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Beastie Boys, memorias de rap y un pene hidráulico

El genial grupo de rap educado en la ética del «hardcore» cayó en el machismo y la opulencia, aunque se redimieron. Los dos miembros vivos cuentan su divertida historia en un alucinante libro
larazon

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El genial grupo de rap educado en la ética del «hardcore» cayó en el machismo y la opulencia, aunque se redimieron. Los dos miembros vivos cuentan su divertida historia en un alucinante libro
Esta es una historia vieja, tan vieja que Brooklyn era sinónimo de peligro y no de pasteles vegetarianos y leche de soja. Tan vieja que el Santo Grial era una cinta de cassette. Nueva York, principios de los 80. Tres chicos de ascendencia judía aman el «punk-rock», el «hardcore», mientras intentan crecer. Pero nunca lo conseguirán. Lo de crecer. Esta es la historia de los Beastie Boys, el primer grupo de rap blanco, primorosamente editada y coescrita por Adam Horovitz y Michael Diamond en memoria del Adam Yauch, fallecido de cáncer en 2012. Pero, sobre todo, es el lamento por una «civilización» perdida, la de la era pre-tecnológica, pre-líquida, cuando la realidad era dura como un bate de béisbol.
La narración es una prolongación infinita de la adolescencia. Uno podría llevarse la impresión de que los Beastie son una panda de descerebrados machistas con aparente falta de sustancia encefálica. Digamos que no es un libro acorde con los tiempos ni con los lectores de hoy, pero es un reflejo de un tiempo, es un libro tierno como una foto antigua. Horovitz y Diamond pasan más de la mitad de las páginas asumiendo lo estúpidos que eran y lo difícil que fue crecer para ellos. Pero hacer juicios morales y censuras de su comportamiento es absurdo porque hablamos de una época tan antigua como ese Nueva York pre Giuliani perdido para siempre, así que es como querellarse contra un «walkman» por ser objeto del pasado.
Nuestros tres protagonistas, educados en el «hardcore», tienen conciencia política. Tienen principios, han sido educados por familias tolerantes progresistas, con inquietudes culturales. Forman los Beastie Boys como un grupo de «punk-rock» pero un día, como surgido de la nada, aparece el «hip-hop», que les volará la cabeza. Y nuestros antihéroes, sin saber bien cómo, terminarán por convertirse en lo que más odiaban. Después de un éxito radiofónico, «Cooky Puss», conocerán a Rick Rubin, afamado productor blanco y pionero del rap. Serán amigos de sus ídolos, Run-DMC, y llegarán a publicar un éxito multimillonario, «Licensed to Ill», un disco de rap en el que se oye el latido del punk. Pero eso llega a costa de perderse a sí mismos. En primer lugar, echando del grupo a una componente original, Kate Schellenbach... por ser una chica. «La expulsamos porque no encajaba en nuestra identidad de raperos duros aunque es posible que se hubiera largado porque empezábamos a comportarnos como unos putos indeseables», confiesa Horovitz. «Estábamos tan enganchados a burlarnos del estereotipo de la estrella del rock que nos convertimos en eso mismo». Agarrados al cohete de ese disco, giran con Madonna y suenan en todos los coches de Los Ángeles a Miami. Rimas frescas, vacilonas y con algo de mensaje político y «sampleos» de rock duro. «Decidimos ver hasta qué punto podíamos ir a lo grande y pasarnos varios pueblos en todo. Hasta que la gente esperaba caricaturas idiotas de nosotros mismos», admite Diamond.
Seguramente no contribuyó a lo contrario su idea de instalar un gigantesco pene hidráulico en el escenario que emergía cuando sonaba el gran hit: «Fight for Your Right (To party)». De todo esto se avergüenzan convenientemente en el libro, construido con breves capítulos con los testimonios intercalados de los supervivientes, como hacían en sus canciones, con notas al margen del otro, puntualizando o doblando la voz del primero, como en sus canciones. Y es un volumen (570 páginas) deliciosamente editado y que contiene muchos regalos: una fábula sobre el rap de blancos escrita por Jonathan Lethem, un cuadernillo de fotografías de Spike Jonze, un ensayo breve de Luc Sante y firmas como Wes Anderson y Colson Whitehead y también la aportación de la escritora Ada Calhoun, nativa neoyorquina escritora y feminista, que escribe: «Problema: odiamos el sexismo. Pero amamos a los Beastie Boys. ¿hay contradicción? Bueno, su reformación feminista validó nuestra tolerancia inicial». También Kate Schellenbach cierra la herida de la patada que recibió (y culpa a Rick Rubin, por cierto) y les absuelve de machistas por su giro en los 90 y 2000.
Expulsados del Hilton para siempre
Hicieron, según reclaman, el primer disco de «gangsta rap» de la historia, pero la paradoja es que, al ser blancos, nadie tomaba en serio que la mitad fuera verdad. Los negros no presumían de delincuencia por entonces porque no veían nada de glamour en ello, lo que querían era escapar y ser ricos. Cuando lo hicieron, fueron perseguidos.
El estilo de la narración no es desgarrado ni es truculento como otras biografías de músicos. Los Beastie Boys son simpáticos como pocos, son dulces, tontorrones. Leer esta biografía es como ser invitado a participar de una broma privada, como compartir un fin de semana con tres amigos que te invitan a todo y nunca discuten. El libro es una exaltación de la amistad y la historia más loca jamás contada en el rap. Lean, si no, su peripecia en el cumpleaños de Dolly Parton, cuando se cruzan con un Bob Dylan completamente errático que quiere organizar un concierto a favor, sí, a favor, del tabaco. O cuando les vetaron en la cadena hotelera Hilton de por vida cuando decidieron jugar al baloncesto tras haber ingerido setas alucinógenas... pero lean, sobre todo, de qué trata la amistad.