres», revisa el cancionero de los años sesenta y el tardofranquismo, una era de grandes cambios sociales. El libro se termina en el año del nacimiento del autor. «Necesitaría, desde entonces hasta la actualidad, otras 800 páginas», señala.

Así, cuenta la gestación del «Cara al sol», que debía ser «una canción alegre, de guerra y de amor, pero exenta de odio. No tenía que ser engolada ni solemne. En la primera parte debemos hablar de la novia, luego de la muerte y después algo sobre la paz y la victoria», pedía Primo de Rivera. En el otro bando, se cantaba «Ay Carmela», pero en realidad es una melodía mucho más vieja, pues procede de la Guerra de la Independencia y en ella se reivindica la identidad nacional frente a las tropas «invasoras», que en origen eran las de Napoleón pero que los republicanos usaban como reproche de la alianza con los nazis alemanes y los fascistas italianos, así como con la Guardia Mora. «Las canciones son un aparato de recepción sentimental y emocional. En el caso de una contienda civil es muy difícil establecer los bandos, porque en el fondo todos son del mismo país pero piensan diferente. ¿Cómo se hace? Achacando al rival el papel de enemigo invasor. En “Ay Carmela’’ está claro igual que el franquismo subrayaba el carácter de contubernio judío masónico y soviético. Tanto unos como otros se defendían de unas tropas de ocupación», explica Moreno.

La canción favorita de Franco era «Ojos verdes», que cantara Concha Piquer, quien, sin embargo, la utilizó para seducir al cuñadísimo, Serrano Súñer. Parece ser que una vez se la cantó con tanta entrega que el propio ideólogo del movimiento sucumbió a sus encantos allá por el año 43. Curiosamente, «Ojos verdes» fue censurada por la Jefatura del Servicio Nacional de Propaganda (impulsado por Serrano Súñer) y se eliminó la pecaminosa palabra «mancebía» de su primera línea. Según la noche en que saliera a cantarla, la Piquer utilizaba fórmulas como «un día» o «en la celosía» para sustituir la palabra prohibida, aunque a veces se saltaba por completo la prohibición. Por cierto que, después, cuando acusaban a la cantante de ser la artista del régimen, ella contestaba que era «la preferida del público, que no es lo mismo».

«La bien pagá» es una canción moralizante que sería objeto de escándalo de escribirse hoy en día. En ella, también pueden leerse muchos elementos de la moralidad y de la realidad de las mujeres de su tiempo. Es el estereotipo de la mantenida, de la persona también un poco perdida, lo contrario del modelo que preconizaba la Sección Femenina. Por eso, el hombre la abandona, para ir con otra más casta y menos preocupada por el dinero. En los 40, el matrimonio de Mercedes Belenguer y Francisco Codoñer escribió «Mi casita de papel» sobre el eterno sueño de los españoles: tener una casa en propiedad. Sin embargo, la historia detrás de la canción es muy interesante, porque plasma los años del éxodo rural a las ciudades y el hacinamiento de los emigrantes en enormes poblados chabolistas que darían lugar a otras edificaciones de casas baratas o ni siquiera eso, quedando tan olvidados como el Pozo del Tio Raimundo en Madrid. «Una canción no puede cambiar el mundo, pero todos los cambios sociales importantes han venido acompañados de alguna melodía. Cuando Napoleón escuchó “La Marsellesa”, supo que eso le iba a ahorrar muchas bombas. Una canción permite que la gente interiorice emocionalmente los cambios. El movimiento obrero siempre las necesitó para que el ideario penetrara y para infundir valor», explica Moreno.

Producto cultural

¿Son los tiempos convulsos, por tanto, más proclives al surgimiento de himnos? «No necesariamente –afirma–. Las necesitamos siempre, pero es verdad que a veces lo hacemos más a coro. Cuando necesitamos el pegamento social o sentirnos unos cerca de los otros, aparecen. Cualquier espectáculo colectivo, ya sea el cine o un mitin, necesita de música, no se concibe de otra manera. Y no hay un arte como hacer una canción, porque es el único producto cultural que aprendemos de memoria». Sin embargo, algunas de nuestra historia pueden adaptarse a los tiempos, como es el caso destacado de «L’estaca», que fue primero popular en la lucha contra el franquismo, después ha sido utilizada por Podemos para el cierre de sus mítines y finalmente el independentismo catalán la ha reclamado como propia. «Es algo destacable, y la explicación, una vez más, está en el poder que tienen en el imaginario colectivo», dice este escritor.

Hay capítulos excelentes, dedicados al «Mediterráneo» de Serrat o a Paco Ibáñez, Chicho Sánchez Ferlosio (que ocupa un destacado capítulo de reivindicación) e incluso a Nino Bravo (¿era «Libre» un canto a la libertad sexual?), Mari Trini y José Luis Perales, quienes, en su repertorio, dan prueba de la evolución de las ideas y la modernización de las costumbres. La rumba, por ejemplo, ofrece un visión mestiza y arrabalera, actualizada de nuestra sociedad. El libro se detiene en el 76. «El volumen de producción crece muchísimo desde entonces y no creo que haya decaído el interés medio. Necesitaría 800 páginas más para contar los últimos 40 años. Experimentamos cambios frenéticos y eso nos hace vivir nuestro tiempo con impaciencia pensando que no hay canciones buenas. El frenesí nos lleva a mirar a lo antiguo constantemente. Y el revival, con un siglo de grabaciones, lo permite. Pero la historia sigue dando canciones que merecen entrar en ella».