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Grandes dilemas del verano (VI)
Las bicicletas son para el verano: ¿Tour de Francia o Vuelta a España?
Trasciende lo deportivo elegir entre una u otra carrera, ya que, según la opción, se es partidario del pleno estío o de su ocaso

Que las bicicletas son para el verano lo escribió tiempo ha el gran Fernando Fernán Gómez. Y no le faltaba razón al director de «El viaje a ninguna parte»: ¿acaso hay algo más estival que el Tour de Francia? La «Grande Boucle» con su mítico maillot amarillo de Rey Sol y sus lunares a puntos rojos de la montaña, sus colosos alpinos, su 14 de julio, sus Campos Elíseos, su Eddy Merckx, su Miguel Indurain, su Tadej Pogacar y hasta sus episodios negros: Tom Simpsons muerto en una cuneta del Mont Ventoux, el «caso Festina», el tramposo Lance Amstrong... El Tour de Francia es el verano, la luz, la promesa de un romance de verano, las tardes eternas de primeros de julio, el compaginarlo con los Sanfermines, las siestas largas de aspas de ventilador como el to-co-tó-co-tó del helicóptero de la carrera...
La Vuelta a España, por contra, y aunque enmarcada también dentro del periodo estival, representa la otra cara del verano: la de las últimas tardes de agosto «juanmarseñas» en las que el sol se acuesta más pronto, la del pelete y la rebequita del primer septiembre; en definitiva, el «tardoverano» de la añoranza o del alivio –según quien lo mire–, las primeras pedaladas de la vuelta a la rutina.
La Vuelta, claro, también tiene su propia épica, labrada al margen o a la sombra del Tour de Francia, más nuestra, castiza y privativa si se quiere: su inseparable canción –del «Me estoy volviendo loco» al «porque te quiero como el mar» pasando por el «Corazón congelado»–, su Chava Jiménez y su Angliru, su Roberto Heras y su Covatilla, su Alejandro Valverde y su Velefique, su «serpiente multicolor» (García dixit) y hasta su otoñal y velazqueño Paseo de la Castellana.
Más allá de optar por el cosmopolitismo de luz, avenidas anchas, estrellas internacionales y colosales «cols» del Tour de Francia, frente al casticismo de puertos del maquis y de facas, caminos de cabras, paredes de cal y cemento en Valdepeñas de Jaén, Las Hurdes y «puritos» Rodríguez de La Vuelta España. Más allá, decimos, de decantarse por una u otro concepto de competición ciclista, esto va del verano: ¿preferimos el estío incipiente que sugiere la ronda gala, o, por contra, nos inclinamos por el agonizante verano, promesa del otoño, en que se desarrolla la carrera española? O, sea, en definitiva: ¿verano sí o verano no?
Y tú, ¿de quién eres?
Preguntamos a algunos amigos culturetas, de los que conocemos su afición al ciclismo, por sus preferencias. Así, José Antonio Montano, más escritor que periodista, se remonta a los tiempos en que La Vuelta se celebraba en primavera (es decir, hasta 1995), para cargar contra ella: «La Vuelta a España ya no es nada, solo un asunto ciclístico melancólico. Tiene algo de encanto la cosa otoñal, crepuscular, lo reconozco: los ciclistas arrastrándose como hojas caídas, exhaustos de temporada. A mí me gustaba La Vuelta cuando era en abril-mayo, cuando de repente irrumpía el ciclismo como un vendaval. Aquella potencia salvaje de la Vuelta en primavera, bárbara, irreflexiva. Capaz de robarle el Tour después a quien se implicaba en ella, como le pasó a Hinault (algo que aprendió Indurain no disputándola en serio nunca). Y la Vuelta, que pasó de ser primaveral a ser otoñal, es ya como una dama desfasada, con encanto pero sin vigor.».
Y concluye el autor de «Oficio pasajero» (Sr. Scott): «En cualquier caso, nada comparable al Tour, el Rey Sol del ciclismo. Sobre todo si se sube el monte petrarquista, el Mont Ventoux». Jesús Nieto Jurado, que fue gregario antes de prosista en ABC, por su parte, hace una defensa lírica de nuestra Vuelta porque «tiene una literatura más canalla. Tiene los recuerdos de puertos ignaros que son colosos de un día para otro. la Vuelta que conocemos es un invento de Butano y Olano. Nuestras cuestas más nuestras. El Tour es una sueca y un navarro. La Vuelta es memoria austente del Chava».
Mientras que Gonzalo Núñez, autor de «Los retratos desparejados» (Sr. Scott), tiene una opinión más acorde con la de Montano: «Lamento no ser chovinista en esto pero soy completamente Team Tour de Francia. Yo me hice aficionado en los últimos años de Indurain y hasta hoy. Para mí el Tour es lo mismo que el verano. De hecho, mi verano acaba cuando acaba el Tour y mi viaje del año, que suele ser en julio. Agosto ya es un descuento largo y la Vuelta la asocio al otoño. Confieso que la Vuelta me la he saltado muchos años, mientras que de las etapas del Tour puedo ver hasta la salida neutralizada. Es un evento internacional, como un Mundial y, además, me gusta comprobar que los franceses pierden siempre y aun así salen a llenar las carreteras». «Como aficionado al ciclismo –abunda el periodista bajoandaluz–, no reniego en absoluto de la Vuelta pero hay ediciones que me ‘‘pone’’ menos que algunas clásicas de primavera o los mundiales, no digamos que el Tour.»
«La Vuelta tiene su sabor a ajo, y eso es lo que nos gusta. También sus cuestas y finales en alto que el Tour ha copiado», remata con media verónica Nieto Jurado.
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