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Arte

Bienal de Venecia: Temas interesantes, planteamiento perverso

La cita artística abre sus puertas a «lo extranjero» para tratar la migración y la xenofobia

 Peruvian artist Sandra Gamarra Heshiki is presented in the Spanish pavilion at the Biennale Gardens in Venice, Italy, 16 April 2024. The 60th international art exhibition La Biennale di Venezia runs officialy from 20 April to 24 November 2024. (Italia, Niza, Venecia) EFE/EPA/ANDREA MEROLA
"Pinacoteca migrante" de la artista Sandra Gamarra, que representa a EspañaANDREA MEROLAAgencia EFE

Mañana sábado inicia su singladura la 60 edición de la Bienal de Venecia. Y, a tenor del discurso urdido para ella por su comisario -el brasileño Adriano Pedrosa-, el evento artístico más mediático del planeta parece seguir la luz proyectada por el faro de la Documenta 15: una relectura de las praxis artística contemporáneas desde puntos de vista externos a la perspectiva euroamericana.

La interrogante que surge -antes de cualquier consideración sobre el contenido específico de la Bienal- es conocer hasta qué punto tanto la Documenta 15 como la cita veneciana no plantean un marco de reflexión que, en su raíz, es ya perverso e ilegítimo: ¿verdaderamente se puede articular un discurso reparador para las periferias históricamente invisibilizadas desde los mismos centros de poder que han construido los relatos hegemónicos que las marginan? O formulado en otros términos: ¿no sería mejor potenciar la capacidad de resonancia de los territorios a los que se quiere resarcir para que sea desde ellos -y no desde la vieja Europa- desde donde se enuncien sus relatos alternativos?

Fórmulas como las de la actual edición de la Bienal de Venecia otorgan la razón a aquella reflexión que Noël Caroll realizaba sobre la -falsa- condición del arte en la era global: es cierto que cualquier persona nacida en el lugar más remoto del planeta puede hacer arte, pero si este quiere llegar a ser visible tiene que exponer en los mismos centros de poder de siempre -Nueva York, Londres, París, Berlín, Venecia-. Es indudable que las intenciones son buenas, pero, en última instancia, si lo que se quiere criticar es la voracidad de la cultura occidental, eventos como el de la Bienal de Venecia no hacen otra cosa que -mediante un claro ejercicio de apropiación- contribuir a ese colonialismo.

Contradicciones insalvables aparte, la curadoría realizada por Adriano Pedrosa ha tomado como título e hilo conductor el lema «Stranieri Ovunque – Foreigners Everywhere» (Extranjeros en todas partes), extraído de una serie de obras iniciadas por el colectivo Claire Fontaine, establecido en París. Cuestiones como la migración, la xenofobia, el racismo y la descolonización constituye la agenda urgente e inaplazable sobre la que el mundo del arte ha de reflexionar. En sí mismo, este título –«Extranjeros en todas partes»- supone todo un acierto, en la medida en la idea del hogar siempre desigual-en tanto que genera vencedores y vencidos, locales y foráneos, legales y sin papeles-, mientras que el hecho de ser extranjero en cualquier lugar nos iguala a todos desde el prisma más horizontal e inclusivo de todos -el de la no-pertenencia, el de la relación de extrañeza con todo lo que nos rodea.

Mientras que la Exposición Internacional -alojada como siempre en el Pabellón Central de los Giardini y en el Arsenale- cuenta con la participación de 332 autores, las 87 naciones que traen pabellón a la Bienal -ahí están los ejemplos del de España, Líbano, Senegal, etc.- abundan en esta evitación de los relatos hegemónicos occidentales. Como premisa de partida y fundamental, la Bienal se ha centrado en artistas que son ellos mismos extranjeros, inmigrantes, expatriados, diaspóricos, emigrados, exiliados o refugiados -especialmente aquellos que se han desplazado desde el Sur Global al Norte Global-.

Artistas apartados

En un criterio muy parecido al que regía la última Documenta Kassel, se ha invitado a artistas que no habían participado antes en los programas oficiales de Venecia. Por semejantes motivos, se han priorizado lenguajes como el de la performance -que ha tenido tanto protagonismo en los territorios emergentes del arte contemporáneo- y el textil. La potenciación de este último es especialmente significativa, ya que, desde la década de 1970, se ha convertido en una suerte de bandera de algunos de los principales colectivos activistas. Históricamente recluido en el ámbito de lo doméstico -y, por tanto, de la mujer-, la labor textil nunca consiguió subir el peldaño que separaba a la artesanía del arte. En la actualidad, sin embargo, tejer, coser, ya no constituyen trabajos menores y bastardos, sino técnicas especialmente validas para la expresión de todo aquello que el euroamericanismo ha reprimido a lo largo de la modernidad y del periodo contemporáneo.

La presente edición de la Bienal se presenta como una gran oportunidad para comprobar si la deconstrucción de las narrativas maestras es la enésima trampa que tiende occidente para reificar a las culturas ex-céntricas, o si todavía existe alguna posibilidad de escapar honestamente a la tupida red tejida por la mirada euroamericana.